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¿La Fiesta en Paz?

Mexicanos en Las Ventas, hipótesis

Jiménez Fortes, entre el pundonor y el quietismo

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El pundonor del malagueño Saúl Jiménez Fortes no está a discusión, su concepto quietista del toreo, sí. Momento en que su segundo toro, de Salvador Domecq, le atraviesa el cuelloFoto tomada del portal del torero
N

o acababa de decir en este mismo espacio que México carece de figuras con estándares internacionales debido a la indiferencia gubernamental hacia el espectáculo taurino, a un concepto estrecho y a los criterios importadores del duopolio que controla la fiesta de toros en nuestro país, sin intención de producir diestros taquilleros, enfrentando a los buenos toreros entre sí y con el auténtico toro, hasta generar partidarismos y pasión que permitan crear ídolos y cotizarlos en el mercado internacional, cuando nuestras mejores cartas –apenas figuras en potencia– recién actuaron en la Feria de San Isidro en Madrid, con decoro pero sin alcanzar el triunfo.

Desde luego allá, a diferencia de aquí, la recelosa crítica no se anda con postraciones ni amabilidades hacia los diestros visitantes y a la empresa madrileña no le preocupan las reciprocidades sino imponer su criterio, anunciando en carteles modestos a coletas aztecas con posibilidades pero sin más argumentos que sus triunfos con ganado mexicano, tan disminuido como lo demás. ¿A qué atribuir esta falta de contundencia en el ruedo madrileño de nuestros toreros jóvenes más destacados luego de comparecencias anteriores? ¿A un menor oficio a partir de la edad y trapío del ganado que lidian aquí? ¿A administraciones sin suficiente influencia? ¿A ir en carteles sin figuras?

Expongo algunas hipótesis. Los empresarios metidos aquí a promotores del espectáculo –Alberto Bailleres, Miguel Alemán, Arturo Gilio, Arturo Torres Landa, Marco Antonio Ramírez, Pablo Moreno y algunos más– exhiben los mismos criterios de oferta de espectáculo probadamente gastados, lo que continúa ampliando la brecha entre sociedad y tauromaquia.

Además de mostrar una absurda y añeja renuencia a sumar esfuerzos, fijarse objetivos comunes, suscribir acuerdos y dinamizar una tradición que dicen amar –aunque sin métodos como los empleados en el resto de sus exitosas empresas–, parten de la idea equivocada que confunde emoción con diversión, lo que necesariamente se traduce en un concepto de toro de lidia propicio para el lucimiento, es decir para el toreo más o menos compuesto y repetitivo de las figuras, de preferencia importadas, que privilegia la nobleza sobre la bravura y la fuerza. A estas empresas les falta diferenciarse pues definidas están por su inercia y falta de imaginación.

Este concepto amabilizado del toro redujo la perspectiva dramática de la lidia, los recursos técnicos de los toreros y la capacidad de valoración de los públicos, condicionados a faenas predecibles de una monotonía creciente, antes que por el escaso repertorio de suertes por la embestida docilizada y pasadora o semiparada, en el colmo de la mansedumbre.

Así, mientras en El Relicario de Puebla en el festejo del 9 de mayo pasado el novillero gaditano Ginés Marín, aquí semidesconocido, trajo sus novillos, con el aval de empresa y autoridades, y ese mismo día en Torreón a Enrique Ponce se le otorgaba un rabo tras infame bajonazo, en Madrid Joselito Adame –quien tras sus triunfos allí el año pasado no merecía ese cartel–, Arturo Saldívar, Octavio García El Payo y Diego Silveti comparecían sin pena ni gloria.

El taurineo mexicano –dícese de taurinos especuladores y engañadores apoyados por comunicadores muy serios– no está dispuesto pues a fomentar confrontaciones para que los toreros mencionados y algunos otros compitan delante del toro con edad y trapío hasta reposicionar el espectáculo. Y como no han logrado hacerse del público grueso, ese que no sabe pero siente, la crítica los exalta como auténticas figuras, ellos se lo creen y exigen como si llenaran las plazas aunque no llenen, todavía, ninguna. Han transcurrido cinco años o más de la alternativa de estos toreros y el taurineo, quitado de la pena, tampoco ve ni oye. Pero así no se sacuden las dependencias, se refuerzan, y esa es la intención.

Saúl Jiménez Fortes, diestro malagueño corneado en el cuello el pasado jueves en la Plaza de Las Ventas, increíblemente ha salvado la vida no obstante que el pitón de su segundo toro le propinó dos cornadas, una de 15 centímetros que contusiona carótida, yugular, glándula tiroides y esófago y otra de 10 que bordea la parótida y lesiona el músculo esternocleidomastoideo, según el parte médico.

En la línea ética de José Tomás pero con 24 años, Jiménez Fortes trae la temeridad en las venas ya que es hijo de la novillera Mary Fortes, a quien un cornadón en la rodilla retiró de los ruedos. Pero el hombre también confunde aguante con quietismo, de tal manera que en poco más de tres años de matador se ha vuelto carne de toro, siendo atropellado y herido con demasiada frecuencia. El aguante depende del torero; el quietismo de la embestida del toro. Saúl, sin haber fijado al toro, simplemente se plantó ante el cornalón de Salvador Domecq, lo citó para el natural, fue empalado y ya en la arena el encastado toro fue por él. Aún existen los milagros...