Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de septiembre de 2014 Num: 1018

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los alegres y sonrientes
Manuel Martínez Morales

José Juan Tablada: las palabras del cómplice
Teresa del Conde

Juventino anda
Sobre las olas

Leandro Arellano

La caída del Muro
de Berlín: el fin
de la dualidad

Xabier F. Coronado

Berlín 25 años después: sinfonía de una metrópoli
Esther Andradi

¿Hablar o no
hablar inglés?

Edith Villanueva Siles

Columnas:
Perfiles
Gustavo Ogarrio
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Leandro Arellano

Juventino en 1868

Como en no pocas biografías de numerosos autores de la antigüedad, poco se sabe con certeza de la existencia de Juventino Rosas, muy contados datos de su vida se conocen a pesar de la cercanía del México de la segunda mitad del siglo XIX. Mas no sólo eso comparte con aquéllos pues, sobre todas las cosas, su obra toca virtudes de los griegos, quienes entre todos los valores destacaban la belleza. La humanidad posee pocas cualidades más altas.

A más de un siglo de su muerte, su obra se mantiene viva y rozagante. El Álbum musical de Juventino Rosas, publicado por el gobierno del estado de Guanajuato en 1994, en recordación del primer centenario de su fallecimiento, contiene parte de su creación, “aproximadamente la tercera parte de su producción”. Se trata de treinta y dos obras, lo cual significa que Juventino debió crear alrededor de un centenar de piezas: valses, romanzas, danzas, danzones, mazurcas, polcas, marchas, chotises...

La música popular mexicana del siglo XX es formidable. Durante una época, la fortuna me llevó a buena parte de los países asiáticos del Pacífico, donde con grata sorpresa iba hallando que en restaurantes y hoteles en los que me alojaba casi siempre contaban con piano o algún grupo musical en el vestíbulo, cuyos repertorios nunca fallaron en la inclusión de varias piezas mexicanas. En Osaka y Kuala Lumpur, en Manila o Singapur, en Bali y Hong Kong se siguen escuchando reiteradamente “La cucaracha”, “Bésame mucho”, “Cielito lindo”, “Esta tarde vi llover”...

Aunque no pertenece al género popular, entre la música mexicana quizá ninguna obra es tan conocida en el mundo entero como Sobre las olas, el mejor vals vienés, como decía José Emilio Pacheco. Su enorme difusión no impide que muchos ignoren que se trata de un vals de autor mexicano, pues es conocido en todas las lenguas y países: Uber den Wellen, Sur les vagues, Over the weaves...

Obertura

Entre la República liberal y el Porfiriato vivió su corta vida el artista. Nació Juventino cuando se establecía la República liberal, fresca aún la memoria del Imperio de Maximiliano de Austria, el 25 de enero de 1868, en Santa Cruz de Galeana, Guanajuato, una fértil población agrícola en el corazón del Bajío, cercana a Celaya. La pequeña ciudad lleva hoy el nombre de su hijo más dilecto.

Los padres de Juventino fueron Jesús Rosas y Paula Cadenas. De origen humilde, su padre militó en las filas republicanas, siendo músico de oficio. Fue su padre quien le enseñó a tocar el arpa y el violín, y pronto sorprendió Juventino a los oyentes con su virtuosismo.

Agotado y empobrecido el país por las sucesivas guerras y levantamientos, la familia se marchó a Ciudad de México en 1880, cuando Juventino contaba con doce años. Allá, la familia formó un grupo musical ambulante, en el que el padre tocaba el arpa, Juventino el violín, su hermano Manuel la guitarra y su hermano (o hermana) Patrocinio, cantaba.

La familia vivió con pobreza y dificultades en el barrio de Peralvillo, donde Juventino trabajaba como campanero y cantaba en una iglesia de la zona. Luego, los Rosas formaron parte de dos orquestas de baile: la de Los hermanos Elvira y la de Los hermanos Aguirre.

En 1885 Juventino ingresó al Conservatorio Nacional de Música, con el apoyo y aliento del doctor Manuel M. Espejel –admirador de su talento. Ahí empezó a estudiar solfeo y teoría musical, y habría contado entre sus maestros a un discípulo de Verdi. A partir de las enseñanzas y de su paso por el Conservatorio se construyó una técnica sólida; el resto lo produjeron su sensibilidad y su vocación, cumpliéndose así la primera ley del creador: crear.

