jornada


letraese

Número 222
Jueves 8 de Enero del 2015



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín hurtado

Diablo

Lo vi parado en una esquina y lo invité a subir. Se le notaba  que andaba de cotorreo. Los pelados medio borrachos son dóciles al tacto y sabrosos al paladar. Dijo llamarse Diablo. –Yo soy X, ¿ para dónde vas?, etc–. Él era de pocas palabras. Yo quise interpretar sus muecas como me dio la gana.

Yo venía escuchando música americana. Él empezó a mover los controles tratando de encontrar una canción de su agrado. –¿Y qué música te gusta? –. Silencio. Siguió oprimiendo los botones. Yo aproveché para tentar su bragueta. Diablo no reaccionó a mis escarceos, me dejó hacer. Anduvo de curioso en el cuadrante sin detenerse en ninguna estación. Introduje mi mano para constatar el volumen de sus genitales.

Con una mano yo atendía el volante y con la otra desabotonaba su pantalón. Su pene era delgado, pegajoso y flácido. Inerte. Me llevé la mano a la nariz y aspiré el olor a marisco. Diablo no dijo nada y siguió jugando con el estéreo.

Mi mano derecha estaba fuera de control, atareada en su entrepierna. Él no reaccionaba, ni siquiera cuando deslicé mis dedos hasta su ombligo y seguí más arriba, bajo su camiseta estampada con un demonio de cuernos retorcidos. Me dejé guiar por un camino de vellos que comenzaba en su pubis y subía hasta su pecho donde se abría en delicioso abanico. Aquella audacia me puso al cien. Le propuse entrar a un motel cercano. Viré hacia un barrio muy lúgubre entre bodegas industriales. No había luna, sólo una débil luz mercurial. –Quiero orinar, oríllate–. Detuve el carro.

Diablo caminó unos pasos en un lote baldío, se puso a mear de cara a unos arbustos. Su pudor natural me conmovió. Bajé del carro y encendí un cigarro. El muchacho terminó sus necesidades y luego se inclinó para recoger algo del suelo. Mientras, yo fumaba y espantaba los mosquitos. Diablo regresó, traía el pantalón desabrochado y el pene de fuera. –Dame dinero y voy–, dijo. Me negué.

Me arrojó con mucha rabia la piedra que traía escondida en la mano, pasó rozando mi cabeza y se estrelló en el metal del coche. Luego se me echó encima. Me abrazó. Diablo se puso a llorar.

–Disculpa– me dijo –pero no soy maricón–. Lo llevé hasta su colonia y no supe nada más de él.

 


S U B I R