Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de septiembre de 2014 Num: 1019

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cabriolas
Carlos Martín Briceño

El defensor del ruido
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Mario Lavista

Dos filmes sobre el
golpe de Estado chileno

Marco Antonio Campos

Adolfo Bioy Casares
cumple cien años

Harold Alvarado Tenorio

Las edades narrativas
de Bioy Casares

Gustavo Ogarrio

Carta a Descartes
Fabrizio Andreela

El espejo
Miltos Sajtouris

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jair Cortés
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Twitter: @jaircortes

Bailando en Odesa, de Ilyá Kamínsky

Mientras que la memoria reconstruye un mundo perdido, la poesía le da sentido a ese conjunto de recuerdos y los ordena de tal manera que de la experiencia emerge un nuevo continente: el de la palabra. En esa tierra fecundada por la nostalgia y el deseo de erigir nuevos mundos es que florece el deslumbrante libro Bailando en Odesa (Valparaíso Ediciones, México, 2014), de Ilyá Kamínsky (nacido en Odessa, Unión Soviética, hoy Ucrania, en 1977). Este libro, traducido del inglés al español por G.A. Chaves, es un movimiento migratorio: “Salimos de Odesa con tanta prisa que dejamos olvidada fuera de nuestro edificio una maleta llena de diccionarios en inglés. Vine a América sin un diccionario, pero algunas palabras permanecieron:/ Olvido: un animal de luz. Un pequeño barco encuentra viento y largas velas.” La danza del lenguaje poético también pasa de la infancia a la conciencia de la muerte y de ahí a la única resurrección posible, la revelación poética, como en el poema “Oración del autor”: “Si he de hablar por los muertos, tendré que abandonar este animal que es mi cuerpo,/ deberé escribir una y otra vez el mismo poema, porque una página vacía es la bandera blanca de su rendición./ Si he de hablar por ellos, deberé caminar sobre el filo de mí mismo, deberé vivir como un ciego/ que corre por los cuartos/ sin tocar los muebles.” La poesía de Kamínsky está en constante movimiento, salta, baila entre un idioma y otro, entre la realidad y la ensoñación: “Hasta dormir es orar, Señor,/ yo he de alabar tu locura, y/ en un idioma no mío, hablaré/ de la música que nos despierta, la música en que nos movemos.”

Despedirse de los otros para encontrarse a sí mismo es una de las premisas que encontramos en Bailando en Odesa, un libro ritual que marca su propio ritmo, primitivo, porque construye una mitología personal compuesta a partir de relaciones familiares (consanguíneas y literarias) que incluyen a la madre, una tía, un maestro, Paul Celan y Josef Brodsky, entre otros, por igual. G.A. Chaves dice que Bailando en Odesa “ha generado una constante ola de comentarios y reseñas entusiastas, y entre los elogios más recurrentes se ha enfatizado la exuberante imaginación del autor, quien ha sido capaz de unir dos géneros en apariencia incompatibles: la poesía moderna y algo sugestivamente cercano a los cuentos de hadas”.

Ilyá Kamínsky (quien ha merecido diversos reconocimientos en Estados Unidos, donde radica desde los dieciséis años) es un poeta de voz madura y poderosa:  “En mis venas/ largas sílabas tensan sus cuerdas”, nos dice a manera de manifiesto. El lector está frente a un extraordinario poeta cuya vitalidad se nutre por la energía de dos reinos que danzan magistralmente por medio de la poesía: el de la memoria y el de la imaginación.