Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 20 de octubre de 2013 Num: 972

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Marjorie Agosin:
Querida Ana Frank

Esther Andradi

El poeta viajero
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Cees Nooteboom

La migración en la
música popular

Raúl Dorantes y Febronio Zatarain

Migración, identidad
y lengua

De fronteras,
migraciones y lluvias

Sandra Lorenzano

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La migración en la música popular

Raúl Dorantes y Febronio Zatarain

La migra a mí me agarró
trescientas veces digamos.

Jorge Lerma

Desde principios del siglo XX encontramos canciones que registran las primeras grandes migraciones. Estos éxodos fueron provocados por la violencia que generó la Revolución mexicana. En aquellos tiempos, para cruzar la frontera, el único trámite consistía en identificarse y en darse un baño con el objetivo de “entrar desinfectado”. En los años veinte, debido a los estragos causados por la guerra, del lado mexicano la producción discográfica estaba muy limitada. Entonces surgió en Texas y en el suroeste del país el primer boom de grabaciones de música en español. Estas estaciones de radio se encargaron de divulgarla en el período conocido como The Golden Era of Recorded Corrido. En algunas grabaciones encontramos historias como la del hombre que, a partir de la violencia revolucionaria decide irse al otro lado (“Adiós mi madre querida/ écheme su bendición./ Yo me voy al extranjero/ donde no hay Revolución.”) O la del que por una decepción amorosa opta por emigrar (“Yo me vine de mi tierra/ me vine de un sentimiento.”) O corridos como el de los que se ven atrapados en un momento histórico en el que transportar y vender alcohol era penado (“Y por andar vendiendo un trago/ nos llevan a Riverbowl.”)

Una característica de las primeras canciones sobre los inmigrantes o los mexicanos ya establecidos es la hipérbole. Son frecuentes los corridos compuestos a partir de seres humanos concretos que se volvieron mito al enfrentarse al poder. Joaquín Murrieta y Gregorio Cortéz acaso sean los ejemplos más sonados. La historia de Murrieta es la del bandolero que por querer vengar la muerte de su esposa cae en un resentimiento racial que lo vuelve asesino a fines del siglo XIX, en California: “Mi carrera comenzó/ por una escena terrible./ Cuando llegué a setecientos/ ya mi nombre era temible.” Ya en el siglo XX, en Texas, la hazaña de Gregorio Cortéz se origina primordialmente por la actitud prejuiciosa de un sheriff; éste busca entre los mexicanos al ladrón de un caballo, y por una confusión lingüística (el traductor, al interrogar a Cortéz, no supo distinguir entre “caballo” y “yegua”) el sheriff ordena el arresto de Cortéz, y Cortéz se defiende.

Joaquín Murrieta no logra alcanzar el estatus de “bandido social”, de sujeto que está fuera de la ley y que reparte su botín entre los pobres. Por eso es curioso que se haya vuelto mito en el suroeste y que el chileno Pablo Neruda haya llegado a componerle un poema. El caso de Gregorio Cortéz, en cambio, es un mito legítimo: mató al sheriff como un acto de autodefensa, pues éste acababa de acusarlo de haberse robado el caballo y además había baleado a su hermano. Cortéz se vuelve mito en vida porque, siendo inocente, es capaz de burlar durante días a los sheriffes: “Siguió con rumbo a González,/ varios sheriffes lo vieron,/ no lo quisieron seguir/ porque le tuvieron miedo.”

Detengámonos en el acento del apellido “Cortéz”, “errata” que llama la atención. El uso del acento en Estados Unidos se relaciona con lo mexicano (o en forma extensiva, con lo hispano). Es además de signo ortográfico, un signo de identidad. La cultura méxico-americana, y en específico la chicana, se caracteriza por agredir el inglés con palabras en español. ¿Qué mejor agresión que violentar la lengua de Shakespeare con un signo ajeno?

