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    | Ilustración de Marga Peña
     Charco  de tormenta Salvador  Castañeda |  Sabe bien  dónde se encuentra la entrada. Desdedonde vive puede ver –por la noche– la rendija
 luminosa de la puerta. Nunca ha pasado por
 ella y ahora tratará de  hacerlo, así que,
 flexionando las patas, se metió
 recelosa a través de la
 hendidura que separa al
 piso de loseta y la hoja de
 la puerta. No tenía más
 alternativa.
 Hoy ha sido un díaespecialmente acuoso y
 relampagueante. La humedad
 se filtra por las paredes y los
 ladrillos supuran salitre.
 Llegó desde la oscuridad  de afuera.Adentro, encandilada, a tramos cortos
 avanza con movimientos  aparatosos
 al tiempo que se apropia del espacio y
 los objetos con su mirada múltiple. Tras ella, por la misma grieta, podían verse unos ojillos saltones  escudriñando con premura la claridad encerrada. Algunas patas dentadas cual  serruchos, con esfuerzos se estiraban como para alcanzar algo adentro y sacarlo  o afianzarse de cualquier cosa para entrar. Varias antenas escrutaban el  interior con movimientos jeroglíficos en el vacío. Sus persecutores estaban  afuera.
 Es negra como una porción de la noche. Sus patas largas y delgadas agrandan su  vientre boludo que se agita como fuelle. Parece temblar, jadea y siente un gran  alivio de  salvación. La obstinación de la lluvia descompone el escenario del jardín  y la fauna queda en estado de emergencia. La misma agua pareciera que también  hace esfuerzos por protegerse de sí, trata de meterse, sólo que le resulta más  difícil que a los demás porque, para conseguirlo, antes debe ahogar las jergas de la entrada. El sistema de  túneles en el jardín utilizados para evacuadas rápidas se diluviaron. Las  hormigas perdieron sus larvas, los cara de niño quedaron flotando ahogados, las  lombrices culebreaban para no hundirse; por otro lado los gusanos agrimensores  no lograban dimensionar el tamaño del diluvio y hacían esfuerzos por alcanzar  la orilla de lo que fuera y salvarse. Protegiéndose uno  de sus flancos con la pared, el pedacito oscuro se adelantó y dejó atrás un  diminuto charco de tormenta que espejeaba al reflejar la luz de las lámparas.  Se detuvo en un rincón y de pronto quedó completamente inmóvil frente a mí por  un instante. Luego fue hacia la izquierda cubriéndose el mismo lado. Por la pantalla del televisor seguían desfilando imágenes de explosiones  a colores, llamaradas y personajes por los aires. Los buenos perseguían a los  malos (por lo general feos y grasosos).  La Negra siguió  acercándose amenazadora. Se movía brincoteando lo mismo que una maraña de  alambres. Sus enemigos la traían de encargo desde hacía tiempo. Sabían que los  aguaceros estaban por llegar, que se hallaban cerca y que al igual que harían  todos evacuaría la zona, así que estuvieron aguardando bajo la lluvia un buen  rato para luego caerle encima y de una vez por todas cobrarse lo que les debía.  Los grillos albos perdieron a uno de sus hermanos, La Negra de vientre boludo  lo disecó chupándole toda la sustancia, no lo hizo trizas, lo dejó de cuerpo  entero pero seco y transparente. Cuando en ese tiempo lo encontraron sus  hermanos, trataron de rescatar sus restos pero el viento los arrastró lejos. Arrellanado en el  sillón individual bajé los pies del taburete donde descansaban, y ella quedó  petrificada pendiente de mis movimientos, mirándome fijo con su racimo de  ojillos sin párpados, sin mover un solo músculo. No le vi buenas intenciones,  pensé que era muy posible que en cualquier momento saltaría sobre mí sin darme  tiempo de nada. Encimados en el abdomen y sobre la espalda cargaba con sus treinta de  familia, envueltos de oscuridad igual que su mamá. Me incorporé lentamente, lo  más lento que pude, con movimientos flotantes, y al tiempo ella pareció  acomodarse para tomar impulso. Como sincronizados los dos en la misma  frecuencia presioné la válvula y la rocié. Al mismo tiempo le dio por dar  saltos aparatosos como si brincara con patas de resortes haciendo machincuepas  y una escandalera con sus volteretas. Los de su camada cayeron al suelo sin  poder ir más lejos. Al poco tiempo nadie se movía, quedaron panza arriba con  sus patas encogidas. En la pantalla los buenos  esposaban a los feos y malos en tanto escuchaban la recitación de sus derechos. Casa y jardín hizo lo que tenía que hacer. |