Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de noviembre de 2013 Num: 975

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bachofen o la
mitología paradójica

Mauricio Beuchot

A la memoria de
David Gris

Juan Gabriel Puga

Nicanor: de cantera
de cantores

Enrique Héctor González

El ajusticiamiento
de Taurino López

Agustín Escobar Ledesma

Jorge Carrión y
la revista Política

Marta Quesada

Las ilusiones perdidas:
Fellini 20 años después

Carlos Bonfil

Coordenadas de
una amistad escrita

Cristian Jara

Dos poemas
Spiros Katsimis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Bisoñerías paralelas

Hasta hace relativamente poco tiempo era frecuente oír la queja, bastante justificada por cierto, de que al cine mexicano lo afectaba un centralismo de composición múltiple. Se reprochaba que, encima de ser muy pocos, la mayoría de los largometrajes de ficción eran chilangos en sus argumentos, temáticas, conflictos, personajes y contexto. No por casualidad, y sin importar si eran escasos o abundantes, los recursos económicos, técnicos y humanos para la realización cinematográfica se concentraban, casi en términos absolutos, en la capital del país.

Aunque la descentralización de la factura fílmica nacional sigue siendo una tarea pendiente, también desde hace relativamente poco tiempo se producen largos de ficción cuya existencia no depende, material ni conceptualmente, del monstruo metropolitano devorador insaciable llamado Ciudad de México. Para sólo referir los primeros ejemplos que vienen a la memoria, están Así (2005) y Más allá de mí (2008),  de Jesús Mario Lozano, nacido en Monterrey, así como Levantamuertos (2012), de Miguel Núñez, nacido en Mexicali, Baja California.

Cumbres y Enero son dos muestras recientísimas de un cine que pareciera tener la intención manifiesta de mostrar su localía, tal vez en respuesta no muy deliberada o del todo consciente al centralismo, o tal vez por la simple razón de que sus creadores tienen el obvio interés por contar historias que reflejen la realidad que les ha tocado vivir.

Ibídem ídem

Aunque una procede del estado de Nuevo León y otra de Michoacán, Cumbres y Enero lucen varias similitudes: ambas fueron producidas en este 2013, se trata de la ópera prima de sus autores, que en ambos casos fungen como guionistas y directores y, curiosamente, sus estructuras narrativas son idénticas en lo general.

La acción de Cumbres, de Gabriel Nuncio, arranca en la ciudad de Monterrey, es consecuencia directa de una muerte violenta y desemboca en otra muerte. La acción de Enero, de Adrián González Camargo, arranca en alguna ciudad michoacana, es consecuencia directa de una muerte violenta y desemboca en otra muerte. El núcleo del conflicto en Cumbres consiste en la huida y la necesidad de ocultarse que tiene quien perpetró la muerte del comienzo. El núcleo del conflicto en Enero consiste en la huida y la necesidad de ocultarse que tiene quien perpetró la muerte del comienzo. En Cumbres, al homicida lo acompaña una persona muy cercana en sus afectos, que de este modo se vuelve cómplice del crimen, así sea por encubrimiento. En Enero, al homicida lo acompaña una persona muy cercana en sus afectos, que de este modo se vuelve cómplice del crimen, así sea por encubrimiento. En Cumbres, dicho acompañante no hace nada por evitar la muerte del final. En Enero tampoco. En Cumbres hay una tentación paisajística donde la localía puede lucir. En Enero también. Y así y así.

Aunque se trate de una mera casualidad, tanta similitud y tanta muerte en una y otra hace pensar en lo que una maestra de guionismo dijo alguna vez a sus pupilos: cuando escriban una historia que no dependa ni esté centrada en la muerte de un personaje, habrán dejado de ser guionistas bisoños. No es el caso, como se ve, de Cumbres y Enero.

Hay un aspecto en el que, por otro lado, los filmes son muy distintos: mientras Enero tropieza constantemente con impericias técnicas y desaliños –de fotografía, iluminación, edición, etcétera– que le dan un aire de a ratos como de videohome o de plano más bien casero, Cumbres luce bastante más elaborada en términos visuales, de composición y de ritmo, incluso con cierta tendencia a un preciosismo claramente innecesario. No obstante, al mismo tiempo Enero es bastante más sólida en términos argumentales, y si bien incurre en más de un estancamiento dramático del que luego logra salir a duras penas, no le sucede lo que a Cumbres, que abunda en inconsecuencias y gratuidades guionísticas, muy al estilo de esos filmes que tienen tan claro el final pretendido, que no les importa brincarse cualquier tranca lógica para llegar a él.

Epílogo refranero: ya que Roma no se hizo en un día ni una golondrina hace verano, y como es muy cierto que echando a perder se aprende y el que porfía mata venado, queda por ver en el futuro –que ojalá no sea lejano– una producción cinematográfica de localía más constante y, sobre todo, más consistente. Ahí están las historias, ahí los cineastas para contarlas y, aunque de a ratos no lo parezca, ahí también el público a quien van dirigidas.