Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 8 de febrero de 2015 Num: 1040

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El acuerdo
Javier Bustillos Zamorano

Leonela Relys: elogio
de la maestra

Rosa Miriam Elizalde

Décimas para recordar
a Xavier Villaurrutia

Hugo Gutiérrez Vega

Szilágyi y la judicatura
Ricardo Guzmán Wolffer

Las mujeres de
Casa Xochiquetzal

Fabrizio Lorusso

Visiones de Caracas
Leandro Arellano

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Ana García Bergua

Una novela en la depresión

El escritor Orlando Barreto está deprimido. Pero no está deprimido ahora, sino desde hace mucho tiempo, como cuarenta años. Estar deprimido significa, para el escritor Orlando Barreto, una incapacidad, un desánimo, sueño, ver la televisión, escribir y leer en la cama, tomar Coca Cola, considerar cada actividad que signifique salir de su casa, hablar con gente, como algo totalmente cuesta arriba. La depresión –no sólo la de Orlando Barreto– es una enfermedad terrible, incapacitante, y sin embargo sujeta a cierta desconsideración: hombre, levántate, no es para tanto, es cosa de animarse, le dicen al deprimido, como si fuera un simulador. Pero eso no es verdad.  Y el escritor Orlando Barreto ha visto o ve a toda clase de médicos y se ha tratado, pero la enfermedad sigue ahí, en rachas desiguales, modificando el tiempo, convirtiendo en bruma el transcurso de la vida.

 “‘En efecto’, dice Don Quijote al salir de la cueva de Montesinos, ‘ahora acabo de conocer que todos los contentos de esta vida pasan como sombra y sueño o se marchitan como la flor del campo.’ Sí, piensa Orlando Barreto, pienso que soy y no soy Orlando Barreto, que soy y no soy el joven que fue Orlando Barreto, que soy y no soy el joven que fue joven, piensa Orlando Barreto, pienso yo, que no sólo pasan como sombras y sueños los contentos de esta vida; también los descontentos de esta vida pasan como las sombras y los sueños; todo se desagrega, se difumina, desaparece; todo tiene la consistencia de las sombras y de los sueños, y todo pasa con la misma velocidad; los ayes, los gritos y las palabras pasan; pero si todo pasa, ¿a dónde se dirige, a dónde se va después de que pasa?”


Luis Zapata

La nueva novela de Luis Zapata se llama, citando al Quijote, Como sombras y sueños (Cal y Arena, 2014). Es una novela escrita a fragmentos en los que se suceden la vida actual del escritor deprimido Orlando Barreto, la del joven que fue Orlando Barreto cuando le dio la depresión en el año posterior al “glorioso año” en que el hombre pisó la luna, y una serie de meditaciones sobre la muerte, la televisión, el cigarro, la hipocondría y todo lo que afecta a este personaje. Las listas y los pensamientos del escritor  Orlando Barreto sobre distintas cosas a lo largo de esa vida enclaustrada, junto con su diario y el diario del joven Orlando Barreto forman un flujo de voces en medio del transcurrir de esas sombras y esos sueños que llamamos vida, en el que pasa el tiempo conforme leemos y nos hacemos conscientes de ese paso inexorable, a la vez que vamos de una época a la otra, de un Orlando Barreto al otro que es y no es el mismo (y es y no es el narrador) con una naturalidad impresionante, es decir que con todo y lo tortuoso que podría ser el tema –piénsese por ejemplo en el libro que escribió Willian Styron–, Como sombras y sueños avanza con una ligereza sonámbula que nos atrapa hasta el final.

Ya en el celebérrimo Vampiro de la colonia Roma o en Siete noches junto al mar, por ejemplo, Luis Zapata mostraba el oído finísimo que tiene para retratar voces, conversaciones; pícaros y a la vez profundos, en sus libros más que presentar a los personajes, como si fuera un médico los ausculta, escucha su corazón y nos los muestra como ejemplo de desgracia o comedia siempre vivas. Lo que le sucede a Orlando Barreto es gravísimo, es terrible, pero los circunloquios del narrador, las vueltas y revueltas por distintas meditaciones, aprensiones, miedos y recuerdos de su personaje entrañable son también un paseo a veces francamente divertido, a veces desesperante, entre esos dos postes del comienzo de la enfermedad y un ahora inaprehensible que es también el ahora de la escritura, y que no cesa de transcurrir y a la vez no pasa:

“Avanza y no avanza, por más saltitos, saltotes y saltines que dé yo o que quiera dar, el tiempo no avanza pero la novela que no es novela al mismo tiempo avanza, o el tiempo de la novela que no es novela al mismo tiempo no avanza y la novela del tiempo real avanza, no consigo avanzar en el tiempo, en ese tiempo de esa casa embrujada en la que el tiempo corre pero no avanza, avanza pero no va más allá de ese año posterior al glorioso año, avanza pero no va más allá de los primeros días de ese año que ya no era el glorioso año sino más bien el funesto año en que enfrenté de veras el dolor…”

Virtuosa y conmovedora, la novela de Luis Zapata detiene el tiempo y a su manera sencilla en apariencia, Orlando Barreto nos da una lección.