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Aprender a morir

Mujer de 44 años

S

oy una mujer de 44 años, escribe una lectora. “No tengo hijos. Mis únicos familiares son mis padres, que ya son personas mayores que me abandonarán un día de estos. Mi pareja, por desgracia, tiene un síndrome metabólico que no se cuida, por lo que es probable que yo le sobreviva. Yo, hasta ahora, tengo una salud excelente porque, por lo menos en lo genético, he tenido la suerte de contar con padres y abuelos con una robusta salud que, además, ellos han cuidado y la cuidan por los medios que sabemos: buena alimentación, ejercicio, salud mental, etcétera.

“Por mi parte también me cuido mucho. Por mi personalidad se me ha calificado como sociópata, por lo que –se imaginará– mis lazos afectivos con otros seres humanos son débiles y escasos. Soy, asimismo, una persona muy aprensiva que trata de adelantarse al futuro, a los acontecimientos, en la medida de lo posible, por lo que me imagino como una vieja sola, enferma por la edad, pero ni terminal ni ninguna de esas situaciones límite de las que se discute tanto en bioética. No: lo más probable es que sea yo una persona mayor sola, con achaques y enfermedades normales, nada interesante, sólo las pequeñas tragedias cotidianas de los longevos pero rodeados de hijos, nietos, amigos, parientes, etcétera. ¿Tendría una persona como yo, de escasos recursos económicos para costearse un asilo de ancianos, con un miedo tremendo a morir sola, quizás tras una larga y dolorosa agonía o después de una degradación inhumana y humillante, el derecho a pedir un suicidio asistido, argumentando que la vida es demasiado dolorosa e inútil para ser vivida bajo las circunstancias que le explico?

Sí, es un panorama oscurísimo, patético, el que enfrentaremos cada vez mayor número de ancianos y ancianas sin hijos ni pensiones ni retiros pagados sino, por el contrario, depauperizados debido a que jamás tuvimos, a lo largo de la vida, la oportunidad de ingresar a un trabajo bien remunerado, con goce de prestaciones y pensión o retiro, sin Issste, IMSS ni nada de esos servicios estatales; sin haber podido ahorrar para esta etapa final debido a que sólo ganábamos para sobrevivir, ¿podríamos pedirle a una institución de salud pública que nos ayude a acabar con una vida que ya no queremos y que no tiene ningún sentido? ¿Qué opina usted de este retrato del futuro de quien esto le escribe? De antemano le agradezco su respuesta. Atentamente: Sola, miedosa y patética.