Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 4 de mayo de 2014 Num: 1000

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Shakespeare,
450 años después

Rodolfo Alonso

Por mi boka
José María Espinasa

Para conocer a Carballo
Felipe Garrido

La vida te va apagando
Orlando Ortiz

Así es como hay que irse
Jorge Pedro Uribe Llamas
entrevista con Emmanuel Carballo

La canción de Marguerite
Arturo Gómez-Lamadrid

Los niños flacos
y amarillos

Marguerite Duras

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Enrique López Aguilar
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Los discursos de amor en la obra poética
de José Francisco Conde Ortega (III DE V)

Los dieciocho poemas de Intruso corazón reunieron algunos de los itinerarios de los años precedentes, aunque agregaron fuertes connotaciones recoletas y privadas que se pueden vislumbrar en las siguientes circunstancias: sacralizado, el espacio de los poemas solía ser el de la cama y la habitación conyugales; ofendido por las obligaciones del trabajo y la sobrevivencia, el tiempo de los encuentros sería la noche; protagonistas de un juego de seducciones y diálogos permanentes, los nombres de quien se adueña de la voz masculina y de quien posee la interlocución femenina serían yo y . Un grupo de ocho poemas de Intruso corazón tiene, por lo mismo, una fuerte connotación conyugal: “Celebración”,  “Con las primeras sombras”, “Sueño”, “Vigilia”, “Vivimos al oriente”, “Otro sueño”, “Licor” y “Resurrección”, en los que se propicia el encuentro de la pareja, a pesar de los recorridos citadinos, del trabajo y la jornada llena de obligaciones y minucias pragmáticas que separan a la pareja.

El resto de las circunstancias, en el libro, es asunto de los otros diez poemas, en los que el erotismo, la mirada al cuerpo femenino y los momentos luminosos del encuentro de la pareja alcanzan dimensiones más amplias y menos conyugales, lo cual significa que esos diez hablan de cualquier pareja, de todas las parejas, y no de una en particular, como la del Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez. Este libro, como toda la poesía, se despoja de sus signos de identidad y de los accidentes particulares para viajar “universalmente” hacia sus lectores, cosa que Francisco Conde refuerza al implicar en cada texto, minuciosa y exclusivamente, las personas del yo y del . En los dos grupos de poemas que he localizado (vale decir, en los dieciocho que configuran el poemario), se entrecruzan símbolos personales del autor que, a fuerza de prodigarse en muchos textos, generan una red de significaciones complementarias y, casi, de lecturas entrecruzadas, por lo que terminan imponiéndose como una subestructura tonal de la totalidad. Me parece distinguir cuatro emblemas muy visibles: el otoño, la arena, el ángel y el alcohol.

Aunque alguna de las menciones al verano crepuscular de agosto interrumpa el regodeo con la estación que coincide con la fiesta del cumpleaños del poeta, es indudable su predilección por el otoño. Hablar de los privilegios poéticos de cualquiera de las estaciones resultaría ocioso, porque todas acabarían teniéndolos, así que es más fecundo entender que, en el imaginario personal de Conde, el otoño –especialmente, el mes de septiembre– evoca, convoca y propicia los rituales carnales de la pareja, vaya uno a saber si porque de las lunas, la de octubre es más hermosa, o si porque los otoños suelen ser imborrablemente azules y transparentes en Ciudad de México (pero también los meses de enero y abril), o si porque existen razones zodiacales que el lector apenas intuye.

Al margen de lo dicho, Intruso corazón crea imágenes particulares y personales que el lector acepta porque esa es parte de las relaciones de verosimilitud que se establecen entre el público y la obra: la voz poética del libro logra convencer a quien la escucha de que la estacionalidad del amor debe ser como ella dice y de que todo ocurre en la pareja, como se debe, sólo en el otoño –aunque, íntimamente, uno pudiera preferir las primaveras, los veranos o los inviernos.

Hay que decirlo nuevamente, no obstante que uno ya se haya convencido de las bondades del otoño en contra de otras preferencias personales: algunos poemas tienen mucha cercanía entre sí por el leitmotiv de la otoñalidad y las alusiones al noveno y décimo mes del año, como en “Con las primeras sombras” (“De pronto sabemos/ que el otoño es un poco de horizonte…”), al igual que en “Tercer acto” (“El recuerdo de septiembre/ es un temblor de claveles cerca de la tarde…”), y como en “El aroma de tu piel” (“A la mitad de agosto/ el aroma de tu piel […] Luego el inicio de la flama/ y diez veces el fragor del almanaque…”), lo cual le da al conjunto un tono crepuscular (otra vez) que no se contradice con el protagonismo de tardes y noches de amor que pululan en el poemario, pues edifica una afirmación otoñal en la que los impulsos del erotismo parecieran obstinarse contra el que va a ser el inminente descanso de la tierra: no debe olvidarse que la tercera es la estación de la siega, de la cosecha, la vendimia y la recolección de los frutos.

(Continuará)