Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 20 de octubre de 2013 Num: 972

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Marjorie Agosin:
Querida Ana Frank

Esther Andradi

El poeta viajero
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Cees Nooteboom

La migración en la
música popular

Raúl Dorantes y Febronio Zatarain

Migración, identidad
y lengua

De fronteras,
migraciones y lluvias

Sandra Lorenzano

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Caída libre

En Gravity (EU, Alfonso Cuarón, 2013), no es una cápsula espacial lo único que va en caída libre: con ella, pero habiendo comenzado su precipitación vertiginosa desde mucho antes, van cayendo sin remedio muchas otras cosas, no solamente los fragmentos del telescopio Hubble, de la Estación Espacial Internacional y de una cifra indeterminada de satélites hechos trizas que, de acuerdo con la trama, fueron impactados por la reacción en cadena de un primer y deliberado golpe destructor contra un artefacto ruso, cuyos restos han quedado fuera de control.

No se trata, por cierto, de la fuerza de gravedad a la que alude el título del filme, ésa que el centro de la Tierra ejerce sobre el planeta entero y sus alrededores, sino de una suerte de anti/super/gravedad, paradójica como pocas, que aplica toda su influencia contra filmes que, como es el caso, vienen precedidos y viajan en compañía de dos o tres pasajeros que invariablemente acaban siendo fatales polizones: puerilidad, comparación injustificada y sobredimensionamiento.

Anti/gravedad en el sentido que, sin el prefijo, tiene la raíz de la palabra, ya que con “grave” se designa, entre otras cosas, algo “de mucha entidad o importancia”, que es como Muchagente ha querido ver este cuento que, por desgracia, deja caer muy rápido la densidad, el peso específico que muestra en el arranque, para dejar que trepe a bordo la puerilidad implícita de lo inverosímil, por un lado, y de lo bobamente simbolista por el otro.

Para no gastar la tinta en ejemplos que reiteren, a propósito de inverosimilitudes dígase nada más que el origen del conflicto entero, es decir el impacto de la pedacería descontrolada viajando a velocidad letal en el espacio, la primera vez que aparece convertida en proyectil multiplicado, por mera probabilidad si se está en trayectoria de colisión, obviamente rompe, troza, perfora y mata –ahí el horror de tintes gore de un rostro abocardado–, pero más tarde, cuando la trama no puede permitirlo porque de lo que se trata es de que la protagonista sobreviva, esa misma lluvia de metales orbitantes con su filo mórbido y su velocidad que mata, aunque sean millones y de nuevo coincidan en sus coordenadas, no le tocan un pelo a la astronauta.

Dígase también, a propósito del simbolismo simple, que así se mira, simplón hasta ser bobo, el hecho de que Sandra Bullock, la protagonista, sea una astronauta estadunidense que se salva del desastre y vuelve a la Tierra, porrazo de por medio, metida en una cápsula hecha en China y ataviada con un traje de cosmonauta ruso: vaya a saber a santo de qué pluralismo político-sideral, con tales torceduras de argumento quería darse un mensaje de hermandades imposibles ante un desastre como el que implicaría, en la realidad, la destrucción masiva y repentina de las telecomunicaciones vía satélite.

En justicia, la super/gravedad –con la raíz  “grave” en el otro sentido que tiene, es decir, “que está muy enfermo”– no corresponde a la película sino a quienes se evidencian incapaces de ahorrarse la comparación injustificada, sobre todo con una de las obras maestras de Stanley Kubrick: nomás ven astronautas y naves espaciales y ya le quieren hallar continuidad con David Bowman, la Discovery y la cruel computadora Hal. En Gravity no hay absolutamente nada que permita, o al menos que sugiera, compararla con 2001; la primera es una historia sencillísima de desastre y salvación a pesar de los pesares, muy a la Hollywood, y la segunda es, como Todomundo sabe, una teoría no sólo del origen y destino de la humanidad, sino de la inteligencia misma.

De ahí emana, inevitable como el escape del oxígeno en una cápsula espacial que ha sido perforada, el sobredimensionamiento: Gravity se encuentra a años luz de ser algo más que una película “para el do mingo”: técnicamente muy bien elaborada, a ratos deslumbrante en términos icónicos, irreprochable por lo que hace a la factura de los aquí necesarísimos –y, por ende, obvios– efectos especiales digitales vanguardistas, e incluso, aunque no de tiempo completo, en cuanto al trazo dramático de los personajes, en particular el que interpreta George Clooney.

Pero nada más, ya que por su propio peso y en caída libre, chocan contra el duro suelo las pretensiones de cualquier filme cuya mejor recomendación acaba siendo lo mucho que se ha gastado en ella y lo muchísimo que después se embolsan sus ejecutores. Busque el amable lector lo que se ha escrito sobre Gravity, para comprobar que Todomundo sigue apantallándose más por la cifra estratosférica de dólares que por eso que, Cuarón dixit, sucede en la estratosfera.