Opinión
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Bienal Tamayo: consideraciones aleatorias
L

os vericuetos y objetivos de la pintura son inabarcables, no tanto así los de cada pintor ni los de cada generación. Me sobreviene la impresión de que, hoy día, la pintura como tal quiere rebasarse a sí misma, quiere ir más allá de lo que el mismo medio ofrece, al menos en México, y no me refiero a formatos, a despliegues en relieve o a la división de un todo en varias partes, eso es dominio común desde hace décadas.

Lo que hace falta, pero no creo poder explicarlo, es la voluptuosidad que la buena pintura de todos los tiempos provoca en el ojo, en el tacto, en toda la persona del espectador debido a que sus practicantes mejores se regodearon con el medio, extrayéndole posibilidades que le son inherentes, ya se trate de texturas, saturación, luminosidad, contrastes, es decir, lo que corresponde al color, a sus mezclas, densidades, formas de aplicación, pero en la misma medida en conjunción con la gestalt, es decir, con la estructura, con el hecho que tanto exploró Klee, pintor que lograba contundencias con pocos elementos y en pequeños formatos. Según sus nociones la virginidad de la tela, del papel o de cualquier soporte, puede hacer aparecer algo que no existe tal cual en la naturaleza, pero que de algún modo está originalmente contenido en ella sólo que no de modo totalmente perceptible o reconocible. Es un sabor placentero que rebasando la bienhechura es patrimonio de toda pintura, incluso en la que procura esas modalidades casi hiperrealistas –presentes aquí en el rubro de retratos– mismos que felizmente no pretendieron ser tomadas como fotografías.

Hay retomas de tendencias o movimientos y algunas de ellas son afortunadas, por más que puedan calificarse de demasiado decorativas. Pero lo que hay que considerar es que toda pintura decora, hasta los más aguerridos murales de Orozco en San Ildefonso o Guadalajara. Decora con más razón aquello que puede encontrarse en un conjunto de obras que son en altísimo porcentaje de caballete.

Una excepción es la instalación de portadas de libros simuladas, que por cierto me entretuvo mucho debido a que me interesa la apariencia de los libros, obviamente además de sus autores o sus contenidos. Estas portadas que implican dosis de trabajo dignas de mejor causa, van desde Charles Saatchi hasta el Larousse ilustrado, Carlos Fuentes y Kafka. Lo que ves no es lo que es, nos dice esta participación.

Según mi criterio, este alarde de trampantojo que además dibuja en la mampara una composición, se perjudicó debido a que la autora incluyó a los pies de la misma un montoncito de volúmenes, que funcionan como documentos reales de contraste. En cuanto a intención, me recuerda la fotografía de Mariana Dellekamp que obtuvo el premio principal en la pasada Bienal Femsa y puedo mencionar su nombre porque Dellekamp no está presente en la selección.

Con esto digo que sí hay piezas que pueden llamar la atención en este conjunto, a veces en sentido negativo, otra obra que me provoca comentario por ilustrar exactamente lo que quiero expresar respecto de que la pintura no se conforma con ser pintura, es una especie de plafón de acrílico logrado a través de la transmisión de restos picturales con recorte lasser de B-White, explica la cédula.

Menciono la pieza no porque me parezca incompetente, sino porque creo que ejemplifica ese pensamiento de que la pintura actual se rechaza a sí misma, acudiendo a la idea de que los signos o los residuos pueden funcionar como alusiones conceptuales de un quehacer que, por prejuicio, objeta evidenciarse como tal en su concreción, por lo que recurre a ingredientes emblemáticos. Al usar el término emblema, aclaro que no objeto el emblema como tema, una de las piezas mayormente mencionables es un cuadro emblemático debido a su motivo principal, además de que explora con inteligencia pictórica varias modalidades estilísticas con sentido simbólico en un mismo soporte.

Posibles lectores quizá se pregunten, ¿por qué esta nota rehúye mencionar nombres de artistas? Aún no se efectúa la premiación y no quiero balconear abiertamente mis preferencias de autores, posiblemente después lo haga. Una manera de premiar consistiría en convocar a un público numeroso a que votara por sus obras predilectas. Pero pienso que pueden sobrevenir dificultades en cuanto a las preferencias, aunque el método se usa en certámenes cinematográficos con varias categorías de premios. Así que las autoridades convocarán un jurado de premiación y los integrantes desplegarán sus argumentos, cosa que por cierto siempre se ha hecho, para dirimir estímulos de adquisición que cuantitativamente no son muy adecuados, y con tal observación termino mi incursión.

Los pintores de trayectoria sólida que todavía se verían ganosos de participar debido a que un premio en la Tamayo es indudablemente una distinción, ya no concursan (hay excepciones) debido a que el monto del galardón suele estar por debajo del valor de mercado que sus obras pudieran guardar en la actualidad. Esa es una razón, pero no la única, por la que el conjunto actual corresponde en gran porcentaje a artistas muy jóvenes y a productores en etapa formativa.