Opinión
Ver día anteriorLunes 27 de octubre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Prevención de desastres
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ace siete años la Comisión de Protección Civil de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal divulgó un documento donde se afirma que más de 3 millones de habitantes de la ciudad de México viven en cinco delegaciones de elevado riesgo sísmico: Álvaro Obregón, Cuauhtémoc, Benito Juárez, Gustavo A. Madero y Venustiano Carranza. Que ello es cierto lo demuestran la destrucción que dejó el sismo de 1985 en las colonias Cuauhtémoc, Roma, Hipódromo, Condesa, Guerrero, Doctores y Narvarte, por ejemplo. Pero no solamente por los sismos corren peligro cientos de miles de personas en la ciudad, pues viven en áreas muy frágiles. Es lo que ocurre con quienes tienen sus viviendas en las barrancas que existen en varias colonias de las delegaciones Cuajimalpa, Álvaro Obregón, Iztapalapa y Contreras. En no pocos casos se trata de asentamientos humanos irregulares cuya vulnerabilidad aumenta especialmente con las lluvias.

A lo anterior se agrega que los cauces de las corrientes de agua en las partes altas de la ciudad se encuentran azolvadas por la basura más diversa, lo que impide que fluyan normalmente, ocasionando inundaciones y poniendo en peligro la vida y los bienes de miles de personas. Las lluvias cada vez más intensas y frecuentes demuestran que virtualmente toda la metrópoli está expuesta a daños por inundaciones. En la actual temporada las principales vías de comunicación se han inundado con más frecuencia que antes. En ello tiene que ver tanto las precipitaciones pluviales como que algunas obras efectuadas para captarlas son insuficientes, están mal planeadas y hechas.

Lo mismo ocurre en las ciudades más importantes del país, si nos atenemos al inventario del suelo que elaboró la Secretaría de Desarrollo Social cuando era la responsable del desarrollo urbano y el ordenamiento del territorio nacional. Según dicha dependencia, de las 121 ciudades con más de 50 mil habitantes, 25 figuran como de alto riesgo y otras 36 con riesgo medio. La mayoría de las primeras se localizan en la franja costera, donde se ha permitido la urbanización de extensas zonas en las que el agua de lluvia o los huracanes pueden ocasionar desastres, como en Veracruz, Villahermosa, Los Cabos, Acapulco, Zihuatanejo, Puerto Vallarta, Cancún, Tampico, Campeche, el corredor Coatzacoalcos-Minatitlán-Cosoleacaque-Cangrejera, Puerto Escondido y Mazatlán. En todas existen asentamientos irregulares en terrenos de alto riesgo por sus condiciones naturales o estar situados en las orillas de ríos cuyo caudal crece en la temporada de lluvias.

Ante el peligro que lo anterior significa para millones de personas, en el citado inventario se apremia a instaurar una estrategia nacional en la que participen los tres niveles de gobierno y la iniciativa privada con el fin de evitar, de una vez por todas, asentamientos humanos en zonas de riesgo. Para tal fin hace falta un presupuesto mucho mayor del que se dedica a reubicar a quienes viven allí. En 2011, por ejemplo, apenas fue de 2 mil millones de pesos que sirvieron para atender, de manera preventiva, a 5 mil familias, cuando las que están en situación de riesgo suman más de 300 mil.

En este sexenio las instancias oficiales divulgaron sus políticas para poner fin a la ocupación irregular del suelo. Pero la realidad nuevamente se impone, pues la mancha urbana crece a un ritmo de 50 hectáreas al día, en forma desordenada, ignorando los requerimientos de transporte y servicios y las consideraciones de tipo ambiental. Esto, a pesar de que, en el papel, las 32 entidades de la República dicen contar con un programa de ordenamiento territorial. Sin embargo, no existen mecanismos que garanticen su cumplimiento. Además, cada uno de los 2 mil 500 municipios del país debe tener un reglamento de construcción, pero sólo 100 cuentan con uno. Pero aun en estos casos no responden a las exigencias de la sustentabilidad, el cambio climático y la urgencia de disminuir la generación de gases de efecto invernadero.

Todo lo anterior explica por qué cada temporada de lluvias fallan los programas de protección civil y prevención de desastres. Hay que comenzar por el principio, por evitarlos.