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ENTREVISTA/ Carlos Payán Velver, Periodista y director fundador de La Jornada
Ser periodista implica toda la pasión del mundo

Recibe honoris causa de la UdeG y homenaje en la FIL

El lugar donde Carlos Payán ha sido más feliz es intentando hacer periodismo, señala, pues en 1984 cuando nació La Jornada, la pugna entre técnicos y viejos priístas soltó las amarras. Por ello, manifiesta, no sé qué sería de México sin la presencia de este periódico con la información contada de otra manera

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Con Carmen Lira, directora general de La Jornada, comenzamos a contar historias de los que no eran noticia: la izquierda, los obreros, los indígenas y los estudiantes, rememora Carlos Payán Velver en la entrevista efectuada en las instalaciones deFoto La Jornada Jalisco
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El reportero o aspirante a serlo necesita abrir el corazón a las sorpresas, no dejarlas pasar de largo, recomienda Carlos PayánFoto La Jornada Jalisco
Enviada
Periódico La Jornada
Miércoles 4 de diciembre de 2013, p. 2

Guadalajara, Jal., 3 de diciembre.

Carlos Payán Velver es un contador de historias. Y esta es su historia: la de un abogado que un día cambió la forma de hacer, escribir y pensar el periodismo en México. Fui muy feliz. Creo que el lugar donde más feliz he sido en mi vida es intentando hacer periodismo, dice el director fundador de La Jornada.

Por su trayectoria periodística, que inició en 1977 en el unomásuno y lo llevó a la fundación, siete años después, de este diario, Payán Velver será investido este miércoles con el grado de doctor honoris causa por la Universidad de Guadalajara (UdeG).

Esto será por la mañana en el Paraninfo Enrique Díaz de León de la UdeG y, por la tarde, a las 17 horas, recibe un homenaje dentro de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara el cual es también un reconocimiento a La Jornada, ha dicho el rector de la UdeG, Tonatiuh Bravo Padilla.

“Este país no sé qué carajos sería sin La Jornada”, expresa Payán durante una entrevista de casi tres horas que se realizó en las instalaciones de La Jornada Jalisco. En la sala de juntas, don Carlos se sienta junto a la ventana, abrigado con un suéter de cuello de tortuga. No viste su emblemático traje de pana con el que muchas veces lo vimos en la redacción del periódico en Balderas, en pleno centro de la ciudad de México.

Sin miedo a la muerte

Dice que le gusta la pana, porque así visten los obreros pero franceses. Los obreros y los intelectuales franceses. En la actualidad me cuesta ponerme corbata y sé que me la tengo que poner.

–¿Usará corbata el miércoles?

–Sí, no quiero ser grosero con gentes que son gentiles conmigo, dice y ríe.

Está a contraluz. Las sombras se acomodan sobre sus manos. Durante dos horas y 40 minutos cuenta anécdotas, cómo llegó al periodismo, cómo se fundó La Jornada, cómo se eligió el nombre del diario, el cambio en la relación con el poder, encuentros con presidentes y empresarios, con indígenas que llegaban a la redacción, lo que significó el movimiento zapatista, el sismo del 85 o la guerra del golfo Pérsico y el asesinato de Luis Donaldo Colosio.

“Tengo 84 años. No le tengo miedo a la muerte. He disfrutado la vida muy bien, siempre la he disfrutado muchísimo, lo terrible es que muchos amigos, de menor edad que la mía, se van muriendo uno tras otro, y eso pesa mucho. No tengo miedo. Ya digo: ‘Voy a morir… ¿Cuándo?’ Pero se mueren los amigos, gente muy querida y valiosa: (Carlos) Monsiváis, (Guillermo) Tovar de Teresa, quien era mucho más joven. Eso es lo trágico”.

Don Carlos cuenta historias. En muchas de ellas se encuentra otra figura, la de Carmen Lira, quien en 1996 tomó la dirección de La Jornada. Mancuerna desde que trabajaron en el unomásuno con Manuel Becerra Acosta, compañeros de viajes, salvados por un camionero un día que se descompuso el coche de madrugada bajo un puente del Periférico, y a quienes caminando cerca del hotel del Prado, destruido en el sismo del 85, les cayó a un lado un pedazo de cristal.

