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Barros Sierra, a 100 años de su nacimiento
El humanista que enfrentó al poder en favor de la democracia

No me convertiré en agente de ninguna facción, dijo al asumir como rector

En todo momento estuvo abierto al diálogo con la comunidad estudiantil

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Goya en Ciudad Universitaria, en respaldo al rector Javier Barros Sierra, acompañado por Fernando Solana, Jorge Ampudia y otros. Era el 4 de mayo de 1970Foto cortesía IISUE/AHUNAM/unam0019-0015-0018
 
Periódico La Jornada
Miércoles 25 de febrero de 2015, p. 2

Figura central en la historia contemporánea del país, al frente de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en momentos de la mayor represión contra estudiantes, que cambió el rumbo del país, Javier Barros Sierra cumpliría hoy 100 años. Hombre congruente, defensor a ultranza de la autonomía universitaria y, en ese afán, del movimiento estudiantil, resistió el embate del régimen de Gustavo Díaz Ordaz sin claudicar en sus convicciones.

Nacido en la ciudad de México en 1915, Barros Sierra fue heredero de los valores con que su abuelo, Justo Sierra, concibió a la Universidad Nacional al fundarla en 1910. El destino lo llevaría a encabezarla en los momentos más complejos de la historia de la máxima casa de estudios, cuando su autonomía se vio seriamente amenazada por la irrupción militar en el campus universitario.

Hombre de amplia cultura, melómano y amante de la literatura clásica, el ingeniero encabezó una profunda reforma universitaria antes del estallamiento del conflicto. Su trayectoria también incluyó una faceta de funcionario público, al frente de la Secretaría de Obras Públicas durante el sexenio de Adolfo López Mateos (1958-1964), en cuyo paso dejó testimonio de probidad.

Su desempeño como rector

Corrían los primeros días de mayo de 1966. Con la certeza de haber alcanzado su máximo anhelo como universitario: la rectoría de la UNAM, Javier Barros Sierra se enclaustró en su casa a meditar la mejor manera de enfrentar la coyuntura que lo llevó al cargo, precedida de una agitación estudiantil que precipitó una abrupta caída de su predecesor, Ignacio Chávez. Sería el complejo inicio de una travesía que terminó en medio de una tempestad.

Días después, al tomar posesión ante integrantes de la comunidad universitaria, definiría el eje de su gestión. Recién había renunciado al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (en el que se desempeñó como director del Instituto Mexicano del Petróleo) y anunciaba: Llego sin compromiso alguno, salvo el que contraigo con la Universidad Nacional misma. Tendré la humildad necesaria para servirle y la firmeza y la convicción suficientes para no convertirme en agente de ninguna facción. Y no trataré de hacer ni permitiré que otros hagan de nuestra comunidad un instrumento de vanidades, intereses egoístas o pasiones espurias.

En uno de los periodos más convulsionados para la casa de estudios, palió la crisis heredada de la administración del eminente doctor Chávez y emprendió una ambiciosa reforma académica y administrativa, que incluyó la instauración del pase automático del bachillerato universitario a la licenciatura.

Requería medidas drásticas que no era posible dilatar: contener el proceso de sobrepoblación, mediatizar las exigencias del estudiantado y resarcir la relación entre la rectoría y el presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien tuvo no poco que ver con la caída del cardiólogo, resume Raúl Domínguez, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM.

Universidad en crisis

Barros Sierra alcanzó la rectoría de la UNAM en su segundo intento, tras su frustrada pretensión de disputar el cargo a Chávez en condiciones poco equitativas, como lo describe él mismo:

“En 1965 yo tenía, parte por información y parte por intuición, la plena seguridad de que la relección del doctor Chávez era una cosa perfectamente segura, es decir, totalmente independiente del resultado de una dudosa, incompleta y amañada auscultación de la opinión universitaria, porque era voluntad del Estado y concretamente –para no andar con abstracciones– del gobierno, que dicha persona siguiera al frente de los destinos de la Universidad Nacional”.

Al concluir su primer periodo, Chávez contendió con los abogados Salvador Azuela y Agustín García López, así como con Barros Sierra. En su libro El proyecto universitario del rector Barros Sierra, Domínguez refiere que el 22 de enero de 1965 el presidente de la Junta de Gobierno, José Castro Estrada, anunció que el cardiólogo era el elegido.