Regresemos a la hipérbole. Esta figura literaria también es común en las composiciones de nuestros días: “La migra a mí me agarró/ trescientas veces digamos/ pero jamás me domó/ a mí me hizo los mandados.” Si en los corridos de Murrieta y Cortéz trabajar no era penado, en las canciones de la segunda mitad del siglo XX laborar en Estados Unidos sin documentos es un acto “ilegal”. La transgresión ahora no consiste en matar o en robar sino en el simple hecho de cruzar la frontera para trabajar. Otra diferencia: en los viejos corridos la venganza es concreta; en las canciones que escucha el migrante de nuestros días, es catártica: le basta escuchar “Los mandados” en la voz de Vicente Fernández para librarse de resentimientos. Sabe que cruzó la frontera y que trabaja ilegalmente, pero también sabe que ante estos “delitos” no puede hacer nada. Estos “delitos” lo hacen vulnerable ante el patrón y ante los ya establecidos. La música y el baile son los medios que se encargan de reanimarlo: es suficiente un acorde para recobrar el ánima.

el instrumento que más se ha acercado al júbilo y al llanto de los inmigrantes es el acordeón. Así como los huicholes de las montañas de Nayarit y Jalisco han escogido el violín, la veta más visible de la inmigración mexicana ha elegido el acordeón, ese instrumento de teclas y fuelle que emigró a fines del siglo XIX desde Europa al norte de México y a Texas.

Llama la atención que la clase media hispana de Estados Unidos prefiera “La canción mixteca” interpretada por un mariachi que por cualquier grupo norteño. Ya se sabe que el mariachi es lo que etiqueta al mexicano en el extranjero, pero en los pueblos de Durango, Michoacán, Guanajuato, la música que se toca en las cantinas y en las fiestas es la de las bandas populares o la de los grupos norteños. Y la mayoría de los inmigrantes viene precisamente de esos pueblos y traen consigo los sonidos del acordeón y los metales, y no los del violín, que son los que distinguen al mariachi.

La solidaridad hacia “el mojado” no es propia sólo de los compositores mexicanos. El tejano Leonardo Flaco Jiménez es el acordeonista que más se ha acercado a esa veta. Su versatilidad le ha permitido participar en grupos de blues, rock y bluegrass, y regresar siempre más vital a su Tex-mex (también llamada “norteña”). Desde su primera grabación con el grupo Los Caminantes, en los años cincuenta, se deja ver el virtuosismo y los intereses temáticos del Flaco. Y a partir de esa década ha sabido volver con su acordeón a las fiestas populares y trabajar constantemente sobre el tema de la migración: “Desde Laredo a San Antonio/ he venido a casarme con mi Chencha./ Y no he podido, por ser mojado/ pues para todo me exigen la licencia.”

Los Tigres del Norte ha sido el grupo que mejor se ha sabido insertar en esta tradición. De la misma manera que en 1933 Pedro Rocha y Lupe Martínez cantaron el corrido “Contrabandistas tequileros”, y al igual que los Hermanos Bañuelos grabaron en 1929 “El deportado”, Los Tigres, cinco décadas más tarde, vuelven a esos mismos temas. En lo que toca al tema del narcotráfico, interpretaron “La banda del carro rojo” en los setenta, o más recientemente “Jefe de jefes”. Al respecto recordemos que la frontera norte de México desde principios del siglo XX ha sido signo de pesos con doble raya. A causa del puritanismo estadunidense, introducir alcohol en la época de la prohibición dejaba muchas ganancias, de la misma manera que en la actualidad las deja el narcotráfico. La droga en tiempos recientes –como el alcohol en 1929– es para el estadunidense que la trafica un negocio y a la vez un pecado; para el mexicano involucrado es sólo un negocio.

El narcotráfico y el migrante son los dos rieles por los que se han deslizado las canciones de Los Tigres del Norte. “Vivan los mojados” representa la legitimación de un término que era completamente peyorativo y ahora es señal de identidad. Flaco Jiménez y Eulalio González Piporro reivindican el término “mojado”, pero Los Tigres se encargan de volverlo continental: “Vivan todos los mojados/ los que ya van emigrar...” En otra canción, distinguen entre el mexicano saqueador y aquel que se ve obligado a emigrar; a la gran mayoría de los mexicanos les hubiese gustado quedarse allá, y por eso se siguen sintiendo ligados a Huejuquilla, a Moroleón, a Iguala... “Mientras los ricos se van para el extranjero/ para esconder su dinero y por Europa pasear/ Los campesinos que venimos de mojados/ casi todo se lo enviamos/ a los que quedan allá.” Esto no es una falsa impresión, pues mientras la clase política y empresarial mexicana quiere asegurar su capital en bancos extranjeros, los inmigrantes saben que la subsistencia de su familia, de su pueblo natal y, por ende, de su patria depende de ellos.

