Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 4 de mayo de 2014 Num: 1000

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Shakespeare,
450 años después

Rodolfo Alonso

Por mi boka
José María Espinasa

Para conocer a Carballo
Felipe Garrido

La vida te va apagando
Orlando Ortiz

Así es como hay que irse
Jorge Pedro Uribe Llamas
entrevista con Emmanuel Carballo

La canción de Marguerite
Arturo Gómez-Lamadrid

Los niños flacos
y amarillos

Marguerite Duras

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Luis Tovar
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La realidad como ficción

Es claro que sin una historia fuerte y eficientemente contada –léase sin un guión sólido, carente de fisuras, excesos o faltantes–, no existen famas que sustenten, promociones que basten, dineros que alcancen ni innovadoras o audaces técnicas de producción que valgan para obtener como resultado una película irreprochable por lo bien concebida, ejecutada y altamente memorable.

Sin estrellas en su reparto, sin campañas publicitarias apabullantes –y casi tampoco de las otras, clandestinas de tan discretas–, y sin contar ni con la centésima parte de lo que cuesta cometer cintas como el actual reprise de los pericos agringados o el reprise a la enésima potencia del enruladísimo y saqueadísimo Hombre Araña… Sin más que lo suficiente, en términos materiales, para su realización, pero con una cantidad enorme de talento, La jaula de oro (2013), ópera prima del director Diego Quemada-Diez, no ha hecho sino ganar premio tras premio en cuanto festival cinematográfico se ha presentado, y no han sido pocos ni de poca monta.

(Paréntesis antimonetarista: los que dicen que saben dicen por ahí que a una película le conviene no ganar certámenes cinematográficos o, si ya cometió la burrada de ganar uno o más, es preferible no andarlo mencionando, quesque porque la gente sale corriendo apenas ve en el cartel de promoción las clásicas coronitas de laurel anunciando tal o cual premio obtenido. Si así sucede, malo para la gente que lo hace por lo mucho que se pierde, pero peor por quien así lo asume, lo justifica y lo aprovecha: con esta especie de yanimodos y asisonlascosas se fabrican las prosperidades de la estulticia, que por lo regular son directamente proporcionales a la bonanza monetaria, ésa que cuanto repetidor de lugares comunes al respecto suelen invocar con la frasecita: “lo recaudado en taquilla” –¿recaudado? Ni que fueran impuestos...

Tampoco es que se desee el fracaso económico del cine menos comercial, obviamente. Quién sabe si practicable en el corto plazo, pero la media salomónica al respecto puede plantearse así: hasta el más bisoño de los mercadólogos debe saber qué significan target y “segmento de mercado”, y que por ley mercadotécnica es imposible que todos los consumidores formen parte de un solo segmento, sencillamente porque no habría eso, segmentos. De que hay un público para cintas como La jaula de oro lo hay; lo que falta es muy otra cosa.)

La realidad como razón

Hay más de una razón concreta por la que La jaula de oro da por extensos lapsos la impresión de no ser exactamente o del todo una ficción: una de ellas es el hecho de estar protagonizada por actores no profesionales, de quienes el espectador no guarda recuerdo alguno caracterizando a ningún otro personaje, por lo que no requerirá “olvidar” que se trata de un actor conocido. Otra razón, vigorosa, es la incorporación de personas reales –valga la expresión para decir “no actores”– a lo largo de toda la historia, no necesariamente a modo de sombras que pasan en la lejanía o elementos móviles de una especie de telón de fondo.

La siguiente razón es múltiple y resulta clave en el aspecto general de la cinta: se trata de la técnica de producción seguida por Quemada-Diez y su equipo, consistente, para empezar, en el seguimiento de un orden de filmación estrictamente diegético, por lo que la historia comienza con lo primero que se filmó y concluye con lo último, sin “saltos cronológicos” de por medio, posteriormente acomodados en su sitio temporal a la hora del montaje; y consistente, asimismo, en la incorporación de elementos anecdóticos inevitablemente desconocidos al detalle, pero no por ello menos ad hoc para el desenvolvimiento de la trama y el enriquecimiento de la misma que de tal situación resultó, de acuerdo con lo que la inevitable –y esperada– presencia del azar en dichas condiciones fuese dictando, desde luego, dentro de un marco narrativo preparado con antelación y adecuadamente conducido en el momento de filmar.

La última razón es la más poderosa: lo que la cinta cuenta y de qué manera lo hace. El tema no es novedoso pero no le hace ninguna falta; a cambio, La jaula… es definitivamente la mejor historia de ficción –que de tan buena no lo parece, insístase– que hasta hoy se ha hecho, cuyo tema es la situación de los migrantes centroamericanos que padecen el suplicio y el verdadero horror de atravesar México en el afán de llegar a Estados Unidos buscando trabajo.

De la trama nada se dirá aquí, deliberadamente. Vaya el amable y buen lector al cine a darse el gusto inmenso de ver buen cine.