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¿La Fiesta en Paz?

Sureste mexicano, la otra tauromaquia

Cuatro víctimas en un año

Observaciones de Mónica Bay

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Los forcados, centenaria tradición portuguesa de pegar toros a cuerpo limpio, adoptada únicamente en México desde hace casi cuatro décadasFoto Botello
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ras el fallecimiento del forcado Eduardo del Villar, tras una cornada que lesionó la vena iliaca derecha al realizar la segunda pega al primero de la tarde, el domingo 18 de mayo en Seybaplaya, Campeche (9 mil habitantes), una versión sostiene que del Villar fue trasladado de inmediato en ambulancia a un hospital de la ciudad de Campeche, donde se hizo todo lo posible por salvarlo, y según otra, por fin apareció una ambulancia con chofer, pero sin doctor ni paramédicos y tardó casi una hora en llegar al hospital.

Ese mismo día, en la plaza de Maní, Yucatán (6 mil habitantes) falleció el novillero yucateco Luis Miguel Farfán, luego de ser herido en el abdomen y llevado a un hospital de Mérida, donde murió a causa de un choque hipovolémico (reducción del volumen sanguíneo en la circulación) por perforación de vísceras toracicoabdominales por cornada de toro. Farfán –tercera víctima en un año en esas plazas yucatecas de trancas que combinan jaripeo con toreada a reses que llevan de plaza en plaza–, al igual que tantos otros decidió vestirse como pudo y echar capa a lo que fuera por ganarse dos pesos. En estos casos confluyen el destino y el desamparo, la raya y la absoluta falta de atención médica, que tampoco la hay para los pobladores.

Mónica Bay, periodista y editora defeña radicada en Cancún, me dice que en abril de 2013 murió Santos Gaspar May Hau El Tío, torero de la legua, a consecuencia de una cornada en el tórax, en Xoy, Yucatán. Cantidad de muchachos lidian en pueblitos ínfimos ganado que sabe hasta latín, de media casta, toros famosos porque en todos lados los han toreado ya, y se juegan la vida en medio de la nada, y para nada. Sin asistencias médicas, sin un centro de salud cercano y con escasa técnica, nadie puede decir que son menos toreros que los otros. En esos lugares, igual que en la plaza más importante, se ve de frente a la muerte, pero más fea y más cerca, porque se torea con todas las desventajas.

Son hombres que exponen su vida –añade Mónica– como el que cobra millo- nes de pesos cada tarde, sólo que en un mundo modesto y polvoriento, sin caras bonitas ni cuerpos perfectos, pero donde también se respiran ilusiones, se vive la gloria de una tarde en un pueblo que no aparece en ningún mapa, y donde lo más importante que sucede en todo el año es justo ese festejo, y los que participan en él son los personajes del momento, y los niños quieren ser como ellos y las niñas se enamoran por primera vez. Si no conocemos esta cara de la fiesta, no sabemos nada. Detrás de esos trajes roídos por el sol, remendados y oxidados, está la parte más humana de la fiesta y su arraigo centenario en el pueblo.

Laureano de Jesús Méndez, otro torero de la legua, murió en diciembre de 2013 a consecuencia de una cornada en la cabeza –prosigue Mónica, dolida más que indignada. Sucedió en Xuilub, municipio de Valladolid, de donde, según dicen, fue trasladado a un hospital en un automóvil particular, muriendo al llegar o antes o quién sabe… la información fue muy escueta pues nadie era importante, pero la muerte está donde tiene que estar.

En estos festejos no hay asistencias médicas y tampoco recursos. ¿Qué se hace en esos casos? Sin todos los protocolos de seguridad, ¿no hay evento? Vivimos en un país surrealista y tercermundista, donde muchas cosas suceden sin previsión ninguna y donde muchas tragedias no suceden de puro milagro. Empezando por las plazas, que en el sureste llaman tablados. No dudo que estén hechas con materiales resistentes, que lleven muchos años siendo usadas y que la gente se trepe en ellas y no haya pasado nada. Pero, ¿quién supervisa estas construcciones?, ¿un perito autorizado por el municipio garantiza que resisten al número de personas que entran, sobre todo en ferias importantes como la de Tizimín?

Y entonces vemos que no sólo es la falta de asistencia médica para los toreros. Es la plaza, el ganado, la vigilancia policiaca, demasiadas carencias, no sólo en el sureste sino en muchísimos pueblos y rancherías de México. ¿Y qué procede? ¿Cobrar más caro en un pueblo donde apenas tienen para mal comer? Desgracias como estas ha habido muchas y no creo que algo vaya a cambiar.

La muerte es ingrediente primordial en la fiesta de los toros. A ella se enfrenta un torero en la plaza más importante del mundo o en una placita de palma o de vigas, o en una ganadería, tentando. Las tragedias de humildes, en contraste con las de grandes figuras, es lo que humaniza a la fiesta, porque la muerte no distingue niveles. Aquellos se van sin pena ni gloria, después de haber perseguido un sueño o quizá sólo el pan para los suyos. Mientras unos cuantos logran obtener gloria, fama y fortuna, otros, con los mismos sueños, consiguen por toda recompensa salir vivos de ahí... a la siguiente plaza –concluye Mónica Bay.