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¿La Fiesta en Paz?

José Emilio Pacheco, en la lista de escritores ataurinos

Plaza México, otro aniversario sin grandeza

E

n una venturosa frase no siempre por él aplicada, Octavio Paz afirmó: Los poetas deben conocer los oficios de los hombres, sabedor de que la poesía se nutre de lucidez individual y solidaria y de que el quehacer humano es retroceso y evolución, pues al individuo, históricamente engañado y diariamente embaucado, lo convencieron de que en la democracia el ciudadano manda y de que al público hay que darle lo que pida, confundiendo imposición con petición. Ante esta falta de opciones se explica el auge de tanto cinismo y tanta vulgaridad propagada, muy lejos del principio de que al público no hay que darle lo que supuestamente pida, sino enseñarlo a exigir.

No se requería que Paz hubiese sido aficionado, como lo fueron Villaurrutia, Pellicer, Solana, Huerta o Chumacero, o Papini, Ortega y Gasset, Hemingway, Cocteau, Lorca, Alberti, Bergamín o Picasso, entre otros; se necesitaba –la salud de nuestra fiesta de toros lo necesitaba– que su genio literario, su aguda inteligencia y su cultura vastísima hubieran admitido el desdeñado tema dentro de su pensamiento crítico y en las publicaciones que dirigió, ya fuera para objetarlo o para ponderarlo, pero incorporándolo al análisis inteligente y multidisciplinario. Sin embargo, la tradición y la personalidad taurina de México ha sido una de las realidades culturales proscritas por el grueso de los intelectuales y artistas ataurinos de nuestro país.

Quizá, como afirmaba José Antonio Alcaraz, la fiesta de los toros no me parece que sea anacrónica, como no es anacrónica la música de concierto o la siembra del maíz, lo que sucede es que se han diversificado mucho los espectáculos y hay otros mecanismos de consumo. Como todo rito, seguramente también los toros se habrán banalizado. Y con respecto al alejamiento de los intelectuales de la tauromaquia, remataba: Bueno, sería lo mismo que asumir la notoria separación del público taurino de las actividades intelectuales. Todo tiene dos sentidos y se ve. En cualquier caso, la frágil relación intelectualidad-fiesta de toros mantiene a ésta a merced de taurinos y autoridades, tan confiables como un banco o un legislador.

El año pasado (La Jornada 22 de septiembre de 2013) el poeta y escritor José Emilio Pacheco, fallecido hace ocho días, utilizó una frase impensable en él: Creo que ya es el momento de la retirada. Pero no. Soy como esos toreros que dicen que se van, pero siempre vuelven. Quiero suponer que fue la única vez que el hombre aludió en público a un tema que siempre le intrigó, pero que consideró culturalmente incorrecto abordar.

Fue el primer poeta que leí, confesó José Emilio tras obtener el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, que el 10 de octubre de 2005 le otorgó el ayuntamiento de Granada, España, por la intensidad y calidad de su obra poética y por la reflexión crítica respecto al mundo actual.

Fuera de discusión el trabajo literario de Pacheco, sin embargo, si algo se resiente en su obra es que, en la línea de Reyes, Torri, Paz y otros grandes autores mexicanos, nunca se interesó por abordar, en contra o a favor, el fenómeno taurino, no obstante aquel llamado de que los poetas deben conocer los oficios de los hombres.

Ante lo que sostenía Juan Ramón de la Fuente, entonces rector de la UNAM, en su prólogo al embarullado Pregón de Sevilla, de Carlos Fuentes, no fue Lorca un gran aficionado –un asistente asiduo a las plazas y conocedor de la técnica y de las reses– sino un poeta, dramaturgo y escritor que no tuvo inconveniente en interesarse por tan rico fenómeno cultural y en reflexionar en voz alta en torno a una de las expresiones más originales de su pueblo, ya en conferencias, discursos, dibujos, artículos, ensayos o poemas, sobre todo el inmenso Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, su admirado alter ego macho y pareja de su entrañable amiga La Argentinita, bailaora, cantante y coreógrafa excepcional.

Un guiño desde otro plano pareció hacerle el intenso y talentoso Federico a su colega José Emilio al obtener éste el premio que lleva su nombre. Quienes no divorciamos la cultura de la genuina expresión tauromáquica, hubiéramos agradecido infinito un texto de Pacheco sobre el particular. Seguramente Lorca y la agónica fiesta también.

En su sólida tradición de armar carteles de espaldas al público y sin los mínimos de sensibilidad empresarial taurina, los promotores de la Plaza México anuncian una bonita combinación para este 5 de febrero: el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza y el mano a mano entre Joselito Adame y Octavio García El Payo, para lidiar un encierro de Fernando de la Mora. Muchos hubieran preferido a Arturo Saldívar, a Fermín Rivera, a Federico Pizarro o a Sergio Flores completando el cartel en vez del predecible caballito.