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Ver día anteriorSábado 28 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Hildegarda, visionaria
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ecientemente se han proyectado en esta ciudad tres notables filmes alemanes que se refieren a otras tantas mujeres ejemplares, realizados por esa sólida cineasta que es Margarethe von Trotta. Las tres películas tienen como centro narrativo a mujeres difíciles de etiquetar, ya que cada una de ellas transitó por la vida con vocaciones diversas.

Así, Rosa Luxemburgo, filósofa, teórica marxista, economista, revolucionaria socialista. También de múltiples facetas, Hanna Arendt: filósofa, politóloga, maestra. La tercera mujer destacada que retrata Von Trotta en esta trilogía no es menos fascinante, y su trayectoria no fue menos diversa: Hildegarda von Bingen, monja, poeta, naturalista, científica, visionaria, compositora.

Cada vez que se hace posible un acercamiento a Hildegarda por cualquier vía, se refuerza la percepción del enorme parecido del curriculum vitae de Sor Juana Inés de la Cruz con el suyo. El caso es que las tres películas de Margarethe von Trotta sobre Luxemburgo, Arendt e Hildegarda tienen, además, la virtud de que los personajes epónimos de todas ellas están interpretados por esa excelente actriz que es Barbara Sukowa.

Es evidente que las proyecciones de Visión: de la vida de Hildegarda von Bingen (2009) atrajeron números iguales de cinéfilos y melómanos. Y es probable que muchos entre quienes esperaban una especie de musical medieval hayan salido decepcionados de la sala de cine; yo, por mi parte, para nada.

Más allá de la presencia escasa y muy dosificada de los maravillosos himnos y secuencias de Hildegarda a lo largo del filme de Von Trotta, la austera riqueza de las imágenes y la lucidez del guión conforman una narración sumamente atractiva de la vida y (sobre todo) el pensamiento de esta singular y talentosa mujer. Como elemento de contraste poderoso y definitorio, la realizadora alemana sitúa la vida de la brillante monja renana en el contexto del milenarismo fanático que tan en boga estaba en aquellos tiempos. Frente a este y otros excesos del oscurantismo, surge poco a poco el retrato de una mujer guiada por la luz del conocimiento y por la búsqueda de la verdad, que vive en un entorno que no hace sino ponerle obstáculos a cada paso.

He aquí, frente a la pausada cámara de Von Trotta, a una mujer que sí cree firmemente que los libros hacen mejores a las personas y a las sociedades de las que forman parte. He aquí a una mujer que avala categóricamente el poder curativo de la música. He aquí a una mujer que tiene la sabiduría para conciliar los dogmas de la fe con los postulados de la ciencia natural. He aquí a una monja que no evade, sino que aborda con energía singular, los temas urgentes de la política religiosa y social de su tiempo. He aquí a una visionaria con la necesaria capacidad de transformar sus visiones en una poesía a veces hermética, pero siempre rica en símbolos e imágenes y, sobre todo, en una música de una sencillez trascendente y de una enorme capacidad de evocación.

Como síntesis de todas estas facetas de Hildegarda von Bingen surge en la película de Margarethe von Trotta la imagen de una mujer compleja y completa, de quien la realizadora elige enfatizar más su política y su poética que su religión. En medio de su arduo trayecto, la monja sabia debe oponerse (y lo hace con una energía singular) a la visión censora, represora y retrógrada de una jerarquía eclesiástica habitada, manipulada y dominada cabalmente por hombres.

De ahí que uno de los elementos más interesantes de este retrato fílmico de Hildegarda von Bingen sea el decidido enfoque de género (femenino, que no feminista) con el que la realizadora aborda, construye y perfila a su personaje. Aquí está una mujer cabal, llena de vida, llena de ideas, retratada a través de sus pasiones, sus afectos, su pensamiento científico, su creación artística.

En medio de los trazos que van delineando ese retrato de Hildegarda, el melómano tiene la oportunidad de asistir a un fragmento de la puesta en escena de una de las obras más destacadas de la monja visionaria, la pieza escénico-musical Ordo Virtutum (¿moralidad alegórica, drama litúrgico?) cuya columna vertebral es la lucha que se establece en un alma entre el demonio y las virtudes.

Por lo demás, la parte musical del filme está anclada en una partitura original (y de orientación claramente medievalista) de Christian Heyne. Sin duda, una película que los melómanos deben ver. Y los demás, también.