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Barros Sierra, a 100 años de su nacimiento
Apoyó a los estudiantes en el 68 y evitó más violencia durante el movimiento

Decidió no buscar la relección para evitar represalias contra la casa de estudios

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Barros Sierra encabezó el 30 de julio del 68 la marcha contra la violación de la autonomía, que partió de Ciudad Universitaria, recorrió avenida Insurgentes, dio vuelta en Félix Cuevas, luego siguió por avenida Coyoacán y regresó a CUFoto Cortesía IISUE/AHUNAM/cu4626-17
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El Ejército tuvo presencia en el estacionamiento de la Facultad de Filosofía y Letras de CUFoto cortesía IISUE/AHUNAM/cu4626-6
 
Periódico La Jornada
Miércoles 25 de febrero de 2015, p. 3

En vísperas del desenlace del movimiento estudiantil de 1968, el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, se encontró con dirigentes del Consejo Nacional de Huelga que le anunciaban un nuevo desafío al gobierno, esta vez en Tlatelolco. Frente a la tensión que para entonces ya se vivía, el ingeniero intuyó el riesgo de celebrar el mitin en un espacio público, propicio para la represión. Intentó infructuosamente persuadirlos para que el acto político se realizara en Ciudad Universitaria.

“En la medida en que se acentuaba la represión –contó años después Barros Sierra al periodista Gastón García Cantú–, ellos se arriesgaban. El pueblo acudía en número cada vez mayor; el peligro que esto significaba en cuanto a la posibilidad de provocaciones era enorme. La historia infortunadamente así lo registra. Ellos cometieron el gravísimo error de efectuar el mitin del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas”.

Sus empeños en defensa de la autonomía universitaria lo llevaron a desafiar al sistema en tiempos de mano dura del viejo régimen. Su congruencia lo condujo a condenar la vía represiva como opción para enfrentar la rebelión juvenil. En ese afán izó a media asta la bandera nacional en la explanada de la rectoría en señal de luto y convocó a una marcha en defensa de la autonomía, desplantes inadmisibles para el régimen que le acarrearían consecuencias personales e institucionales.

Se trataba de una convicción irreductible, aun a costa de confrontarse con el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. En agosto de 1966, a pocos meses de llegar a la rectoría, Barros Sierra sostuvo ante el Consejo Universitario: La Universidad no tiene por qué estar en pugna con un Estado respetuoso de su autonomía.

La rebelión estudiantil estalló en protesta por un acto de represión y con el paso de los días se transformó en una lucha por las libertades y la democracia.

El detonante fue un enfrentamiento entre estudiantes de la Vocacional 2 del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la preparatoria particular Isaac Ochoterena, el 22 de julio en la Plaza de la Ciudadela, reprimida por la policía. En respuesta, jóvenes tomaron planteles de diversas escuelas universitarias, entre ellas la preparatoria uno de la UNAM, con sede en el Colegio de San Ildefonso.

Hubo una desproporcionada reacción que incluyó, el 29 de julio, la irrupción en ese plantel con un bazucazo que hizo estallar la histórica puerta del inmueble. Horas más tarde, indignado, Barros Sierra izó a media asta la bandera nacional de la explanada de la rectoría. Fue la primera de las diversas acciones que emprendió.

Hoy es un día de luto para la Universidad. La autonomía está amenazada gravemente. Quiero expresar que la institución, a través de sus autoridades, maestros y estudiantes, manifiesta profunda pena por lo acontecido. La autonomía no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable que debe ser respetable y respetada por todos, sostuvo el rector, quien el primero de agostó encabezó una marcha de protesta.

A pesar de la postura del rector, el conflicto siguió creciendo y el 18 de septiembre el ejército ocupó Ciudad Universitaria, donde permaneció hasta el 30 de septiembre, ante la exigencia de Barros Sierra de que desocuparan el campus. El desenlace era inminente.

