Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 20 de octubre de 2013 Num: 972

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Marjorie Agosin:
Querida Ana Frank

Esther Andradi

El poeta viajero
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Cees Nooteboom

La migración en la
música popular

Raúl Dorantes y Febronio Zatarain

Migración, identidad
y lengua

De fronteras,
migraciones y lluvias

Sandra Lorenzano

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Columnas:
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La Jornada Semanal

 

Marjorie Agosin: Querida Ana Frank

Esther Andradi

Querida Ana Frank es el diario poético de Marjorie Agosin, diálogo e identificación con la niña de trece años más conocida en todo el mundo. Setenta poemas que preguntan, retratan, consuelan. Que lloran y ríen y se indignan con Ana. Que se enamoran y se espantan como ella. Que sienten con su piel, caminan con su alma. 

Desde principios de los años cincuenta, antes que Marjorie naciera, Ana Frank ya era la foto que la bisabuela tenía junto a seres queridos en su mesa de luz. Hija, nieta y bisnieta de una familia atravesada por los exilios judíos, Agosin nació en Maryland en 1958 pero creció en Chile, en Santiago. Velas, besos, altares. “Algo en su rostro, en su edad y en su porte me hizo recordar al mío. La imaginaba jugando con mis hermanas y leyéndonos fragmentos de su Diario.”

La niña Marjorie se hizo grande junto al ritual de reconocimiento y memoria de los muertos que acompañaban la familia desde quién sabe qué tiempos. Ana Frank era un recuerdo anclado junto a sus parientes, su abuelo, sus desaparecidos. “Hablo sobre Ana Frank por un deseo casi obsesivo de restaurar su memoria y hacerla regresar, más que nada, a la cotidianeidad de nuestra vida”, escribe Agosin.

Porque Ana, además, había escrito un diario para quedar en la conciencia de todos. Aun en la de aquellos que no habrían sido capaces de abrir la puerta de su casa para refugiarla esa noche. Una adolescente como ella, como su hermana. Una muchacha que soñaba con un novio, como tantas. Que adoraba su pelo y su voz. “Ana Frank despierta la posibilidad de invocar a una persona con una memoria viva e incita a pensarla como una adolescente, con los deseos del amor y la ira.”

¿Quién no ha tenido
un diario de vida
para amparar el cristal sajado
del sueño?
¿Quién no ha escrito
para iluminar las sombras
de las fosas abiertas?
¿Quién no ha contado el primer asombro
ante una carta perfumada?
¿Quién no ha pensado
en llamar
a ese diario
Ana
y frente al escondite pausado
de la memoria,
invocarla,
llamarla tras las
hogueras?

La niña, la adolescente que vivía escondida, fue capturada poco tiempo antes de que llegaran los aliados. La bella mujer en ciernes fue arrastrada como tantas frente a la mirada distraída de quienes ven morir a otros. Observadores. Gente incapaz de decir no. Como la mirada de tantos que vieron desaparecer gente. ¿Por qué tanta gente obedeció? ¿Por qué tanta gente obedece? “Casi toda Europa obedeció al llamado germánico, sólo una exigua minoría escondió judíos”, pero el exterminio se hizo en forma sistemática, industrial, económicamente eficiente. Hasta el último detalle.

Y si eran ellos,
y si, en verdad,
vendrían por ti,
¿llevarías pantuflas,
o el diario bajo
tu brazo desgarbado?
¿Qué prendas llevarías
Anne, para la travesía
de los inocentes amordazados?
¿Con qué blusa te irías
a los cuartos azules?

Dice Agosin en el prólogo: “Este diálogo con Ana Frank, más que recordar a una figura histórica, presenta las siguientes interrogantes que tienen fuertes conexiones con las dictaduras de Latinoamérica y en especial de mi país de origen, Chile.” Y se pregunta: “¿Cómo recordar a un pueblo sin tumba? ¿Dónde poner flores a esos rostros, a esos cuerpos adormecidos en el aire?” ¿Cuál sería la ceremonia catártica para recordarlos?” Mujeres, niñas, jóvenes, militantes por la libertad, arrancados de la luz del día en las dictaduras del Cono Sur. De calles, bares, aldeas y ciudades a lo largo del mapa de Chile. “Cuando la junta militar chilena, en el año 1973, llegó a golpear a las puertas de nuestro barrio para arrestar a las mujeres, arrastrarlas del cabello para luego raparlas; cuando las hicieron desaparecer en la noche llena de nieblas, también pensé en Ana.”

Una cobertura en chapa blanca resguarda los vestigios de las cámaras de gas adonde fueron a morir bajo una ducha letal miles y miles de personas. ¿Cómo se llamaría la niña que no nació? ¿La joven que llevó al refugiado en su automóvil y fue interceptada? ¿Qué nombre tenía aquella que no volvió de las mazmorras? ¿Qué historia escribía? En medio de la neblina del campo organizado, estructurado, pensado hasta el último detalle, desde que se ingresa a morir, se trabaja para morir, se sobrevive para morir, y se muere de una vez pero no para siempre día a día en el campo, en ese campo que no tiene nada que ver con la vida y que es la única vida que se conoce. Grita en los oídos el dolor de esa chapa blanca que no se resigna a ser un marco para el olvido. Y golpea, golpea, golpea. Como los nudillos de alguien que aún resiste. Porque el horror no es una visión del mundo. “El legado de Ana Frank, más que una presencia, es una memoria viva que deja huellas, que palpita, que nos hace enfrentarnos todos los días con nuestra historia.”

Entonces Marjorie, la poeta que fue niña cuando Ana Frank ya era un símbolo en su Diario, antes de abandonar su país, puso un puñado de tierra en una bolsa de plástico y se la llevó consigo. Allí plantó una gardenia, una flor capaz de perfumar un pueblo entero. “Dos gardenias para ti/ que a tu lado vivirán/ y te hablarán...” como escribió en una canción inolvidable Antonio Machín. Y desde el aroma de las gardenias, Agosin se escribe con Ana Frank, contándole de otras Anas y Marías a quienes se les cerraron las puertas en la noche, y fueron rapadas de día.

Y por si acaso no pudieran escribir, la poeta Agosin lo cuenta una y otra vez en esos poemas cantados, conversados, soñados en la voz de Querida Ana Frank.