Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de septiembre de 2014 Num: 1018

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los alegres y sonrientes
Manuel Martínez Morales

José Juan Tablada: las palabras del cómplice
Teresa del Conde

Juventino anda
Sobre las olas

Leandro Arellano

La caída del Muro
de Berlín: el fin
de la dualidad

Xabier F. Coronado

Berlín 25 años después: sinfonía de una metrópoli
Esther Andradi

¿Hablar o no
hablar inglés?

Edith Villanueva Siles

Columnas:
Perfiles
Gustavo Ogarrio
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Pocas pero repetidas

Como podrán recordar los cuatro lectores de esta columna, hace un par de semanas hubo desgraciado motivo para hablar de cómo se materializa, en hechos irrefutables, un colonialismo cultural del que somos unas víctimas de respuesta más bien pasiva. Pues bien –o dicho sin formulismos: pues mal–, una semana como la recién concluida registró una “mejoría” que apenas alcanza el nombre: de veintiún películas en cartelera comercial, la fabulosa cifra de tres son mexicanas: la aquí ya referida Guten Tag, Ramón, Casi treinta (Alejandro Sugich, 2014) y Más negro que la noche (Henry Bedwell, México-España, 2014).

Más allá de la nacionalidad de los filmes, destaca la persistencia de esa inercia desoladora que hace de la oferta cinematográfica un permanente déja vu: es tremendamente complicado hallar, en esas dos decenas de propuestas, cualquier atisbo de originalidad, y ésta pareciera ser evitada como si se tratara de la peste, de un delito o un pecado. De hecho, hará un par de semanas que a este ponepuntos le tocó leer una nota periodística en la que se hablaba –como si se tratara de algo intrínsecamente positivo, beneficioso para el cine en general y para la exhibición fílmica nacional en particular– de los estupendos e incomparablemente superiores resultados ($) que se obtienen al producir películas con tema, personajes, historia o contexto previamente “probados”; en otras palabras, ya expuestos, explotados y exprimidos.

Guan mor taim –aguén an aguén

Como es bien sabido, esa y ninguna otra es la razón por la cual existe toda suerte de secuelas, “precuelas”, segundas, terceras y enésimas partes, pero también y todavía peor, la repetición simple y crasa de algo que ya se filmó una o más veces –normalmente lo segundo. De ahí proviene esa falsa novedad, apolillada y carcamala, que todos los jueves regurgita cinco o seis estrenos cuya principal característica, y salvo excepciones muy escasas, consiste en apestar a viejo. ¿O a qué otra cosa puede oler algo como Lucy (EU, 2014), cinta con la que el alguna vez excesivamente festejado Luc Besson demuestra que lo suyo también es la autorreferencialidad, cuando no el autofusil, el refrito más grosero? En calidad de Nikita reciclada, aquí Scarlett Johansson es puesta en una circunstancia que, fuera de nimiedades prescindibles, a lo único que mueve es a compararla con su antecesora francesa, ejercicio del que no puede salir bien parada, por muy bueno que sea su desempeño, por la sencilla razón de que ella es la copia.

¿A qué huele, desde su agujero, esa cosa titulada en español Llamando a Ecco (Crispin Struthers, Dave Green, EU, 2014), si no a las sobras de las sobras argumentales de E.T., el extraterrestre, esa cinta sobrevalorada no en opinión de muchos pero sí de algunos –el autor de estos despotriques cuenta como “algunos”–, con la que Steven Spielberg demostró que la ciencia ficción y la gazmoñería sí caben juntas en un solo paquete? Quitado el elemento infantil, pero sobre todo quitada esa vocación de bobería tan característica de cierto cine estadunidense de los años ochenta, a esta burrada contemporánea le toca arrostrar con todos los defectos y ninguna cualidad en el re-planteamiento de un argumento que tampoco era original en manos del inefable Spielberg, pues existe al menos desde los años cincuenta.

Pero como no sólo en Hollywood hace aire y acá también se cuecen habas, en este momento el emblemático Carlos Enrique Taboada ha de estar, dirían los clásicos, revolcándose en su tumba: la dispareja suerte que sus míticos filmes han sufrido a la hora en que este o aquel cineasta contemporáneo ha querido “actualizarlos” –ya pasó con Hasta el viento tiene miedo y El libro de piedra–, se puso dromedaria en manos de un tal Henry Bedwell, y para colmo, en jamás gloriosa y por lo regular inane tercera dimensión. No es que Lucía Méndez y compañía, en aquellos ayeres de la versión original, hayan compuesto algo insuperable, pero hay algo en la versión primera que en la segunda no aparece ni por equivocación, y que tal vez pueda ser definido como candor, sólo que uno muy ad hoc para la historia de gatos vengativos que se cuenta. Esta noche de hoy no es más negra ni más noche que la de Taboada y sólo viene a demostrar, como las otras mencionadas, que para algunos el cine no consiste sino en algo así como un saqueo permanente del baúl de su abuelita, donde pueden encontrarse objetos tan viejos que no parezcan eso, sino antiguos y, por lo tanto, novedosos para el espectador contemporáneo. Ajá.