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¿Requiém por la OEA?
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orría el año de 1948. El mes de abril. Bogotá. Por las calles se sentían vientos encontrados. Por un lado, el vendaval nacionalista y radical que producía el encendido discurso del candidato presidencial Eliecer Gaitán, con su estrujante oración por los humildes y el bullicioso y también radical Congreso Latinoamericano de Estudiantes. En las reuniones, presididas por el propio Gaitán y el estudiante Fidel Castro, representante de Cuba, habían acordado realizar una gran manifestación para hacer un pronunciamiento contra el intervencionismo estadunidense. Por otro lado, empujaba un viento sombrío: la novena Conferencia de los Estados Americanos sesionaba, convocada con el fin expreso de fundar la Organización de Estados Americanos (OEA) y aprobar la resolución sobre Preservación y Defensa de la Democracia en América, de matriz totalmente anticomunista, y ratificar su instrumento militar: la Junta Interamericana de Defensa.

El oscuro presagio se cumplió al estallar la tormenta del famoso bogotazo, el 9 de abril, tras el asesinato de Gaitán a manos, como siempre, de un loco solitario. Una espontánea multitud salió a las calles, levantó trincheras, combatió con todo lo que pudo. Las cifras de muertos iban de mil a 5 mil en los primeros días de la brutal represión. Se iniciaba así el segundo despliegue hegemónico estadunidense sobre nuestra América. El 2 de mayo se fundó la OEA, el ministerio de colonias norteamericano se impuso sobre la sangre popular que corría. El primer triunfo de la doctrina Truman: contener el avance del comunismo en todo el mundo, particularmente en su patio trasero.

Expansión hegemónica que se había inaugurado en 1898 con la intromisión de Estados Unidos en la guerra de independencia cubana, asalto que le redituó a bajo costo el dominio sobre Puerto Rico, Cuba, Filipinas y las islas Guam. Particularmente, en Cuba pudo desplegar su nuevo modelo de intervención y penetración de capital financiero, que pondría en marcha en todo el continente. Este primer periodo, conocido como la política del Big stick, se vio interrumpido por la crisis de 1929 y la Segunda Guerra Mundial, que le permitió reponerse y proyectarse como la gran potencia capitalista.

Estos 15 años de ausencia habían permitido germinar procesos y anhelos de desarrollo nacional. Muchos gobiernos intentaban rescatar sus recursos naturales. La OEA sería el instrumento ideal para recuperar el control político y deshacer las peligrosas reformas que intentaban romper el ciclo de la dependencia. Los años 50 serían el escenario inicial de una cruenta guerra que se prolongó hasta los años 70 en el cono sur y 80 en Centroamérica, que dejaría cientos de miles de muertos en un ciclo brutal de desprecio por la humanidad. Soberanía, independencia y nacionalismo popular pasaron a ser denominados comunismo y perseguidos sin tregua.

Los golpes de Estado se fueron desgranando sostenidamente: en 1952, Batista y Marcos Jiménez en Cuba y Venezuela; en 1953, en Colombia se autoproclamó el asesino Rojas Pinilla; en 1954 dos golpes emblemáticos, el de Stroessner, una pesadilla de 35 años en Paraguay, y el terrible derrocamiento de Arbenz en Guatemala, acusado de comunista por intentar recuperar las tierras bananeras dominadas por la United Fruit; al año siguiente el golpe contra Perón en Argentina, seguido de otros en 62, 68 y el genocida del 76; en 57, el gran negro fuerte Duvalier se instala en el poder. Sin embargo, los años 50 también generaron significativas revoluciones: la boliviana del MNR en 1952, la venezolana en 58, la cubana en 59 y el inicio de la descolonización del caribe anglófono, que despertaron un poderoso antimperialismo latinoamericano.

El reto intolerable para la OEA fue siempre la revolución cubana. Marcó su quehacer todos estos años. La resolución de expulsar a Cuba, adoptada el 31 de enero de 1962, determinó las batallas por venir: los países que se abstuvieron en la votación de esta resolución fueron los primeros en sufrir las consecuencias, salvo México, claro está. Primero cayó Frondizi en Argentina y poco después, en Ecuador, el nacionalista Arosemena en 1963. Le siguió en 1964 el brasileño Joao Goulart, quien había proclamado una incipiente reforma agraria y la nacionalización petrolera. Ese mismo año cayó el boliviano Paz Estenssoro. Pronto, en 1965, siguió la brutal intervención aprobada por la OEA en República Dominicana para derrotar el levantamiento popular.

Hoy, los vientos parecen haber cambiado. Los países latinoamericanos, muchos integrados en la Unasur, la Celac y la Alba, promovieron el 7 de marzo en la OEA un pronunciamiento de apoyo al legítimo gobierno de Venezuela, agredido violentamente por la derecha golpista. Votaron en contra solamente los gobiernos de Estados Unidos, Canadá y Panamá. Irritado, Roger Noriega, ex secretario de Estado estadeunidense, exclamó: La OEA no tienen valor hoy día. Esperemos que éste sea realmente el réquiem por la OEA.

* Profesora de la Universidad Pedagógica Nacional. Autora de El INEE y su dilema: evaluar para cuantificar y clasificar o para valorar y formar.