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A la mitad del foro

De Cocula es el mariachi...

C

on el vuelco democrático y la proliferación de puestos y presupuestos, se multiplicaron los hijos, hermanos y parientes políticos. Nada que ver con la pluralidad de partidos, reflejo a escala y al infinito de los familiares agregados a las nóminas de la democracia sin adjetivos, y las ambiciones sin más adjetivos que restablecer la gloria de El Tlacuache Garizurieta: Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. La desmemoria atribuye al cinismo la frase de marras. Pero el autor moriría pobre en solitario cuarto de hotel.

Nada que se aproxime siquiera a los bienes ostentosamente exhibidos en estos días previos a elecciones de medio sexenio, en plena crisis social y política, constantes recortes al gasto público; y con la desigualdad rampante como yesca en el llano árido y estéril en el que la mayoría pasa hambre y los de arriba se asumen la ira de Dios. Hasta la tragicomedia de las negociaciones con los jornaleros agrícolas de Baja California, con el gobernador y los funcionarios de la Federación como representantes y aval de los agricultores todopoderosos. Se festejó públicamente el arreglo del conflicto y mientras don Kiko, así le dicen al gobernador, iba de Ensenada a Mexicali, sus patrones dijeron no estar de acuerdo con el aumento salarial a 200 pesotes por jornada de sol a sol: que lo pague el gobierno, sentenciaron.

Pero ya no hay ilusiones poblacionales: la familia pequeña vive mejor. No con la democratización de la impunidad, en la embriaguez del contrasentido que clama peyorativamente: ¡ya nos mayoritearon!, cuando se declara vencedores a los que obtienen la mayoría de votos. Muchos años después de la acumulación avasalladora de ranchos, terrenos baldíos, lustrosos trajes azul eléctrico, caballos pura sangre y empresas que fueran base de grandes fortunas, mayores todavía, en manos de hijos, hijas, yernos, así como los herederos de algunos que administraban las de origen, a nadie asusta el recuerdo de Maximino Ávila Camacho, hermano mayor del presidente Manuel Ávila Camacho y pieza clave en el tránsito de los cacicazgos a la oligarquía del capitalismo financiero.

Ya nadie se asusta con el recuerdo del mensajero del hermano mayor que preguntaba al propietario de una finca si el general se la iba a comprar a él o a su viuda. Los de hoy día son extensa familia, en el clásico sentido mafioso o de gavillas; hay guerra y los muertos se cuentan por miles y se descubren tumbas colectivas en todo el territorio nacional. Los capos del crimen organizado ya no preguntan, simplemente se apoderan de los ranchos, los negocios, de los territorios en disputa. La muerte tiene permiso, con una disculpa al gran Edmundo Valadés, y otra muy sentida a los ejidatarios y comuneros vueltos siervos de la gleba en el edén del capitalismo financiero sin regulación alguna. Para colmo, los capos también tienen hermanos incomodos y numerosa parentela.

Al otro lado del espejo, ahí donde la lógica debiera reflejar el imperio de la ley y el vigor institucional del poder constituido, crecieron exponencialmente los parientes de los que hacen política entre las ruinas del sistema plural de partidos, gloria y prez de la transición democrática en presente perpetuo. Entraron fuerzas federales a Cocula y procedieron a desarmar a los policías del estado. De Jalisco, preciso, porque en Cocula, Guerrero, destaparon la cloaca de las complicidades y afinidades familiares de autoridades del gobierno de Iguala, del estado todo de Guerrero, con los criminales del narco en la entidad y estados vecinos. La desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa dejó huella putrefacta de la impunidad, y el lamentable peregrinar de los familiares de los de abajo, por los caminos del Sur y los de la globalidad.

En la marginación, son ajenos a la familia los que capitalizan las desgracias. Pero nadie les puede reprochar el llamado a no votar en Guerrero, de hecho en todo el país. Todo se andará, dicen. De Cocula, Jalisco, de donde es el mariachi, vinieron los sones familiares para el momento electoral que pareciera reflejar, distorsionar, el momento mexicano que hace tan poco tiempo proclamaron los medios de la globalidad financiera, heraldos del fructífero porvenir que preveían en las reformas constitucionales, con las que Enrique Peña Nieto lograría un giro de 180 grados y un nuevo sistema político.

Casi nada. Pero se atravesaron asuntos de familia, de familias. Y la desconfianza cundió en el reino de nunca jamás. No se trata de otro Maximino y la simiente de una docena de las grandes fortunas mexicanas del siglo XX, persistentes y presentes en el paso al tercer milenio. Ni siquiera Carlos Monsiváis podría describir, detallar las semejanzas maravillosas entre el desencuentro de 1994, la aparición del EZLN en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, la oscura tragedia de Lomas Taurinas, el desplome económico del zedillismo y el temor del sustituto de Luis Donaldo Colosio: los miedos encarcelaron al hermano incómodo, y los lares familiares volvieron al conservadurismo mocho, a las familias favorecidas con la bendición papal y el beneplácito de los dueños del dinero, satisfechos con haber sacado al PRI de Los Pinos y alojado ahí a uno de sus gerentes.

Tan breve el tiempo transcurrido y tanto Vicente Fox como la señora Marta y familia tienen ya pátina estatuaria. Fox, el de la revolución como la cristera, es entusiasta defensor de Enrique Peña Nieto, el operador político que restauró el poder presidencial del PRI, tan consciente de la nueva era que ni una hoja de expediente administrativo, ya no digamos penal, se ha abierto al paso de los hijos de la señora Marta, hoy candidatos en el carrusel de los partidos que a nada ni a nadie representan. Del paso de Atila de Felipe Calderón, nada. Lo de la costa campechana es morriña gallega. Y la familia unida se afana en desplazar a Gustavo Madero y discípulos del puesto que permite poner donde hay.

El retorno de la derecha y su visión de catecismo hizo de la cosa pública asunto familiar. Honrarás a tu padre, dicen. Y en Jalisco, el gobernador Sandoval se inclina dócilmente ante quien le puso Aristóteles por nombre. La escenográfica paz provinciana se disolvió entre la pólvora, el derribo de un helicóptero del Ejército Mexicano, las muertes y el despliegue de fuerza criminal en 18 municipios: carreteras bloqueadas, comercios y bancos incendiados. La mala hora. Y en medio de ese infierno, cargos de enriquecimiento del padre del gobernador. Estamos en pleno proceso electoral y las acusaciones apuntalan la visión de las campañas negativas.

Mientras en Nuevo León extrañan el aura de los encapuchados de Chipinque, en Colima salta al centro de la carpa Jorge Luis Preciado, candidato panista a gobernador. Desde el púlpito diminuto se erige en defensor de las causas nobles y exhibe una máscara de luchador, que de inmediato se pone sobre el rostro para proclamar que se trata de... ¡la máscara azul!

En Nuevo León despiden con duros ataques al gobernador Rodrigo Medina. Olvidan los aplausos por haber contenido la violencia criminal desbordada: pesan más los bienes mal habidos que le atribuyen a su padre. El candidato del PAN, Felipe de Jesús Cantú, se preocupaba por el desparpajo del independiente Jaime Rodríguez, El Bronco. Pero Ivonne Rodríguez, del PRI, diría con firmeza que en su gobierno no habría tolerancia alguna para hermanos, padres, parientes o amigos incomodos.

La basura y el marido, a la calle temprano, dicen las mujeres del norte.