Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 5 de enero de 2014 Num: 983

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tario, el fantástico
Ricardo Guzmán Wolffer

Poetas de Guerrero

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Francisco J. Garrido

Promenade
Luis Bernardo Pérez

Robert Capa,
reportero de guerra

Manuel García

Rafael Alberti entre
el clavel y la espada

Rodolfo Alonso

Tiempo del juicio
Antonis Dekavales

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Hugo Gutiérrez Vega

Una antología de la poesía brasileña (II Y ÚLTIMA)

Jorge de Lima da pie a José Javier para recordar algunos aspectos del siglo XIX brasileño, entre otros, el de la figura señera del más grande de los escritores iberoamericanos de ese siglo: Machado de Assis. Recuerda, además, al gran romántico bahiano, el entrañable Castro Alves, y abunda en la firmeza de la fe católica de Lima, en su fértil imaginación y en su voz de profeta de la tribu. Así hablaba de Lima:

Acepto las grandes palabras fundamentales
y los caminos que Dios puso ante mí.
Acepto la sangre derramada si es necesaria
para redimir al pobre.
(¡Mi pensamiento me quema, señor!
Pero déjame hablar para desahogarme.)
Acepto la oración para mí y para repartirla
como el pan.

Mario de Andrade participó también en la Semana de Arte Moderno y buscó su voz en la contrastada selva de las vanguardias. Su tropicalismo agrega a la idiosincracia brasileña una nota riquísima y un rasgo de sincera originalidad. En su poesía aparecen algunos momentos fundacionales de la historia del Brasil:

Sin embargo, el desastre verdadero fue embellecer
esta República temporal.
La gente aún no sabía gobernarse...
Progresa, progresamos un poquito
Que el progreso es también una fatalidad...
¡Será lo que Dios quiera!
Tengo deseos de desastres...
Deseos del Amazonas y de los vientos plagados de mosquitos

Agolpándose en las hojas de las puertas...
Tengo deseos de guitarras y soledades sin sentido
Tengo deseos de gemir y de morir.

Conocí a Murilo Mendes en Roma, en la casa de Rafael Alberti. Elegante, flexible, callado, me dio la impresión de que era un asceta. Cuando leí su poema sobre el Tiete, descubrí su verdadera voz cargada de una refinada sensualidad. Su “Jandira” es uno de los más sugerentes personajes de la poesía universal. Veamos un fragmento de su poema:

El mundo comenzaba en los pechos de Jandira.
Después surgieron otras piezas de la creación:
Surgieron sus cabellos para cubrir el cuerpo
(a veces el brazo izquierdo desaparecía en el caos)
y surgieron los ojos para vigilar el resto del cuerpo.
Y surgieron sirenas de la garganta de Jandira...

Cecilia Mireles juntó levedad y fuerza en sus poemas tersos e impregnados de un humor vecino de la melancolía. Fue amiga de Alfonso Reyes, de quien recibió muchas enseñanzas y el amor por el mundo clásico. Veamos un ejemplo de esta poesía que tiene una sencillez arduamente alcanzada:

Fui morena y flaquita como cualquier polinesia,
y comía papaya y miraba la flor de la guayaba.
Y las lagartijas me espiaban entre los ladrillos y
las enredaderas,
y las telarañas en mis árboles se entrelazaban.

Y mi abuela cantaba y cosía. Cantaba
canciones de mar y de montaña en lengua antigua.
Y yo siempre creí que había música en sus dedos
y palabras de amor escritas en mi ropa.

Carlos Drummond de Andrade, el poeta “minero” tuvo, unos dos meses antes de su muerte, una satisfacción conmovedora. La Escuela de Samba Mang desfiló, en el  sambodromo carioca, cantando y bailando una samba de enredo en la que aparecían los personajes emblemáticos de su poesía: Don Quijote, Zé Pereira, el elefante... En ese momento era Drummond un poeta nacional que en sus poemas no hacía concesiones de ninguna clase y que, hasta ese día, sólo era conocido y admirado por los sectores intelectuales y académicos. José Javier Villarreal traduce magistralmente los fragmentos de sus poemas que transcribo:

El tranvía pasa lleno de piernas:
piernas blancas, negras, amarillas.
Para qué tanta pierna, Dios mío, pregunta mi corazón.
Sin embargo mis ojos
no preguntan nada.

Cuadrícula

Juan amaba a Teresa que amaba a Raimundo
que amaba a María que amaba a Joaquín que
amaba a Lilí
que no amaba a nadie.

Juan se fue para los Estados Unidos, Teresa a un
convento.
Raimundo murió en un accidente, María se
quedó soltera.

Joaquín se suicidó y Lilí se casó con J. Pinto Fernández
que no había entrado en la historia.

La antología recoge biografías, datos y poemas de Mario Quintana, Vinicius de Moraês, Joâo Cabral de Melo Neto, Ledo Ivo (amigo de todo lo latinoamericano y mexicano por adopción), Ferreira Gullar, el decano de la poesía actual; Haroldo de Campos, amigo del grupo de Paz y de los vanguardistas sudamericanos que galopan por tierras de la provincia mexicana y se especializan en asombrar a los bobos, así como de algunos poetas de la generación en vigor. En fin, todos los que están son y no falta nadie de los que deben estar. Terminaré con un poema del modesto y entrañable poeta de Porto Alegre, Mario Quintana:

La adolescente

Va andando y creciendo. Toda ensimismada: su
voz, sus gestos, sus piernas... ¡Antílopes! ¡Veo
antílopes cuando ella pasa! Pues deja, al pasar,
un friso de antílopes, de bambúes al viento, de lunas
cambiantes, mudables, crecientes...

José Javier Villarreal realizó un trabajo excelente y renovó nuestro amor por la poesía de Brasil. Muito obrigado, caro poeta.

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