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La sombra de Jack Bruce
C

omo tenía que ser, salió por la puerta de atrás, discretamente. Pero no en silencio. Apenas meses antes de su fallecimiento, Jack Bruce sacó Silver Rails (Esoteric Antenna, 2014), magistral como todas sus grabaciones de estudio; nuevamente con la colaboración de los virtuosos que tuvo por amigos, como Robin Trower y Phil Manzanera, y su hija, la rapera Aruba Red. Con hígado prestado, y deteriorada la vida, cerró en perfección su ciclo de medio siglo. Roger Waters reiteraría que nunca conoció un bajista mejor dotado. Bruce estuvo (y no lo notó nadie) en la médula del fenómeno que transformó al rock en música en toda la extensión de la palabra. Precozmente, pero con razón, José Agustín ya hablaba de una nueva música clásica en el año de La Crema, 1966.

Bruce nunca fue un improvisado. Tuvo de origen el registro completo. Criado en el nomadismo musical de sus padres, este escocés precoz estudió chelo clásico y jazz durante años, para aterrizar en 1962 en la crema y nata del blues-rock británico que comenzaba entonces su gran salto. Con inmejorable pedigrí llega en 1966 a Cream, en la compañía y el antagonismo de Eric Clapton y Ginger Baker. Procedía de las bandas de Alexis Korner, Graham Bond y John Mayall, nada menos que los padres-madres de la ola inglesa que transformó la música popular del mundo entre 1965 y 1970. Quizá fueron con Cream sus 15 minutos de fama, pero eso bastó. Por siempre ex miembro del power trio por antonomasia (más parejamente virtuoso que The Jimi Hendrix Experience, su estricto contemporáneo en la misma ciudad de Londres), algo más quedó asentado en la breve existencia de La Crema, agriamente disuelta en 1968: Bruce dominaba otro instrumento además del bajo eléctrico: su voz. Tenor desgarrado, determinó la textura vocal de Cream.

Luego resultó que Clapton era Dios. Y Jack no (More Jack Than God se titulará un disco de 2003). Pero sí, junto con Peter Brown, compositor de las piezas mayores del grupo, de Sunshine Of Your Love a Politician. En aquella época Clapton ya sonaba, y cómo, la lira, pero aún no se atrevía a componer. Y cuando lo hizo, nunca se salió del guión y se quedó en el blues, se lo comió entero; por eso es quien es, pero bajita la mano nunca corrió las aventuras extraordinarias de Bruce, quien en una entrevista reciente (Bass Player, junio de 2014) definía su posición en la música, él que siempre acompañó y estuvo acompañado por maestros, así: Una de las funciones del bajo es lograr que la canción suene bien, y si sólo la sigues nunca va a funcionar. Incluso con Cream había un montón de notas que no tocaba en las grabaciones. Tenía que ser relativamente funcional, pero hay formas muy creativas de hacerlo.

Cream realizó un acto alquímico singular y definitivo: naturalizó el jazz en el rock. De un sólo brochazo. Fue de hecho un trío concebido, por Bruce, como combo de jazz, pero nadie lo notó. Después de ellos, de su forma de tocar, todo fue posible. Estaban Traffic, Familiy, Spooky Tooth, Manfred Mann, Pentangle. No todo era Beatles, Kinks, Rolling Stones. Pero no fue fácil. Pronto Clapton y Baker mudaron al fugaz y muy cacareado supergrupo Blind Faith, con Steve Winwood y en vez de Bruce el gran bajista Rick Grech, de Family; o sea Cream sin él. Pero además de su costal de mañas, Jack tenía a la mano su bajo, su voz inimitable y su poeta. Con Peter Brown cometió Songs For A Tailor (1969) y les fue bien, pero en vez de quedarse en el lado pop de la vida saltó a los combos experimentales de jazz, las bandas radicales del rock y los compositores de vanguardia, como el austriaco Michael Mantler en Como es, suerte de ópera basada en Samuel Beckett. Al paso de los años la armaría con John McLaughlin, Billy Cobham, Tonny Williams, John Medezki. Con Frank Zappa (Apostrophe), Lou Reed (Berlin), Soft Machine (Land of Cockayne). Y no sólo en Como es colaboró con la audaz pianista Carla Bley.

Otra pasión que no abandonó fueron los tríos de considerable espesor, fugaces por naturaleza pero espacio para el virtuosismo minimalista: West, Laing & Bruce (secuela de Mountain), y sobre todo sus trabajos con Robin Trower, el hendrixiano guitarrista de Procol Harum, en Truce (1981) y Seven Moons (2008); como siempre, oro puro.

Todavía en 2012, sobreviviente de sí mismo y listo para entrar en calor, se instaló en La Habana con su cuate el guitarrista venezolano-inglés Phil Manzanera para tocar mambo en la orquesta de Augusto Enríquez. Una fuerza de la naturaleza lo define Trower, el requintista que mejor lo entendió. En cuanto a Clapton, resulta conmovedora su pieza acústica en memoria del amigo al enterarse de su muerte, rompiendo así su anunciado retiro; pero lo mejor es escuchar su solo final en la estremecedora Ships in the Night (1992, con Maggie Rilley). Rara vez estuvo Dios más cerca de sonar como Frank Zappa, merced a la alquimia de Jack Bruce, quien pocas veces como en esa canción estuvo tan cerca de cantar como los ángeles.