Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de febrero de 2014 Num: 988

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Hacia el encuentro
de José Rolón

Edgar Aguilar entrevista
con Claudia Corona

Maquiavelo y la
concepción cíclica
de la historia

Annunziata Rossi

Yves Bonnefoy y el territorio interior
Homero Aridjis

Nicolás Maquiavelo
a Francesco Vettori

Annunziata Rossi

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Querido Llewyn

No me sorprendería si me contaras que, siendo niño, una de las cosas que más contrariedad te hacía sentir era el consabido “no te salgas de la raya” con el que los profesorados de todos los tiempos y lugares enseñan, más que a cubrir de colores algún área bien delimitada, a que uno se prepare a vivir un futuro hecho de límites y no de posibilidades. Ignoro si allá, en tu medio siglo XX estadunidense, llegó a utilizarse la expresión “pasarse de la raya” para señalar toda suerte de transgresiones al orden establecido, desde el meramente doméstico hasta el socialmente más abarcador, pero puedo asegurarte que, de haber nacido y vivido en mi país, habrías escuchado esa figura retórica tantas veces que, además de hartarte, pronto habría dejado de tener sentido para ti porque con ella no estaría describiéndose nada que no fuese tu modo natural, inconsciente por completo, de habitar el mundo y moverse en él. Claro, con dificultades cada vez mayores, como bien te consta.

Tampoco me causaría sorpresa si me platicas que desde entonces, que es tanto como decir desde siempre, se te complicó eso de seguir las huellas, observar las normas, acatar las reglas, cumplir los horarios, y que muy pronto comenzaste a escuchar, literalmente o con sucedáneos, que tú no eras ni alcanzarías jamás a ser un hombre de bien, cualquier cosa que eso signifique. Ay, Llewyn, cuántas veces habrás tenido que aguantar filípicas, reproches y condescendencias de toda esa gente que no sabe si quererte tal cual eres, o sólo soportarte por ser como –dicen ellos que– eres: egoísta, insolente, irascible, inestable, buscabullas, convenenciero, comodino, y eso para no mencionar que de a ratos, o mejor dicho por largas temporadas, eres indeseable, desdeñable, evitable y, en el fondo, para ellos, perfectamente prescindible, preferentemente no visible.

No estoy seguro de qué tanto se usaría decir así en tus tiempos, pero sin duda en éstos te dirían, allá, que eres un outsider, y acá, desde una postmodernidad que, en grado nada despreciable, tú y los que se te parecen ayudaron a conformar, te calificarían de marginal, palabrita que a Muchagente le fascina porque con ella cree que está entendiendo lo que eres, e incluso más: lo que representas, cuando en realidad lo único que logra es barruntar lo que él no es, posiblemente porque no se atreve, aunque quisiera o se muera de ganas.

En ese sentido, mi muy estimado Llewyn, eres fascinante. Míralo desde esta perspectiva: eres músico y tienes el talento suficiente para no pasar desapercibido; junto con otros estás poniendo –puede que sin querer y sin que te importe– las bases para una corriente lírica y armónica que ya no te tocará gozar, pero que a tus sucesores va a ponerlos hasta arriba en términos de fama y algo mucho más relevante, que es la importancia cultural, al grado que un día sus composiciones serán materia de estudio en las universidades. Las tuyas no, querido, porque será deseo cumplido del destino que tú dediques el tiempo a buscar cada noche dónde pasar la noche, a tratar de recuperar un gato, a ir de aquí para allá con tu único disco grabado bajo el brazo, a que te digan que no encajas, que sí eres bueno pero cualquier pero de los muchos peros que pueden y suelen ponérsele a los antisociales, por mucho que sean músicos talentosos y funden estilos y nutran géneros y sienten bases. Fascinante porque no eres un mero estorbo, un gafe, como lo sería alguien con tu modo de ser y con tu suerte pero sin tu sensibilidad para tocar la guitarra y componer canciones; porque al ser  “artista”, por un lado se te perdona la garrulería y la poca o nula productividad en el sentido material –cosa que, a tu vez, te viene de tiempos más remotos, cuando a los que viven a tu estilo se les llamaba bohemios–, y por otro se te mira con el afecto que se le tendría, por decirlo de algún modo, a un pararrayos: gracias a él, el tiznadazo no le cae a uno, que sólo mira y quizá dice, para sus adentros, que eso se ganan todos aquellos que no saben comportarse y acostumbran pasarse de la raya, pasearse por el margen, en fin, todo eso que tú conoces de sobra.

No tengo modo de saberlo, Llewyn, pero me da por pensar que ideas como éstas debieron pasar por las cabezas de Ethan y de Joel cuando te inventaron así como te ves en la pantalla: inteligente aunque torpe, odioso aunque adorable, individualista aunque sensible. Me da por pensar, en fin, que así te ves por dentro tú mismo al asomarte; que así es como luce Inside Llewin Davis.