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De cuando el petróleo y la electricidad eran nuestros
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al vez Adolfo López Ma­teos fue el último estadista al frente del Poder Eje­cutivo, el último que amaba a su pueblo y que actuó como servidor público, el primer presidente elegido por las mujeres mexicanas y quien nacionalizó la industria eléctrica. La nueva publicación escrita por un descendiente directo de López Mateos y tataranieto de El Nigromante, Emilio Arellano, es un texto sin desperdicio que da luz al lector en medio del sombrío momento que nos rodea ( Adolfo López Mateos, una nueva historia, Editorial Planeta, México, 2013).

Quien gobernó México de 1958 a 1964 fue heredero de un gran linaje liberal: sobrino nieto de ideólogos de la Reforma, del último hijo de Ignacio Ramírez, El Nigromante, de José María Sánchez-Román, de Jesús González Ortega y del padre moral de los periodistas, Francisco Zarco Mateos. Primo del poeta zacatecano Ramón López Velarde, Adolfo quedó huérfano de padre a edad temprana, cuando la familia vino a menos por un fraude que hicieron a su madre al enviudar, Elena Mateos Vega, cuyo representante legal fue nada menos que Antonio Díaz Soto y Gama, el abogado de Emiliano Zapata. Por necesidad, López Mateos empezó a trabajar a los 16 años como administrador de una librería, donde ganaba 20 pesos mensuales. Fue cuando empezó a inquietar a la familia por sus ideas socialistas, algunas inspiradas en el general Tomás Garrido Canabal, el azote de los curas de Tabasco, a quien conoció y trató a esa temprana edad.

Sus carreras como abogado y político corrieron juntas: colaboró en la reforma agraria al lado de Lázaro Cardenas, fue secretario del Partido Nacional Revolucionario y en 1952 fue secretario general del partido que cambió su nombre a Revolucionario Institucional. Después de ser senador y secretario del Trabajo llegó a la Presidencia de México, e integró su gabinete con notables mexicanos: destacamos a Javier Barros Sierra en Obras Públicas, a Antonio Ortiz Mena al frente de la Secretaría de Hacienda, cuando México alcanzó un crecimiento de 78.7 por ciento anual; la excepción fue nombrar como secretario de Gobernación a Gustavo Díaz Ordaz –nadie es perfecto–: entonces hubo represión al movimiento ferrocarrilero. En esos tiempos se colocaba a intelectuales con prestigio moral al frente de la Secretaría de Educación Pública. Ahí designó a Jaime Torres Bodet, quien creó la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos y libró batallas campales contra los conservadores, con apoyo del magisterio y de la esposa del presidente, por la defensa de la educación pública y laica. La maestra Eva Sámano de López Mateos mostró gran capacidad de mediación política al neutralizar a los conservadores de la época. Ella no fue una muñeca de porcelana que adornaba a su marido: además de colaborar en la política educativa, ella se ocupó personalmente de la creación del Instituto Nacional de Protección a la Infancia, el antecedente del DIF actual, y tuvo la idea de los desayunos escolares en las escuelas públicas, que por decreto y hasta la fecha elevaron los niveles nutricionales de la niñez mexicana. Los libros de texto aseguraban la eficiencia de la educación laica y gratuita, pero sobre todo buscaban consolidar la igualdad y el derecho a la educación pública con base en el magisterio, textualmente considerado por el presidente como un ejército de evangelizadores laicos en permanente lucha contra la ignorancia. Entonces era semejante el nivel de aprovechamiento en escuelas públicas y privadas.

Con intelectuales, pintores y poetas López Mateos construyó una política social y cultural que sólo podía comprender un hombre de gran cultura: creó la Universidad Autónoma del Estado de México, la unidad habitacional Tlatelolco, el Instituto Politécnico Nacional, el Museo Nacional de Antropología, el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado. Sus ideas sobre el mercado laboral se apoyaban en los conceptos de El Nigromante: El trabajo no es una mercancía, es un atributo de la dignidad de las personas, el trabajo es capital dentro de las empresas. Cuando surgió el conflicto entre Cuba y Estados Unidos se pronunció del lado de la nación caribeña. Durante la estancia en México de Fidel y Raúl Castro los apoyó con dinero y medicinas. Cuenta la leyenda urbana que el ex presidente se escapaba al parque de Miraflores a platicar con Fidel Castro y con el Che Guevara.

El 27 de septiembre de 1960, al nacionalizar la industria eléctrica, después de referirse a la claridad de los preceptos en los artículos 27 y 28 constitucionales, esta fue la oratoria de López Mateos:

Pueblo de México: les devuelvo la energía eléctrica, que es de la exclusiva propiedad de la nación, pero no se confíen porque en años futuros algunos malos mexicanos identificados con las peores causas del país intentarán por medios sutiles entregar de nuevo el petróleo y nuestros recursos a los inversionistas extranjeros. Ni un paso atrás, fue la consigna de don Lázaro Cárdenas del Río al nacionalizar nuestro petróleo. Hoy le tocó por fortuna a la energía eléctrica. Pueblo de México, los dispenso de toda obediencia a sus futuros gobernantes que pretendan entregar nuestros recursos energéticos a intereses ajenos a la nación que conformamos. Una cosa obvia es que México requiere de varios años de evolución tecnológica y una eficiencia administrativa para lograr nuestra independencia energética; sería necio afirmar que México no requiere de la capacitación tecnológica en materia elécrica y petrolera. Pero para ello ningún extranjero necesita convertirse en accionista de las empresas públicas para apoyarnos.

Twitter: @Gabrielarodr108