Opinión
Ver día anteriorViernes 31 de enero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Ucrania: entre el dominio ruso y la UE
L

a verdadera tragedia de Ucrania no es que el mal gobierno no le deja ir a Europa: es estar atrapada entre dos potencias con proyectos fuertemente cuestionables –aunque, por cierto, diametralmente diferentes– que ven a este país no como un socio, sino una pieza en un juego geoestratégico, un gran mercado y una fuente de recursos.

Por un lado está Rusia de vuelta con la misma mentalidad y aspiraciones imperiales que hace unos 100 años en la época de los zares, con pocas diferencias entre Vladimir Putin y Nicolás II en cuanto al respeto a las libertades o los derechos humanos y con la estrategia de mantener cerca las ex repúblicas soviéticas mediante los gobiernos controlados desde Moscú. Ucrania, cuya independencia es tratada por Rusia con desdén –Kiev fue la cuna de la cultura rusa–, es la joya en esta corona.

Por otro, la Unión Europea (UE), sumergida en una profunda crisis económica, social y de identidad, que tras la incorporación de los países bálticos (un cuerpo extraño en la anatomía de la URSS) lanzó una agresiva política para ir arrancando las demás ex repúblicas de la órbita de Rusia (una estrategia con un componente militar mediante la OTAN, que sufrió el primer revés en 2008 durante la guerra en Georgia). Con una mentalidad casi colonial, sin tomar en cuenta las particularidades y diferencias entre un país y otro, operando con un modelo que funcionó con Lituania, Letonia y Estonia, en vez de ocasionar un gran cambio geopolítico, como esperaba, llegó –creando de paso conflictos con Rusia– a una pared con su imperialismo blando, una estrategia que podría denominarse también como neoprometeísmo.

El prometeísmo –del mítico Prometeo: una acción heroica, noble– fue un proyecto político, concebido por el mariscal polaco Józef Pilsudski (1867-1935) ya a principios del siglo XX, y desarrollado en los años 20 y 30, cuando se acuñó el término. Implicaba arrancar de Rusia –sea del Imperio de los zares o de la Unión Soviética– los territorios habitados por las naciones no rusas (ucranianos, georgianos, armenios, etcétera) amenazadas por ésta; apoyar sus aspiraciones independentistas y ayudar en la formación de los Estados soberanos que serían aliados naturales de Polonia, fortaleciendo su posición y formando parte de una futura Federación Intermarium. Aunque el prometeísmo se convirtió en una política exterior oficial y militar de Polonia y un bien organizado movimiento trasnacional (una internacional anticomunista, en palabras del historiador derechista Timothy Snyder), ya en el principio sufrió un golpe mortal: si más bien Pilsudski salió victorioso de la guerra polaco-soviética (1919-1921), derrotando al Ejército Rojo y la famosa Konarmia de Budionny cerca de Varsovia, fracasó en establecer la Ucrania independiente, un necesario espacio intermedio entre Polonia y Rusia, dejando a los ucranianos a su suerte. Como apunta Andrzej Garlicki, uno de los máximos expertos en la Segunda República Polaca (Druga Rzeczpospolita), el prometeísmo resultó ser un fracaso: sobrevaloró el potencial de derrotar a la URSS desde adentro, perdió el significado ante la creciente amenaza de Hitler y quedó siendo un mito sin posibilidades a realizar (véase: Siedem mitów Drugiej Rzeczypospolitej, Varsovia 2013, pp. 62-101).

No obstante esto, hace unos años, ya en un nuevo contexto geopolítico, la idea fue reciclada por la diplomacia polaca en el foro europeo y convertida en la política institucional de la UE. La Asociación Oriental, elaborada en colaboración con Suecia, fue inaugurada en 2009 y dirigida a Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, Moldavia y Ucrania. Los primeros tres países no entraron al juego, optando por la cercanía con Rusia. Georgia y Moldavia firmaron los convenios (muy) iniciales con la UE, pero el verdadero fracaso ha sido Ucrania, cuyo aislamiento de Moscú es el principal objetivo de la UE/OTAN (ya hace unos años Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Seguridad Nacional de James Carter, dijo que Rusia sin Ucrania es un Estado normal; con ella es un imperio). El país ya estuvo a punto de firmar un acuerdo del libre comercio con Bruselas en la cumbre de Vilna (28-29/11/13) –la UE nunca le prometía la membresía completa, ni ahora ni en un futuro cercano– cuando el presidente Víctor Yanukovich dio marcha atrás, y siguiendo la habitual política de Kiev de balancear entre las dos potencias aceptó, urgido por la mala situación económica, la oferta financiera de Putin. Argumentaba que el tratado era dañino, no recompensaba los costos de un posible embargo ruso (además de que implicaba, entre otros, cumplir con los criterios de austeridad que... tienen estrangulada a la misma UE). El neoprometeísmo, capaz de ofrecer a Ucrania sólo pura mitología europeísta (asegurándose los beneficios económicos y no proponiendo ni siquiera el libre tránsito para los ucranianos) quedó en pedazos.

Triunfaba Rusia, que redobló la presión sobre Kiev para que –junto con Bielorrusia y Kazajstán– entrara a la Unión Aduanera, parte de la futura Unión Euroasiática (2015), un proyecto resistido tanto por los políticos ucranianos como por los oligarcas que temen a los barones rusos. Putin, en medio de una grave crisis política que estalló en Ucrania –que empezó con manifestaciones proeuropeas pacíficas y acabó en choques violentos cuando las protestas fueron dominadas por los sectores ultranacionalistas y fascistas– durante la 32 cumbre UE/Rusia (28/1/14), advirtió otra vez a Kiev de no firmar nada con la UE y a Bruselas de mantenerse lejos. Espetó que hubiera sido inimaginable que un canciller ruso llegase a las protestas antieuropeas en Grecia o en Chipre e hiciera cosas que hoy hace la diplomacia europea en Ucrania.

Las protestas contra Yanukovich expusieron claramente los riesgos del balance entre las dos potencias. No mejoraron, sin embargo, de ninguna manera las opciones de Ucrania.

* Periodista polaco