Opinión
Ver día anteriorViernes 20 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Corrupción: la palabra vetada
¿S

erá cierto que todos tenemos cola que nos pisen y por ello eludimos señalar a los corruptos? Puede ser que sí mas, como en todo, hay salvedades. El país en su conjunto, según Transparencia Internacional, califica terriblemente mal. En una escala de 0 a 10 apenas llegamos a 3.1. ¿Habría que bajar las armas ante ello? Enrique Peña dijo que no, que él emprendería una cruzada anticorrupción.

Desde el inicio de la campaña empeñó su palabra prometiendo crear una Comisión Nacional Anticorrupción; un Sistema Nacional de Rendición de Cuentas y promover el empleo de testigos sociales y de Comités de Vigilancia Ciudadana, por lo menos, y de ello se deduce un compromiso y obligación implícita de regir un gobierno honesto.

Después de un año nada de eso pasó. En cada ocasión forzada, cuando ya es imposible eludir el tema, sus funcionarios atribuyen la inacción al congelamiento en el Congreso de la iniciativa para crear la Comisión Anticorrupción. Es una penosa falacia. La rumbosa presentación de las situaciones patrimoniales de sus principales funcionarios en enero de 2013 fue un desastre de inexactitudes e incongruencias. El propio procurador general de la República se negó a presentar la suya y nadie explicó por qué.

La botadura de dos figuras públicas de la relevancia de Gordillo y Granier de nada sirve si no se da en el contexto de una lucha generalizada y muy comprometida en contra de la corrupción. La prueba está en el empantanado gobierno de Morelos, donde todo mundo advierte la corrupción y, sin embargo, Enrique Peña externa una extraña afinidad hacia el gobernador.

Y lo que empieza a ser alarmante, se observan en él extrañas señas de complicidad y encubrimiento. El propio proceso de Elba Esther no camina; el de Granier está empantanado; Mario Marín disfruta de su impunidad en Puebla; Ulises Ruiz, además de inmune, alimentando el fuego en Oaxaca; Moreira muerto de la risa aprendiendo catalán; la ex procuradora comiendo milanesas en Milán; los generales excarcelados a cambio de su silencio e inacción; Genaro García Luna con sus negocios en los reclusorios federales (todavía no ventilados) o Marco Antonio Adame que expolió a Morelos. No hubo culpables de la explosión en Pemex que produjo 37 muertos. Los posibles responsables de toda esa insólita situación, felices y contentos. ¿Por qué?

La joya de la pudrición, la fétida muestra que inevitablemente salpica a Peña y opaca toda intención de pintarse como un cruzado es su tío Arturo Montiel. Escandalosamente se burló de México entero, robó y defraudó todo lo que quiso. El gobernador Peña instruyó a su procurador Alfonso Navarrete Prida para que no le encontrara presunción de delito. Peña se lavó las manos sobre este asunto indicando que su gobierno le dio toda la información a la Procuraduría General de la República para que hiciera la investigación correspondiente. Montiel es un hombre limpio, fue la conclusión.

El gobernador Peña creó, en febrero de 2006, una fiscalía especial para investigar las acusaciones de enriquecimiento ilícito contra Montiel. Unas horas después el fiscal designado renunció por motivos personales. El funcionario que lo remplazó hizo lo propio al mes. ¿Había consigna de no encontrar nada?

Una lucha contra la corrupción sencillamente está muy lejos de ser real. Se ha llegado al extremo de que la palabra ha desaparecido del vocabulario oficial. Ni él ni sus funcionarios la emplean, está vetada y si estos se ven obligados a comentar algo, se acogen a que el señor Presidente envió al Congreso una iniciativa que está atorada

Distraídos ellos y el Presidente, no quieren recordar la existencia del Código Penal que hace innecesaria tal comisión para perseguir de manera efectiva cualquier delito, como es el deber de Peña y su aparato de justicia. Llegamos a una conclusión: no se persigue la corrupción porque no se quiere.

Esa parece que es la postura de Enrique Peña. Es titular de un sistema sostenido por una oligarquía y está más interesado en mantenerse en el poder sirviéndole que en promover la justicia.

Es simplemente alarmante percibir, ojalá que equivocadamente, que el Presidente encubre o se hace cómplice de presuntos delincuentes. ¿Se está revelando su verdadero perfil? ¡No puede aceptarse, sería monstruoso!