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Opinión
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Isocronías

Santiago y Bolaño, dos miradas

G

racias a Raúl Silva, quien hace cinco años publicó una revista dedicada al infrarrealismo, reproduzco aquí ligeramente editadas dos visiones, de José Rosas Ribeyro y Rubén Medina, sobre los líderes de ese movimiento.

1. Mario Santiago y Roberto Bolaño eran seres muy diferentes pero complementarios. Ambos tenían una pasión por la literatura y, sobre todo, la poesía… Pero la pasión de uno y otro eran también muy diferentes. La de Mario era algo absoluto que lo llevaba a la marginalidad. No aceptaba ningún compromiso, no buscaba la gloria literaria ni hacerse conocido como poeta. Vivía la poesía cada día en cada milímetro de su cuerpo y en cada una de sus neuronas. La de Mario era una de esas pasiones que te consumen rápidamente la vida. Roberto sabía que estaba destinado a hacer una carrera literaria y pese a su marginalidad en el México de entonces buscaba canales de expresión, editores, contactos. Mientras yo estaba allí salió un primer libro suyo de poesía, en una cuidada edición artesanal, y Roberto estaba loco de contento. A Mario en esa época no se le pasaba por la cabeza publicar, lo que escribía lo perdía sin que eso le importara mucho. Pero ambos eran complementarios ya que uno neutralizaba en el otro algunas de sus tendencias. Roberto neutralizaba en Mario las tendencias más autodestructivas y Mario neutralizaba en Roberto el afán de triunfo literario.

2. Dos vertientes: una que es escéptica y la otra irónica, y que respectivamente podemos encontrarlas en el escritor detective y el suicida. El primero es un francotirador, experto en el hit and run y la des-ubicación, en la elaboración de archivos e ir apuntando todo lo que ve y escucha en la ciudades y en los márgenes letrados con una sintaxis que se origina en las largas caminatas y al atravesar la larga noche en la altiplanicie azteca: vive en cierto modo para escribir y termina haciendo una obra literaria (Bolaño) inconmensurable. Por otra parte, el suicida prefiere la experiencia de los sentidos, rolar con los amigos, subvertir la vida cotidiana en cada oportunidad y la confrontación pública (poner en su lugar a los escritores autocomplacientes). Para el suicida, la escritura brota de esa aventura múltiple, cotidiana y lúdica; escribir es algo que se hace en los márgenes de libros, en cualquier cuerpo o pared disponibles, en papelitos regados que van quedando como huellas del itinerario personal por varios continentes (Santiago).