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Barros Sierra, a 100 años de su nacimiento
Funcionario de probada honradez, fue fiel al trabajo y no se dejó seducir por el poder

Dejó en claro que el desarrollo del país debía realizarse por empresas mexicanas

 
Periódico La Jornada
Miércoles 25 de febrero de 2015, p. 4

Noviembre de 1963. Los tiempos políticos para la sucesión marcaban el momento del destape. Las fuerzas vivas del PRI se habían inclinado ya por el entonces secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, dando paso al ritual sucesorio. En gira de gabinete con el presidente Adolfo López Mateos, el secretario de Obras Públicas, Javier Barros Sierra, descargaba con su característica ironía una postura alejada de las formas reverenciales propias de las cargadas priístas de la época y en respuesta a periodistas que requerían su opinión sobre el candidato, dijo:

Les contestaré con un dicho mexicano muy popular: la suerte de la fea... Sería un desplante irreverente contra el recién ungido y la muestra de una incompatible relación que presagiaba lo que vendría en los años por delante. Barros Sierra era uno de los más distinguidos integrantes del equipo de López Mateos, al punto de incluirse entre los posibles sucesores a pesar de su formación como ingeniero.

Había llegado al gobierno precedido de una destacada trayectoria profesional que incluía haber sido catedrático de la Escuela Nacional de Ingenieros de la UNAM –de la que entre 1955 y 1958, llegó a ser su director–, además de haber participado como socio fundador de Ingenieros Civiles Asociados (ICA), en 1947.

“Cuando ingresa al sector público –narra Javier Jiménez Espriú , hombre cercano al ex rector de la UNAM– vendió sus acciones de ICA, porque tenía muy claro lo que hoy se llama conflicto de intereses y que ahora quieren explicárnoslo en leyes. Eso no necesita explicación, es un tema de conciencia y de ética. Se tiene en la sangre”.

Y eso lo entendía claramente Barros Sierra, en cuya gestión se inaugura el esquema de licitaciones en la obra pública.

Autor del libro El proyecto universitario del rector Barros Sierra, Raúl Domínguez define: si a mí me preguntaran cuál fue su característica fundamental, sobre todo ahora, hablando de este pantano (de corrupción) donde estamos viviendo, es que era un funcionario de gran probidad.

Universitario de cepa, Barros Sierra no podía estar ausente de la construcción de la Ciudad Universitaria entre 1948 y 1952, años que para él fueron de vertiginoso crecimiento profesional.

Como miembro de ICA, participó en la edificación de las hoy facultades de Ciencias, Filosofía y Letras, Odontología, Medicina-Veterinaria y Zootecnia, así como el Estadio Olímpico Universitario.

Como ingeniero, su obra se extendió a otros puntos de la ciudad de México. Participó en la construcción del edificio Condesa y 5 de Mayo, en el moderno estacionamiento que todavía se ubica en la esquina de las calles Gante y 16 de septiembre, en el Centro Histórico, en el rastro de la ciudad y el mercado de La Merced.

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El ingeniero Javier Barros Sierra en su despacho en la Facultad de Ingeniería, en 1957Foto Cortesía de Cristina Barros

Su llegada a la Secretaría de Obras Públicas detonó el crecimiento acelerado de la red carretera nacional, que entre 1958 y 1964 aumentó 55 por ciento. Las obras más sobresalientes en este periodo son la autopista México-Puebla y el ferrocarril Chihuahua-Pacífico.

Hubo una gran apertura para la construcción de la infraestructura nacional y fue entonces cuando se construyó el tramo final del ferrocarril Chihuahua-Pacífico. Fue el último esfuerzo ferrocarrilero en México, recuerda Jiménez Espriú. Agrega: Su labor en la Secretaría de Obras Públicas partía de una concepción muy clara, la construcción de México la van a hacer los ingenieros y las empresas mexicanas, algo que ahora lamentablemente ya no existe; hoy se ve al extranjero.

En ese carácter, durante un discurso ante estudiantes de ingeniería, Barros Sierra delineó la importancia social de la disciplina: Al prestar este servicio, hay que recordar siempre que ninguna técnica representa un fin en sí mismo, sino que sólo es un instrumento para mejorar la vida humana en una colectividad.

Concluido el sexenio de López Mateos, en 1965, el entonces director de Petróleos Mexicanos, Jesús Reyes Heroles, lo convocó a participar en la fundación del Instituto Mexicano del Petróleo, del que fue nombrado primer director, el 31 de enero de 1966.

Si bien su paso fue fugaz, apenas de cuatro meses –antes de ser nombrado rector de la UNAM–, le permitió sentar las bases del nuevo proyecto desde su toma de posesión: la investigación en geología, geofísica, ingeniería petrolera, transporte, distribución de hidrocarburos, economía petrolera, química, refinación, petroquímica, diseño de equipo mecánico, electrónico, maquinaria y electrónica aplicada.

En septiembre de 1959, con ocasión del aniversario de la Independencia, correspondió a Barros Sierra, como integrante del gabinete, el discurso central, donde definió su visión como funcionario:

Para los servidores públicos es dable prescindir de actitudes negativas; abstenerse de las promesas sin base, cuyo incumplimiento genera la inercia y el escepticismo; preferir el relato fiel de lo que está logrado o en vías de consumarse a la pura declaración de buenas intenciones; no contemplar con desaliento el abismo entre lo necesario y lo posible, sino hacer cuanto esté en nuestras manos, con honradez y con eficacia.

Desde la intimidad de la visión familiar, su hija, Cristina Barros sintetiza la trayectoria de su padre como servidor público: fue siempre fiel a sí mismo y no permitió nunca que lo sedujera el poder.

Y ciertamente, su estirpe universitaria lo llevaría por otros derroteros alejados del sistema.