jornada


letraese

Número 205
Jueves 1 de Agosto
de 2013



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate




Héctor Domínguez Ruvalcaba

Mariachi, filigranas y shiflidos

E l Auditorio Nacional estaba a tope. Adocenados en las butacas, multitudes producidas por la industria del espectáculo se disponen al tributo, homenaje y oropel de la fiesta sentimental. Los reflectores transitan las gradas. El escenario está también atiborrado de mariachis, valla de arranques nacionales emblanquecidos. En las pantallas van y vienen portadas de discos, fotografías de conciertos, fragmentos de entrevistas a diversos personajes del espectáculo, filigranas de corazones, lazos, rosas... la parafernalia del romance. Como una grey henchida de gratitud se aprestan a ovacionar al bardo popular que les enseñó a sufrir los embates del desprecio con nobleza amorosa, la abnegación de saberse desamados, el lirismo de la desgracia saboreado en las jornadas de trabajo, en los trayectos urbanos, en las cocinas. Todo México trabajó, comió, viajó y planchó la ropa bajo el trasfondo de melodías pegajosas que se instalaron en el ADN nacional.
Juan Gabriel puso a México a cantar baladas coloridas que describen escenas de noviazgos y romances fracasados. Con gran euforia canta que un joven va por la calle conversando con su amor. Ella quiere casarse. De repente sabemos que el pretendiente no puede pensar en matrimonio alguno porque es un desposeído. La alegría de la melodía contrasta con el tema social esbozado en la conversación improbable de un hombre que siendo de la clase sin dinero, y por tanto sin empleo ni "nada que dar", es requerido de casarse. Cancioncita simple de junventud setentera asustada de crisis moral y de utopías. Y aquella vieja réplica que circuló en esos años en que "No tengo dinero" saturaba el ambiente cotidiano viene a nuestra memoria: "Si no tienes dinero, trabaja", respuesta simple que afirma más que nada un hecho central: Juanga ha seducido desde la música adictiva y la reiteración del fracaso. Sufrir que se regodea en la procamación del desamor, como si la carencia dignificara; como si llorar fuera un deber ciudadano. No hay manera de ignorar el hecho de que las canciones populares son una experiencia de aprendizaje expandido a lo largo y ancho de la sociedad. Juanga es quizá una de las voces sobresalientes en esta función educativa: él ha producido frases útiles para las diatribas amorosas, para el fortaleciemiento de la abnegación, esa falsa virtud que nos ejercita para resistir desde un gesto de repudio hasta abusos criminales.
Pero aún por encima de este regodeo melodramático el espectáculo se centra en el goce implícito de su presencia, el "lo que se ve no se pregunta" con que Juanga establece con su público una relación que siendo frívola y sentimental termina por arrinconarnos en las oscuridades de una sociedad impulsada por las fobias. Las frases "Querida" o "¡Arriba Juárez!" proferidas con sorna contra homsexuales en la vía pública a modo de escarnio son parte del catálogo de expresiones homofóbicas que habitan muchas de nuestras calles. Cuando hablamos de cuarenta años de carrera artística también tendremos que añadir a la celebracion del ritmo, la voz animosa, y la algarabía de sus interminables estribillos y vocalizaciones, los denuestos, los silbidos, la burla disfrazada de diversión: es el puro desmadre, es el mira cómo baila, él será lo que sea pero tiene lo suyo, es muy talentoso.
No hace mucho un amigo gay me preguntaba si Juanga nos representa. Yo supongo que sí, que ser gay en una sociedad machista obliga a saber soportar el acoso con inteligencia y sentido del humor (del amargo y canino), ser quien divierta a los otros, donde la parte oculta de la doble moral tiene permiso; pero también aprender a ser talentoso, indispensable, líder del gusto, fuente de sabiduría para diversos usos. Sin duda la inmensa mayoría heterosexual que se ha sentado en el Auditorio Nacional llegó a manifestar su admiración al ídolo popular, pero quién los proteje de sí mismos. Juan Gabriel luce cansado, su voz se debate entre el dolor físico y el amor a la masa anónima que aplaude con la vana esperanza de que la ovación aclare la garganta y lo empuje hasta las notas altas. Cómodamente canta recargado contra la tarima o se sienta. Se sobrepone y vuelve a lanzar los versos que ya son de todos. De pronto mi incredulidad no cupo. Del público llegaron esos chiflidos que hemos aprendido a identificar como euforia reprobativa, homofobia sonriente, de la que no duele, de la que a todos reconforta, por si acaso la estrella de los sinsabores cantados con alegría pegajosa los hubiera seducido más de la cuenta.


S U B I R