Las canciones de Los Tigres del Norte relacionadas con el migrante, a pesar de que nos narraban una historia triste, siempre lo hacían a ritmo norteño y con una melodía alegre y rápida. Pensemos en “Tres veces mojado”, donde se cuentan las vicisitudes de un migrante salvadoreño que cruzó Guatemala y México para llegar a Estados Unidos, y dejándonos bien claro que los problemas más graves de su travesía los enfrentó en México. O en “La jaula de oro”, donde se muestran los conflictos del padre indocumentado al darse cuenta de que su hijo ya no habla español y, aunque quiera regresarse a México, ya no puede porque al hijo no le interesa.

Pero a raíz de que se intensificaron los operativos del Immigration and Custom Enforcement en contra de los indocumentados, en 2004 Los Tigres grabaron una canción en la que desaparece la alegría, pues ese ritmo norteño tan característico en ellos se vuelve lamento. El tema de esta canción está relacionado con aquellos migrantes que mueren en su intento por cruzar el desierto. Nos referimos a la historia de José Pérez León, un mexicano que muere asfixiado en un vagón junto con otros veinte: “Así termina la historia/ no hay nada más que contar/ de otro paisano que arriesga la vida/ y que muere como ilegal.”.

El gran incremento de las redadas, las deportaciones y las muertes de los migrantes en su intento por llegar a Estados Unidos, también sensibilizó al cantante guatemalteco de balada pop Ricardo Arjona, quien con el grupo norteño Intocable saca a la luz la canción “Mojado”, pieza que en términos de ritmo y temática se relaciona con la de “José Pérez León”: “Si la luna suave se desliza/ sobre la cornisa/ sin permiso alguno/ por qué el mojado precisa/ comprobar con visa/ que no es de Neptuno.”

En una fiesta, un amigo afroestadunidense, que vive en Chicago y habla español, nos preguntó si dichas canciones eran de protesta o si llamaban a la revolución. Le respondimos que no porque no atentaban en esencia contra el modelo social establecido; por el contrario, el indocumentado sueña con formar parte de este modelo. Ese lamento en el que se canta la tragedia de ser indocumentado es similar al lamento de los negros en las plantaciones. Al esclavo se lo dictaba su sentimiento de opresión durante las horas de labor, mientras que al inmigrante se lo dicta la radio al momento de estar cuidando a un bebé en un condominio de Manhattan, pizcando manzana en el estado de Washington o preparando sushi en un restaurante japonés en Chicago.

Muchas de las canciones de Los Tigres del Norte tenían un carácter hiperbólico, pero los tiempos que ahora estamos viviendo los migrantes en Estados Unidos le han dado un carácter profético a algunos de sus versos. Escuchemos “La jaula de oro”, versos que a principios del milenio eran considerados una exageración y que ahora son una realidad: “Casi no salgo a la calle/ pues tengo miedo que me hallen/ y me puedan deportar.”

En “La tumba del mojado”, Los Tigres sugieren que el cuerpo sí logra cruzar la frontera, pero que el alma se queda en la línea divisoria. “No pude cruzar la raya,/ se me atravesó el Río Bravo”, aun cuando más adelante se afirme que trabajó en Lousiana. Lo curioso es que en los momentos de mayor añoranza el inmigrante sí logra ser cuerpo y alma. Y dichos momentos se dan en el esparcimiento, nunca en las horas prolongadas del trabajo. Por eso la nostalgia es el sentimiento que ha transportado la frontera de México a otros paralelos: el Río Bravo a veces cruza por el barrio East de Los Ángeles, a veces por Queens, en Nueva York, y muchas otras por Pilsen, en Chicago. Para Los Tigres del Norte, el reencuentro definitivo entre el cuerpo y el alma del inmigrante se da en la muerte: “Y la línea divisoria es la tumba del mojado.”