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Dilma Rousseff: recuperar la confianza
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or una pequeña ventaja, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, logró recientemente la relección. Al celebrar su triunfo dijo que tendrá que ser mejor presidenta que hasta ahora. No será fácil, pues ahora deberá entablar negociaciones con los partidos opositores en el Parlamento a fin de hacer realidad sus promesas de campaña. Entre ellas sobresale una gran reforma política que permita recuperar la confianza que los ciudadanos perdieron en los políticos y los funcionarios públicos por ineficientes y corruptos, de lo que no escapa la empresa mayor del país, Petrobras. A ello se agregan las medidas para que la economía vuelva a la senda del crecimiento, reducir la inflación, mejorar los servicios de salud, educación, transporte y agua potable, y acortar la desigualdad social y económica que hoy existe.

Pero la mujer de clase media, educada en una escuela de monjas, que se implicó muy joven en la guerrilla para luchar contra la dictadura militar, que sufrió 20 días de tortura y dos años de prisión, también tiene una deuda con el medio ambiente, y en especial con el pulmón del planeta: la Amazonia. Un año antes de que Dilma fuera elegida por primera vez, se denunció que seguía la destrucción de la Amazonia para fincar en ella especialmente el monocultivo de soya y la ganadería extensiva, so pretexto de llevar el progreso a millones de familias necesitadas de salir del atraso.

Sin embargo, varios estudios realizados en las áreas deforestadas demuestran que el florecimiento económico dura poco y las poblaciones donde tuvo lugar la destrucción de la selva viven en situación de pobreza. Lo que traería mejoría social y económica lo único que dejó fue nuevos ricos, más desigualdad, un medio ambiente inhóspito, con menos recursos para vivir. El progreso, en resumen, fue un espejismo.

La Amazonia brasileña alberga 40 por ciento de la selva tropical del planeta y es fundamental para la conservación de la biodiversidad, la regulación del clima y los ciclos biogeoquímicos. Por eso la urgencia de que, durante su segundo mandato, Dilma refuerce sus políticas e incentivos financieros a fin de lograr un desarrollo sostenible en ese inmenso territorio. Para ello deben excluirse actividades que destruyen ecosistemas milenarios y empobrecen más a la gente. Nada fácil será lograrlo, pues desde 1988 cada año se han perdido, en promedio, un millón 800 mil hectáreas de selva para dar paso a los monocultivos y a la ganadería extensiva, en un país donde millones de familias no tienen para comprar carne. Esa deforestación significa alrededor de un tercio de la que se registra en el planeta y contribuye al calentamiento global.

Durante el gobierno de Lula da Silva hubo avances efectivos para detener la deforestación, pero ésta continuó y hasta con apoyo oficial por conducto del Instituto Nacional de Colonización, al repartir tierras entre los más pobres que proceden a desmontarlas y establecer monocultivos, como denunció el que fue titular del medio ambiente, Carlos Minc. Pero esto es nada comparado con el daño que causan los que figuran en la lista de los 100 peores depredadores, publicada por dicha dependencia. Algunos hacen su tarea con la complacencia de las autoridades locales necesitadas de apoyo político y económico.

Detener la destrucción de la Amazonia debe ser una prioridad durante el segundo mandato de Dilma. Durante la campaña para relegirse se le exigió vigorizar las medidas que garanticen su buen estado con base en la creación de reservas naturales, la regularización de la propiedad de muchas pequeñas fincas, la promoción de sistemas agrícolas sostenibles. Y sobre todo, acabando con la impunidad que protege a los grandes propietarios, los que más destruyen el pulmón verde, y estableciendo medidas de control sobre sus actividades. Tarea nada fácil, pues esa minoría posee ya más de 800 mil kilómetros cuadrados de los 5 millones que mide la Amazonia brasileña.

Dilma logrará ser mejor presidenta, si lleva a buen término las reformas políticas, sociales y económicas que prometió y si no permite más la corrupción. Y en lo ambiental, si la Amazonia deja de ser el botín de los grandes intereses económicos.