En medio de la ocupación castrense, responsabilizado por sectores afines al régimen de ser promotor de la violencia, el rector presentó se renuncia ante la Junta de Gobierno y adujo: Los problemas de los jóvenes sólo pueden resolverse por la vía de la educación, jamás por la fuerza, la violencia o la corrupción. Su dimisión fue rechazada por todos los sectores universitarios.

La noche del 2 de octubre, cuando ya había trascendido la sangrienta represión en Tlatelolco, el rector se comunicó en dos ocasiones con Díaz Ordaz. En un primer momento el presidente habló de algunas bajas. Volví a lograr una comunicación y entonces me dijo que infortunadamente se había podido comprobar que era bastante mayor el número de víctimas, le dijo años más tarde a García Cantú.

Las calumnias del gobierno

Vituperiado y calumniado en su momento por el régimen, el Congreso y medios de comunicación, hoy su figura es reivindicada unánimemente, al punto que en 2010 el Senado le entrega, post mortem, la medalla Belisario Domínguez, galardón que se confiere a los mexicanos ilustres.

Gilberto Guevara Niebla, ex dirigente estudiantil en 1968, consideró: Barros Sierra adoptó una actitud muy valiente. Fue conmovedor que marchara con los estudiantes. Eso nos dio seguridad para seguir luchando en las calles, pero polarizó la cólera del presidente.

Después del 2 de octubre –asegura el astrónomo Manuel Peimbert, profesor activista del movimiento–, el rector se preocupó por los universitarios detenidos. Formó una comisión que se reunió con autoridades federales para que los liberaran, en contraste de lo que pasó con quienes eran del IPN, pues sus profesores y estudiantes fueron expulsados. La UNAM defendió a los detenidos, preservó sus lugares y dio facilidades para que concluyeran sus estudios.

Para Félix Hernández Gamundi, quien era representante del IPN, la postura de Barros Sierra fue de gran relevancia, a diferencia de la actitud del director politécnico, Guillermo Maciel, quien se subordinó a la posición gubernamental. “De qué tamaño sería el peso de sus acciones que cuando presentó su renuncia, un contingente del IPN, entró a CU con una manta que decía: ‘Rechazo a la renuncia de Barros Sierra, defenderemos la autonomía universitaria hasta que caiga el último politécnico”.

La represión en Tlatelolco no terminó el conflicto, como recuerda Roberto Escudero, ex dirigente de Filosofía y Letras, quien reconoce que carecían ya de la fuerza y Barros Sierra “nos lo hizo ver. ‘Pueden ustedes arriesgar su vida, pero no tienen derecho a jugar con la vida de los demás estudiantes’. Nos pidió levantar la huelga. Y así lo hicimos. De no haber sido por él otros derroteros más violentos hubiera tomado el movimiento”.

Quienes lo conocieron coinciden en que después de la matanza del 2 de octubre Barros Sierra no volvió a ser el mismo. Como secuela de la confrontación con el gobierno la Universidad padecería una asfixia financiera hasta el final del sexenio.

Después del conflicto del 68, no era yo un hombre que fuera grato al poder público. Me toleraban al frente de la Universidad mientras se conservara un relativo orden, reconocía Barros Sierra. Sus opciones de relección, pese a tener el respaldo de la comunidad, las asumía como inviables. Mis posibilidades como gestor a favor de los intereses universitarios se había agotado. Hubiera sido muy difícil para mí lograr aumentos de subsidio si seguía al frente.

Al explicar sus razones para no relegirse, señaló: Si yo incurría en la debilidad de aceptar una relección, vendría, de parte del poder público, concretamente del presidente de la República, para no andarnos por las ramas, una revancha por los tristes acontecimientos del 68.

Javier Barros Sierra murió el 15 de agosto de 1971, a los 56 años de edad.

A un siglo de su nacimiento, el ex director de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, Javier Jiménez Espriú, resume su legado: Se enfrentó al poder porque el poder, en ese momento, como pasa muchas veces, no tenía la razón. De pronto, la conciencia de los valores van en contra de las razones de Estado. Se supo enfrentar en su momento y encabezar a un grupo que inició la democracia en México, misma que aún busca mejores cauces.