Su relección no fue bien vista por algunos grupos de la comunidad. Bajo su rectorado se exacerbaron los rasgos autoritarios del gobierno universitario. La rectoría intentó establecer un control corporativo sobre las organizaciones estudiantiles y se aplicaron sanciones contra adversarios políticos. Las políticas universitarias fueron adoptadas e impuestas por voluntad personal del rector, sostiene el investigador Imanol Ordorika en su libro La disputa por el campus.

Este estilo de dirigir a la Universidad Nacional generaría la animadversión estudiantil y un estallido en la Facultad de Derecho. En paralelo, su relación con Díaz Ordaz se descompuso y con el tiempo se conocería que algunos líderes tenían vínculos con políticos priístas y funcionarios de gobierno.

La combinación de factores aceleró su caída, favorecida por una huelga en esa facultad, que pronto contó con el respaldo de otras escuelas. De forma violenta, la comunidad estudiantil orilló a Chávez a presentar su renuncia el 27 de abril.

Después de una situación muy escandalosa con el doctor Chávez, la Junta de Gobierno, en el proceso de sucesión rectoral, encontró en Barros Sierra a un personaje de fuerte raigambre universitaria y que no estaba denostado como servidor público, sostiene Domínguez en entrevista.

Barros Sierra era un hombre de vasta cultura. Su gusto por la literatura y la música eran bien conocido. Heredero de una de las grandes figuras liberales en México, su abuelo Justo Sierra, fundador de la Universidad Nacional en 1910.

Lo más notable de Barros Sierra era su personalidad. Tenía una formación cultural muy sólida. Su conversación estaba siempre salpicada de inteligencia. Era un melómano y conocía a fondo la literatura clásica. Conversar con él era algo delicioso, recuerda Gilberto Guevara Niebla, integrante del Consejo Nacional de Huelga, durante el movimiento estudiantil de 1968.

Barros Sierra estudió el bachillerato en la Escuela Nacional Preparatoria, donde posteriormente fue consejero y profesor. Se graduó de ingeniero civil en 1943 en la Escuela Nacional de Ingenieros, donde después sería catedrático y director. En 1947 obtuvo el grado de maestro en ciencias matemáticas, disciplina en la que destacó. Fue investigador del Instituto de Matemáticas.

En contraste con su predecesor, su rectorado propició el diálogo con la comunidad universitaria, al punto que dio respuesta a muchas de las demandas estudiantiles heredadas de Chávez.

Parte esencial de su visión como rector fue estrechar el vínculo entre las ciencias y las humanidades, abrevada en el pensamiento de su abuelo y de Alfonso Reyes, quien en su Homilía por la cultura consideraba: Querer encontrar el equilibrio moral en el sólo ejercicio de la actividad técnica, mas o menos estrecha, sin dejar abierta la ventana a la circulación de las corrientes espirituales, conduce a los pueblos y a los hombres a una manera de desnutrición y de escorbuto.

Con ocasión del inicio de ciclo en 1967, Barros Sierra recuperó esa visión: No sólo pensamos en integrar la personalidad de los educandos, sino también a la Universidad Nacional en sí misma: las humanidades con las ciencias; las escuelas, facultades e institutos entre sí, la investigación con la docencia.

La historiadora Patricia Galena, integrante de la Fundación Barros Sierra, agrega: Siendo ingeniero de profesión, era consciente de la importancia de una formación interdisciplinaria, que vinculara lo cultural con lo científico.

Los cambios introducidos abarcaron lo administrativo, académico y cultural, siendo el pase automático uno de los mas relevantes. En lo administrativo, creó los presupuestos por programa, las direcciones generales del profesorado y del personal administrativo.

En lo académico, aprobado con amplia participación estudiantil modificó los planes y programas de estudio; estableció el sistema de créditos y la periodización por semestres; implementó diseños curriculares con materias optativas que favorecían la formación trasdisciplinaria; unificó los títulos concedidos por todas las escuelas y facultades; introdujo las bellas artes en la Escuela Nacional Preparatoria, en la que se aumentaron los planteles hasta alcanzar los nueve que existen hoy, entre otros.

La confrontación con el gobierno de Díaz Ordaz no fue el único problema que enfrentó. Bajo su gestión la matrícula escolar pasó de 78 mil a 106 mil 181, al tiempo que el número de rechazados crecía, lo que dio origen a la Preparatoria Popular. En paralelo, la Universidad Nacional enfrentaba un déficit presupuestario.

A pesar de ello, Barros Sierra logró estabilizar la vida universitaria. Su voluntad conciliadora y apertura al diálogo le permitió rencauzar las demandas estudiantiles y conducir su administración, sin mayores sobresaltos.

El destino le depararía el mayor desafío de su vida: el movimiento estudiantil de 1968.