“Carmen Lira es la mujer con la que más tiempo he vivido en mi vida, porque desde el unomásuno pasábamos 16 horas diarias trabajando, después con el sindicato, salíamos a las cuatro o cinco de la mañana para estar otra vez a las 12, a veces a las 10, en el periódico. Eso fue pesado, pero no lo sentíamos”.

Piedras de toque del periodismo

A lo largo de la conversación deja caer pequeña piedras de toque de lo que es el periodismo. “Lo que se necesita es vocación, pero antes pasión. Así como en la Academia había un letrero: ‘No entre quien no sepa matemáticas’, en el periodismo debería decir ‘no entre quien no sea un ser apasionado. Con toda la pasión del mundo’.

Creo que eso es lo que más se necesita para ser periodista. Lo demás, la ética y eso, la tiene o no la tiene. Debe tener una ética. Es que la profesión es maravillosa. Lamento mucho no haber sido reportero.

Con Carlos Payán y Carmen Lira se encontró una nueva forma de hacer periodismo. “Ya hacíamos lo que Tom Wolfe llamaba nuevo periodismo. Era ofrecer la información contada de otra manera.

“Un periodista cuenta la historia. Como un cuento. Como una historia. Si el periodista es un contador de historias, ¡hombre, eso es por lo que se debe optar! Cuéntame una historia: ‘Cuando llegué a la Plaza de las Tres Culturas avanzaba el Ejército’… Cuénteme la historia completa, la narración como empieza y termina donde termina, es muy difícil” y aquí la charla se cruza con las nuevas tecnologías, el diarismo en la red.

“Cuando inauguramos nuestra página de Internet –prosigue Carlos Payán Velver– dije eso: a ver si acabamos aquí con la información pleonástica. Hay una cosa que si me permiten que les recomiende. Con el Internet, us-ted viaja con esto (toma de la mesa un teléfono celular) de pronto se encuentra con Shimon Peres y le dice: ‘Señor tal cosa’. Y Peres ya le dijo tres o cinco palabras, lo registró con esto y lo mete usted a la página y también al periódico impreso. Eso es lo más sencillo”.

Contar historias y preparar una investigación no está peleado con el periodismo digital. “No es imposible, aunque es difícil. Va suceder que lleve un reportaje de investigación, pero va demasiado encapsulado, demasiado pequeño todavía y además para contar las cosas ahí cuesta trabajo para que se lea. Ese es otro boleto que tiene que desarrollarse.

Ahorita les digo lo que creo que puede pasar ahí: debe salir información para el Internet. Lo inmediato, ya me lo ganaron, el reportaje no. Usted, por ejemplo, va a trabajar sobre los trabajadora de unas minas y nadie se lo gana, lo gana el periódico y luego sube una síntesis al Internet, pero el Internet no es el futuro.

Un director se puede equivocar

Lo que hizo primero en el unomásuno y después en La Jornada, que el próximo año cumple su aniversario número 30, fue contar las historias de quienes no eran considerados noticia: la izquierda, los obreros, indígenas estudiantes.

“Ejercer la profesión debe ser siempre una vocación y una voluntad de hacer las cosas bien. Uno le puede permitir a un reportero, que en su reportaje, cuando ya se le tiene confianza, medio edite, medio editorialice. A los demás no. A los demás es cuéntame la historia. Imagínese yo que venía de fuera, todo era nuevo y lo viejo es lo que hacían las gentes que venían de otros periódicos. Ellos decían que la izquierda no era información. No es que fueran anticomunistas, así les enseñaron. Llegaba información de los sindicatos y la mandaban y la señora Dolores Cordero me avisaba: ‘Payán acaban de tirar a la basura esta información’. ¡Sácala! Y ya hacía yo que se publicara.

