Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 5 de enero de 2014 Num: 983

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tario, el fantástico
Ricardo Guzmán Wolffer

Poetas de Guerrero

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Francisco J. Garrido

Promenade
Luis Bernardo Pérez

Robert Capa,
reportero de guerra

Manuel García

Rafael Alberti entre
el clavel y la espada

Rodolfo Alonso

Tiempo del juicio
Antonis Dekavales

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Poesía
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Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
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La Jornada Semanal

 

Verónica Murguía

El sueldazo

Hace unos días me enteré, sin sorpresa, que en una encuesta de percepción los legisladores mexicanos ocuparon el último lugar en la lista de aquellos a quienes se considera dignos de respeto. En dicha encuesta se afirmaba que son considerados por el resto del país por debajo de los narcotraficantes.

Una de las razones esgrimidas por los encuestados es que los narcotraficantes y delincuentes arriesgan la vida al desempeñar sus, ejem, ocupaciones, mientras que los legisladores roban y perjudican pertrechados en sus curules y protegidos por el fuero. Esto, en un país azotado por la violencia y en el que a diario aumenta la cifra de muertos a causa del crimen, es decir mucho.

Lo que sentimos por ellos es desprecio irrefutable y pasional, unánime e independiente de la postura ideológica. Los repudiamos y sabemos que nos esquilman. Los sueldos que se embolsan, las tonterías que argumentan cuando solitos se dan bonos, aumentos y viáticos, son fuente constante de cólera.

Cuando se dio a conocer un video en el que la Tuta, el dirigente de Los Templarios, afirmaba que Luisa María Calderón, hermana del expresidente, fue quien buscó un acercamiento con ese grupo criminal, no escuché a una sola persona que creyera en las estridentes protestas de inocencia de la senadora. Vaya, ni siquiera entre los pocos panistas con los que converso de vez en cuando. Todos le creían a la Tuta, por más que sea un delincuente. Y no olvido que el impresentable Julio César Godoy Toscano, del PRD, también fue descubierto en tratos con él. Es decir, no hay partido que pueda presumir de limpieza.

Pero los funcionarios fingen no escuchar y parece que ignoran las circunstancias que los rodean. México es un país de pobres, corrompido por la miseria y la violencia que prohíjan los gobernantes con su ejemplo. En 2013 ascendimos la escala de la vergüenza para convertirnos en uno de los tres países más corruptos de Latinoamérica, según Transparencia Internacional, junto con Bolivia y Venezuela. En la lista planetaria de 177 países, estamos en el lugar 106.

Los mexicanos sabemos que los funcionarios de la Suprema Corte y del Tribunal Electoral ganan sueldos superiores a los que perciben los funcionarios que ocupan cargos equivalentes en países del Primer Mundo. Pero este es el país donde el jornalero José Sánchez Carrasco, de treinta y ocho años, murió de hambre en el patio de un hospital público en Sonora. El caso de Sánchez Carrasco fue uno de los más horribles en un año lleno de notas parecidas. Recordará el lector los abusos en contra de niños indígenas a manos de funcionarios públicos, documentados en video; el parto de Irma López Aurelio en el jardín del hospital en Oaxaca, etcétera.

El rechazo que sentimos por los funcionarios y legisladores se manifiesta en muchas acciones, algunas tan elocuentes como circunstanciales. Cuando los huracanes arrasaron el estado de Guerrero, fui a la Cruz Roja a dejar unas despensas. Vi a mucha gente, pobres y ricos, jóvenes y viejos, que llevaban lo que podían. El estacionamiento donde se hacía el acopio estaba repleto de cajas, costales y garrafones de agua que decenas de voluntarios ordenaban. Lo mismo en las instalaciones de la Comisión de Derechos Humanos del DF. Al día siguiente, varios periódicos publicaron fotografías del centro de acopio que se había improvisado en las instalaciones de la Asamblea Legislativa. No había nadie, no había nada. Ni una lata de atún. Ni siquiera un perro callejero dormido. Eso es lo que pensamos los mexicanos, incluidos los perros callejeros, acerca de los diputados y senadores: no se les puede confiar ni una lata de atún porque se la roban.

Y es que el mal ejemplo de un gobernante no es lo mismo que el mal ejemplo de un narcomenudista esquinero: cunde porque se convierte en una convención, en un conjunto de reglas.

Todo el tiempo se dice que la educación es lo único que puede sacar a México del agujero en el que está metido; pero el presidente no ha leído ni tres libros en la vida y se piensa recortar el presupuesto destinado a la cultura. Los maestros ganan sueldos ínfimos, en contraste con lo que reciben los funcionarios. Sospecho que cuentan con que este contraste apabullante nos deje, además de avasallados, inmóviles.

Propongo incluir en la lista de los propósitos, la intención de hacernos escuchar por el que represente a cada quien. Que se gane un poco del mucho dinero que le pagamos, caray.