Deambuló más adelante en varias orquestas de pueblo y así fue a parar a Cuautepec, en el Estado de México, donde al parecer enseñó música y fue maestro de escuela.

Hacia los veinte años de edad, Juventino compuso el vals que le daría inmortalidad. Difieren las versiones sobre el lugar que lo inspiró y las circunstancias de su composición, igual que sobre el nombre original. Pero ninguna duda hay de su autoría y de su inspiración: una mujer que amaba, Mariana o Dolores. ¿Sólo la pasión es fecunda?

Pronto el vals se hizo famoso y, como si hiciera falta, para confirmar su capacidad, Juventino compuso el vals Carmen, dedicado a Carmen Romero Rubio, esposa de Porfirio Díaz, el cual alcanzó tanta fama en ese entonces como Sobre las olas. La Casa Editora Wagner y Lieven imprimió la obra de Juventino entre 1888 y 1892.

Allegro ma non troppo

Hay testimonios de que Guillermo Prieto, Manuel Gutiérrez Nájera y Juan de Dios Peza frecuentaban los círculos sociales donde Juventino tocaba en aquellos años noventa del siglo antepasado, y Amado Nervo lo elogia sin reparo. Hacia 1890 alcanzó el cenit de su gloria pero, más adelante, al parecer una decepción amorosa lo hizo volver al alcohol, flaqueza contra la que ya había batallado anteriormente. Habría llevado una vida pobre y no muy ordenada, dejándose arrastrar por la bohemia.

Como tantos otros guanajuatenses –una tradición que no se detiene a pesar del tiempo–, Juventino se encaminó hacia el norte, y de paso tal vez se detuvo a tocar en Monterrey y Saltillo. Hace falta una investigación seria sobre los meses durante los cuales Juventino recorrió tierras estadunidenses, pero se sabe de firme que participó en la Exposición Internacional de Chicago, la cual tuvo lugar del 1 de mayo al 30 de octubre de 1893. Allí fue ovacionado y obtuvo varios premios; luego se presentó en otras ciudades de aquel país hasta que zarpó de Tampa, Florida, con destino a La Habana, adonde arribó el 15 de enero de 1894.

Al frente de la orquesta de una Compañía Italo-Mexicana, Juventino hizo una gira exitosa en La Habana y luego en varias ciudades de la isla: Matanzas, Santa Clara, Cienfuegos, Santiago... El 30 de junio preveía embarcarse a Nueva York y de allí continuar su viaje a Europa, pero lo retuvo una enfermedad.

Con todos los cuidados médicos disponibles, el 9 de julio de 1894 murió Juventino, a causa de una mielitis –inflamación de la médula espinal–, en el poblado de Batanabó, cuando sólo contaba con veintiséis años de edad. Sus restos fueron trasladados desde Cuba en 1909 y la urna fue depositada en el Panteón Civil. En 1939 fue trasladada a la entonces aún llamada Rotonda de los Hombres Ilustres.

Piu vivace

Con sólo escuchar su nombre, asociamos la imagen del vals con Viena, sobre todo con la era del imperio de Francisco José, quien reinó contra viento y marea de 1848 a 1916, y cuya caída abrió las puertas a la Europa parlamentaria y democrática del siglo XX.

Más allá de las definiciones, casi todos podemos identificar el ritmo del vals: una música suave, sencilla y honda, que todos acogemos con gozo. la palabra “vals” proviene del alemán walzer, wälzen: girar, rodar. Es un elegante baile musical a ritmo lento, que surgió en El Tirol hacia el siglo XII, aunque fue hasta el XVIII cuando adquirió notoriedad. En los orígenes tenía un movimiento asaz lento, pero se fue transformando en una danza de ritmo más vivo y rápido.

¿Qué mejor sitio para su desenvolvimiento y consolidación que el entorno majestuoso y romántico de la Viena de los Habsburgo? La imagen del emperador Francisco José quedaría incompleta sin la compañía y el ensueño que envolvió al imperio, del hado cautivador y romántico que se creó alrededor de la Viena decimonónica. Por cierto que alrededor de la emperatriz Elisabeth, Sissi, el cine del siglo XX divulgó una imagen que no correspondía con el carácter de la esposa de Francisco José, pues no obstante pertenecer a la nobleza por derecho propio, no compartía las rigideces del ceremonial palaciego.

