Opinión
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Avenida con historia
M

uchas historias guarda la avenida Juárez, vía principal de acceso al Centro Histórico. Corre a un costado de la Alameda, el primer parque público del continente americano, que mandó construir en 1592 el virrey Luis de Velazco. A lo largo de los siglos se establecieron a su vera importantes instituciones, una de ellas fue el Tribunal de la Acordada, que surgió como respuesta a la violencia que padecía la ciudad de Mexico y sus alrededores. Pandillas de bandoleros asolaban los caminos y los asaltos estaban a la orden del día. Se creó mediante una cédula real expedida en 1715.

Ambulante en sus inicios, se le construyó al poco tiempo un lúgubre establecimiento en la hoy llamada avenida Juárez. Éste fue sustituido a fines del siglo XVII por una imponente construcción que diseñó el arquitecto Pedro de Arrieta. Fueron inumerables los abusos que cometieron los jueces del infausto tribunal, ya que aprehendían a los delincuentes, les hacían un juicio sumario y de inmediato los ejecutaban, colgando sus cabezas en el lugar del crimen, así se tratara de un robo simple. Para controlarlo se estableció una junta revisora que ayudó a que no se cometieran tantas injusticias.

Los delincuentes castigados con más severidad eran los salteadores de caminos, los ladrones sacrílegos, los incendiarios y los forzadores de mujeres. La pena mayor era la muerte, que podía ser mediante la horca, la mascada de hierro y la hoguera. A los que portaban armas prohibidas se les daban azotes por las calles; si eran mujeres se les exponía a la vergüenza pública y muchos eran enviados a los obrajes.

Aquí tuvo lugar la famosa revolución de la Acordada, la noche del 30 de noviembre de 1828, que llevó al poder al general Guerrero, tras el saqueo del mercado del Parián. El incidente causó escándalo mundial, ya que ahí se encontraban los comerciantes más importantes de América, entre otros, los que vendían las lujosas mercancías que arribaban por la Nao de China. Una de las consecuencias fue la expulsión de los españoles que se llevaron consigo sus capitales, agudizando la crisis económica, política y social.

Junto a la Acordada se encontraba otra triste institución: el Hospicio de Pobres, que se construyó en 1767. El edificio fue destruido casi totalmente por un fuerte temblor en 1845, por lo que fue sustituido por una hermosa construcción en un sobrio estilo barroco, pero de gran elegancia. Las litografías antiguas lo muestran con altos muros recubiertos de tezontle rojizo, balcones de hierro forjado, enmarcados de cantera y nobles portones de madera claveteada.

Otro bello edificio colindante, cuyo templo aún existe, fue el convento de Corpus Christi. Se estableció a principios del siglo XVIII exclusivamente para las indias nobles, hijas de caciques indígenas, hasta ese momento vetadas a la vida religiosas, pues se decía que eran de alma tierna y no aguantarían el rigor del claustro. Gran sorpresa causó advertir que superaban en devoción y severidad a sus contrapartes de sangre española.

Para probarlas les pusieron una restricción especial: no tomar chocolate y no propiciar que otro lo hiciera, esto que ahora suena fácil en esa época era una crueldad, ya que era una de las costumbres gozosas de la sociedad virreinal. Solía beberse al despertar, a media mañana, por la tarde y antes de dormir.

La descripción que hace Manuel Rivera Cambas de los tesoros que adornaban la iglesia es impresionante, pues la orden era muy querida y los opulentos caciques indígenas, orgullosos de sus hijas, la colmaban de bienes. De esa maravilla sólo se conserva el templo, que actualmente alberga el Archivo Histórico de Notarías.

¡Y llegó la hora comer! A unos pasos, en el número 38 se encuentra La Trainera, que ofrece sabrosa comida de mar. Para botanear van muy bien los tacos de marlín y las tostadas de jaiba. Los ceviches y el sashimi me gustan para comenzar y después el pescado empapelado relleno de pulpo y camarones, sazonado con chipotle, ajo y parmesano.