“Eso también tiene que ver con el dictum que da el director y que el colectivo acepta y lo produce. La mesa de redacción dando opinión todos sobre la valoración, porque el director se puede equivocar, con tanta información de pronto puede agarrar una cosa que ya se dijo y en la loca la quiere llevar a la primera y el otro tiene que decir que no, que ya se publicó. Para eso funciona, para buscar el equilibrio de la información, que no sea repetitiva y cuando en la mesa no responden los otros… A mí me pasó en una ocasión, que le pregunté al jefe de la mesa, ¿usted que opina? Me dijo: ‘lo que usted diga’. Le dije váyase al carajo, porque no me sirve para nada. Eran los tiempos de ‘¿Qué horas son? Las que usted diga’. No, pues no me sirve para nada, pero bueno, somos así también.

“Con Becerra era muy difícil. Si llegaba a preguntar, ¿usted que opina? y uno le decía ‘yo creo que…’ ‘Ah usted cree. ¿Quién es usted para creer? Y el otro salía casi infartado”, y de nuevo sus risas llenan la salita.

“El experimento en busca de la libertad de expresión y la democracia, y dar la voz, comienza en el unomásuno. Hoy le dicen al presidente baboso, estúpido, cabrón. En aquel entonces todavía no. Decía una cosa de esas y al otro día estaba uno muerto. Ahora no. Ese espacio lo ganó La Jornada y después fue cada vez más rápido. Con más libertad. Yo no traía los vicios que traía Manuel (Becerra Acosta). Aunque fíjese: cuando el unomásuno, el segundo número, sacamos una entrevista con los sandinistas enmascarados, que mandó Stella Calloni, y ahí estaba también como camarógrafo Epigmenio (Ibarra). El texto se lo manda Stella no al periódico, porque no tenía relación, sino a un amigo y él me lo lleva.

Lo ve Manuel. Lo manda a primera plana y sale la foto de los enmascarados. Todo mundo pensó que había sido yo porque era un izquierdoso. Pero no. Fue Manuel, porque tenía un instinto muy jodido del periodismo, en el fondo era muy buen periodista, perturbado por el trago, pero tenía una intuición para eso.

Otra anécdota: “El jefe de información de (José) López Portillo, Solana, por ejemplo dos veces me llamó: Oiga, va a venir el sha de Irán a México, ya lo anunciaron en Los Angeles Times, pero no debe publicarse aquí. Le dije, ‘pero oiga ya estamos haciendo una información y un editorial’. ‘Ya le dije a usted que no se publica’. Y le dije: ‘¡ah, ya entendí!’. Lo llevé a primera plana y el editorial también en primera plana. Ni siquiera era una cosa tan grave, aquél andaba buscando asilo quizá, y entonces decían que conmigo no se podía tratar. Que estaba yo loco. Manuel sí se peleaba. La enseñanza era la correcta: no cedas. Yo no cedía.

“Con el movimiento zapatista no hubo una palabra que dijera la Presidencia o Gobernación con respecto a nosotros, estaba Carreño, el que dirige ahora el Fondo de Cultura (Económica), como jefe de información, era miembro de la asamblea nuestra, nunca llamó para decir ‘¡Bájale’”.

La Jornada pudo hacer lo que hizo y ser lo que es por algo que descubrió después don Carlos, al leer el ensayo En el mismo barco, de Peter Sloterdijk. “Tiene una parte en la que dice que cuando la élite en el poder pelea entre sí, suelta las amarras y avanzan los medios. Nosotros decíamos ‘Somos paladines’. Pero, ¿qué es qué estaba pasando? Pues ya se empezaban a pelear arriba, los técnicos con los viejos priístas y soltaron las amarras.

“Pero este país no sé qué carajos sería sin La Jornada. Ahora todo el mundo se salta las trancas, le dicen al presidente lo que quieren, pero siguen corrompidos igual que antes. La mayor parte de los medios y los intelectuales juegan al papel ese. Hay un problema: muchos intelectuales reciben las becas, lo que les da el gobierno como una pensión. Son becas y muchos las siguen renovando. Los más jóvenes no pueden acceder. ¿Qué pasa con esos intelectuales? Ni se les ocurre hacer una crítica porque les quitan la beca, esa es parte de la disfunción.

“Gramsci dice que el papel de un intelectual es estar frente al gobierno, no adentro. Sin La Jornada, quien sabe qué sería este país”.