Era la Viena del fin de siécle, ésa que construyó el formidable impulso que dio al mundo la generación de preguerra mundial en los más variados campos de la cultura, el arte, la música, la ciencia, la economía; la etapa que formó a los espíritus de Sigmund Freud, Arthur Schintzler, Hugo von Hoffmansthal, Otto Wagner, Gustav Klimt, Arnold Schoenberg, Oskar Kokoschka, Adolf Loos, Karl Kraus, etcétera.

Varios compositores inmensos, como Tchaikovsky y Chopin, compusieron valses famosos, pero es Johann Strauss, el compositor vienés, con quien ese ritmo alcanzó su máxima expresión. Strauss colmó el universo por el que se conoce el vals hasta la fecha: Emperador, Sangre vienesa, Cuentos de los bosques de Viena, Vida de artista, Voces de primavera, Danubio azul, son obras suyas. A Strauss se le llamó el rey del vals.

Contemporáneo de Strauss y Franz von Suppé, Juventino se hallaba muy alejado geográficamente de los paisajes que los inspiraban a ellos. Además, en el México hondo de aquel entonces se fermentaban las fuerzas que desembocarían en la explosiva revolución social de 1910. La corta vida de Juventino no tuvo demasiadas opciones entre la pobreza y la paz porfirianas. Pero el tiempo del artista es distinto al tiempo del calendario.

El Danubio, los bosques, las montañas, la nieve, el frío que caracterizan a Austria, poco se asemejan a los valles semiáridos del Bajío, donde transcurrió la infancia de Juventino. Si la música revela la grandeza del silencio, como quería Una-muno, la inspiración de Juventino se resolvía en contrapunto con el silencio y los aires del altiplano en una creación de arte mayor. La obra del joven guanajuatense fue resultado de su poderosa sensibilidad y de su ingenio.

Finale maestoso

El currículum escolar mexicano no parece muy interesado en las artes musicales en la actualidad. Aunque no solfeo ni teoría musical, en nuestra adolescencia recibimos en secundaria clase de música. Pero fue mi hermana mayor quien me aficionó a los valses de Strauss, sin sospechar que años más adelante la fortuna me llevaría a una estancia en Viena como diplomático, por poco más de cuatro años.  

Entre los gozos de aquella estancia insiste la memoria en una tarde de otoño de 1984. Vestidos impecablemente, las damas de vestido largo y blanco y los varones de riguroso smoking negro, e invitados no recordamos bien si por las autoridades de la ciudad o la Cancillería austríaca, acudimos al baile de gala anual de la Neue Hofburg, el palacio de invierno de los emperadores, transformado ya en Centro de Conferencias. Toda la velada consistió en nada más que bailar vals, comprobando que bailarlo efectivamente consiste en girar sobre todo, ritmando los compases con deslizamientos uniformes y agilísimos. No desentonaron, entre las austríacas, las notas del compositor guanajuatense.

En su libro Éxodo y las flores del camino, Amado Nervo se conduele de las vicisitudes que le tocó encarar al maestro guanajuatense, al tiempo que asombrado narra cómo, ya en su tiempo, en su propia época –al turnarse los siglos XIX y XX– escuchaba el famoso vals en un buque a su paso por las costas irlandesas, en tabernas y cafés de París, en una sala de conciertos en Zurich, las mayoría de las veces con desconocimiento del verdadero autor.

Más penosa aún debió ser la pobreza que asoló al iluminado Juventino, cuyo ingenio e inspiración le hubiesen ofrecido mejores posibilidades de vida en naciones menos inequitativas. Vocación constante y fervientemente desarrollada la de Juventino, a juzgar por las contrariedades que a cada rato debieron desviarlo o distraerlo.

Pero no hay que verlo todo por el lado trágico; hay que verlo con largueza. El hombre no perdió su anhelo ni su combustión espiritual, y fue a la postre un artista que se situó por arriba del promedio. Juventino vive en la memoria de los hombres y de los siglos. En Youtube se puede hallar, entre muchas, la interpretación de una orquesta rusa con enorme sentimiento, con la misma pasión que le infunden las bandas de viento de Guanajuato.

Mediante la teoría musical sabemos que la música sólo puede expresar sentimientos y estados de ánimo, pero Pablo Neruda halló una virtud adicional. En su librito Comiendo en Hungría escribe: “Sobre las olas, este vals que hace cosquillas en el recuerdo.”