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La carta de Santa Cruz
C

omo se informó, del 7 al 9 de julio tuvo lugar en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, el segundo Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, convocado por el papa Francisco, por conducto del Consejo Pontificio de Justicia y Paz del Vaticano. Participaron alrededor de mil 500 personas de 40 países de América Latina, Asia y África, que con distintas acciones y desde distintas plataformas populares luchan pacíficamente y con creatividad desde abajo contra el sistema capitalista y sus efectos perniciosos en la sociedad y en la naturaleza.

Fue la continuidad del primer encuentro convocado también por el papa Francisco en octubre del año pasado en el Vaticano, en el que participaron más de 150 delegados de movimientos populares de todo el mundo en torno a los ejes estratégicos de Tierra (territorio), Trabajo y Techo. Desde el primer día, dedicado a la lucha por la Madre Tierra, la investigadora Silvia Ribeiro, del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (Grupo ETC), de México, denunció en un panel la concentración de las empresas que actúan en el campo en todo el mundo, y se refirió el caso de las semillas, según el cual apenas 10 empresas controlan 80 por ciento del mercado.

Aparte de eso, criticó que las mismas empresas que producen los venenos a la salud y a la tierra, producen los transgénicos que dependen de ellos. Y contra quienes los defienden con mentiras, señaló también que los transgénicos producen mucho menos, no pueden ser replantados, usan mucho veneno y causan diversos maleficios a la salud, como el aumento de casos de cáncer; además de ser más caros.

Joao Pedro Stédile, dirigente histórico del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, afirmó que no más de 300 empresas del mundo acumulan 58 por ciento de la producción del planeta y dan ocupación sólo a 8 por ciento de los trabajadores.

Ocho empresas además controlan más de 50 por ciento de la producción agrícola. Hoy el capital, en tiempo de crisis, consideró con toda razón, se dirige al campo y busca comprar todo lo que puede. Busca allí, en efecto, minerales, energía, petróleo y biodiversidad. Y con los bonos de carbono compra hasta el mismísimo aire. Pero no sólo eso, las trasnacionales están también modificando todo el consumo. Hoy 80 por ciento de los alimentos que se venden en los grandes supermercados, por ejemplo, se basan en cinco productos.

Estas pocas empresas, añadió, controlan el mercado mundial y fijan los precios en todo el planeta. Por ello es urgente reorganizar la producción agropecuaria y volver a producir alimentos sanos, como algo que no únicamente incumbe a campesinos y pueblos originarios, sino a todos. Debe ser una causa de toda la población mundial.

Al final del encuentro los participantes entregaron al Papa un documento estructurado en 10 puntos, titulado La carta de Santa Cruz, nuestro grito, en el que al hablar de la defensa de la tierra y la soberanía alimentaria reafirman con razón su rechazo enfático a la propiedad privada de semillas por grandes grupos agroindustriales, así como la introducción de productos transgénicos en sustitución de los nativos, debido a que destruyen la reproducción de la vida y la biodiversidad; crean dependencia alimentaria y causan efectos irreversibles sobre la salud humana y el medio ambiente.

Llaman también la atención de los pueblos sobre el surgimiento de nuevas formas de acumulación y especulación de la tierra y el territorio como mercancía, vinculada al agronegocio que promueve el monocultivo, destruyendo la biodiversidad, consumiendo y contaminando el agua, desplazando poblaciones campesinas y utilizando agrotóxicos que contaminan los alimentos.

En su carta, los participantes reafirman también su compromiso de impulsar y profundizar procesos de cambio y de liberación, como resultado de la acción organizada de los pueblos, y de seguir luchando por defender y proteger a la Madre Tierra, promoviendo la ecología integral de la que habla el papa Francisco. “La tierra nos pertenece –afirman– y nosotros pertenecemos a la tierra. Debemos cuidarla y labrarla en beneficio de todos. Queremos leyes medioambientales en todos los países, en función del cuidado de los bienes comunes”.

Se comprometen igualmente a luchar por la defensa del trabajo digno como derecho humano, rechazando la precarización y la tercerización, y buscando que se supere la informalidad a través de la inclusión, aunque nunca con persecución ni represión. Denuncian también la especulación y mercantilización de los terrenos y bienes urbanos, rechazando cualquier tipo de persecución judicial contra quienes luchan por una casa para su familia, y exigen políticas públicas participativas que garanticen el derecho a la vivienda, la integración de los barrios marginados y su acceso integral al hábitat, para edificar hogares con seguridad y dignidad.

Con sabiduría, se comprometen igualmente en su carta a practicar la cultura del encuentro y a construir la paz, rechazando el imperialismo y las nuevas formas de colonialismo, sean militares, financieras o mediáticas. Y se pronuncian contra la impunidad de los poderosos, y a favor de la libertad de los luchadores sociales.

Se comprometen también a luchar contra cualquier forma de discriminación entre los seres humanos, y a promover el desarrollo de medios de comunicación alternativos, populares y comunitarios. “El acceso a la información y la libertad de expresión –dicen también con razón– son derechos de los pueblos y fundamento de cualquier sociedad que se pretenda democrática, libre y soberana”.

Como otro indicio de la maduración en medio de sus luchas, se comprometen a luchar para que la ciencia y el conocimiento sean utilizados al servicio del bienestar de los pueblos, así como a persuadir a las universidades para que se llenen de pueblo, y sus conocimientos estén orientados a resolver los problemas estructurales, más que a generar riquezas para las grandes corporaciones. Rechazan finalmente el consumismo y defienden la solidaridad como proyecto de vida.