Escribe sus memorias

Carlos Payán fundó periódicos dos veces, primero el unomásuno desde abajo, desde buscar empresarios interesados hasta conseguir la rotativa. Al salir de ese diario, con un grupo de periodistas, entre ellos Carmen Lira, se dan a la tarea de crear un nuevo medio informativo. También desde abajo. Muchos de los que hoy son grandes escritores comenzaron ahí como reporteros, muchos de los reporteros comenzaron vendiendo acciones por todos lados para poder financiar el proyecto. Artistas como Francisco Toledo y Rufino Tamayo donaron obra que muchas veces fue empeñada para pagar los salarios. Nunca dejamos de pagar los salarios.

Hubo amenazas de muerte. Locuras como mentarle la madre a un procurador con quien estaba sentado en una de las mesas más pequeñas de un restaurante. Cosas difíciles como desarticular el asesinato del obispo de Chiapas y del cual está escribiendo una novelita.

Todo esto será contado en sus memorias que estarán listas posiblemente a final del próximo año.

Estoy escribiendo unas memorias, pero empecé con la infancia y dije: a quién carajos le importa mi infancia. Ya iba yo muy avanzado, y dije: a quién le importa esta madre; me frené, empecé con lo otro (la novela) y me frené también. Casi creo que lo que voy a hacer es como un rompecabezas de estas pequeñas historias, la plática con un funcionario, no sé.

–¿No extraña el trajín de estar en la oficina?

–Cuando salí, a pesar de que me preparé años para dejarlo, en sicoanálisis y toda la cosa, porque sentí que había necesidad de que entrara otra gente, a pesar de que me preparé, sentí como si me hubieran quitado las piernas, los brazos, los oídos y cerrado los ojos. ¡Cómo no! Todavía sueño con eso.

“Fui muy feliz, creo que el lugar donde más feliz he sido en mi vida es intentando hacer periodismo. He disfrutado todo, no me corrompí, era cariño, afecto por lo que se hacía, el respeto por los reporteros (y fotógrafos) como la columna vertebral del periódico.

Voy regularmente al consejo (de accionistas) y cuando Carmen (Lira) me llama cuando la información se calienta. Hablamos de asuntos del periódico. Y a veces escribe de nuevo la Rayuela.

Tener los ojos bien abiertos

–¿Cómo fue la vida familiar?

–Era difícil, pero alguna vez que mi mujer me preguntaba acerca de esto, le dije: esta es mi tarea, es lo que yo quiero, soy feliz, te enamoraste de mí porque yo era como era y ahora quieres cambiarme. Yo no puedo. Si no te parece, pues ahí nos vemos. Así era, pero nos llevábamos muy bien. Pero así pasa, lo quieren cambiar a uno, para volverlo un desastre ahí metido en una oficina pública.

Ser periodista puede ser la profesión más digna de todas, siempre y cuando aquél elabore su trabajo, porque si no lo hace entonces es un chismoso y eso es tremendo. Cuando lo elabora es cuando es un gran periodista, como un gran cirujano, sublimando lo del chisme.

Una recomendación final para el reportero o para quien quiera serlo:

“Tiene que tener los ojos siempre abiertos para sorprenderse. No hay que pasar de largo. Pero además tener despierto el corazón para ver todo. Cuando empezamos a hacer La Jornada en una cantina me encontré un arquitecto que estaba haciendo la restauración de unas iglesias en Oaxaca, y me dice: ‘Ay Payán, fíjate que estoy haciendo esto en un pueblito a 40 kilómetros de la capital, y platicando del cura y el guardián de la iglesia y el padrino me dijeron: nosotros no queremos ser un pueblo folclorero, y para estar enterados mandamos todos los días a una persona a la capital a que compre un periódico que se llama La Jornada.

“El periódico acababa de salir. A mí me conmovió. Me dio mucho gusto y le dediqué una Rayuela hablando del pueblo. Recibo al poco una carta diciendo que le daban las gracias al periódico porque había nombrado a su pueblo, y que me invitaban a la reposición de la cruz que se habían robado y que la iban a poner en tal fecha. Le digo a Carmen ‘¡vamos!’ Y fuimos y fue delicioso el encuentro. Por eso no hay que pasar de largo. Hay que abrir el corazón a las sorpresas”.