Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de julio de 2013 Num: 960

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Svevo, el interiorista
Ricardo Guzmán Wolffer

La escritura migrante
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Yuri Herrera

La magia de Michel Laclos
Vilma Fuentes

El león de Calanda
Leandro Arellano

Buñuel en su liturgia:
El último guión

Esther Andradi

Buñuel y el surrealismo
de la realidad

Xabier F. Coronado

Buñuel, Cortázar y la venganza de Galdós
Ricardo Bada

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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Cinexcusas
Luis Tovar


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La magia de Michel Laclos


Foto: aldocampo.blogs

Vilma Fuentes

Nunca es tarde ni hay edad para contraer un nuevo vicio. Caer en una adicción más. Incluso si ya se tienen bastantes, se tiene derecho a ser coleccionista, y yo soy coleccionista de adicciones. No en vano un proverbio popular dice que la ociosidad es la madre de todos los vicios. Inmóvil a causa de una pierna enyesada del tobillo hasta medio muslo, incapaz de sostenerme en las muletas a causa de una polio que dejó sin fuerza mi brazo izquierdo, presa sin carceleros, cautiva sólo de mi ocio, mi inclinación al insomnio se agudizó. Una lujuria nocturna, más enriquecedora y menos sinuosa que la curiosidad, pues da realidad a los sueños sin los esfuerzos detectivescos del inconsciente. De natural jovial, situaciones que para otros son causa de lamentaciones, concluí que la fractura, el yeso y el insomnio me deparaban, si no un destino diferente, sí nuevos avatares y aventuras. Así, no lamenté más de una hora mi salida del hospital donde habría podido gozar del suministro diario de morfina, egreso obligado cuando la prohibición de fumar en tales lugares no permite abandonarse a la sabiduría de los médicos. Tampoco pude disfrutar del reposo narcótico de los somníferos para hacerme recetar píldoras de sueños ajenos a mi voluntad.

Me vi, pues, a solas con mi ocio y mi desvelo. Libre de soñar a mi antojo. Por fortuna, o infortunio, cayó en mis manos el paquete de tres revistas semanales editado por Le Figaro. Cada una de ellas traía un crucigrama (veinte sobre veinte casillas) de un tal Michel Laclos. Una madrugada de esa misma semana, eché una ojeada al juego. El incentivo era tentador. La trampa, evidente. Como nunca he podido escapar a la tentación ni a una trampa, cedí a una y caí en la otra.

Sin percatarme, como sucede con las verdaderas adicciones, fui cayendo bajo el hechizo de Michel Laclos. A semejanza de las drogas más fuertes, las hards, una parte mía rechazaba su uso. Pero su desafío a mi orgullo y la malsana curiosidad me hacían volver sobre sus crucigramas. Jacques, al ayudarme algunas madrugadas a resolver sus enigmas, me dio dos o tres claves de los espirituales juegos de palabras propuestos por Laclos. Descubrir por mí misma la respuesta a algunas de sus definiciones me causaba un placer libre de vanidades. Los hallazgos no eran míos, eran del autor de los crucigramas: ¿cómo no admirar el giro de un espíritu capaz de proponerme a la vez un juego, un misterio, una adivinanza, una conjetura? Laclos me invitaba a seguirlo en el laberinto de las palabras, su sentido, su doble y triple sentido, su sinsentido. Me revelaba ambigüedades, ambivalencias, significados distintos, sinónimos y antónimos, un acento y otro sonido, localismos, idiotismes particulares de la lengua francesa. Jugaba igual con referencias literarias y lenguaje popular, expresiones de gángsters y truhanes admitidas por la Academia de la Lengua Francesa y perfectamente correctas. Argot y caló. A veces algunas expresiones del slang venido de la otra orilla de La Mancha.

Los crucigramas de Michel Laclos son un viaje donde la palabra guía por los vericuetos de sus transformaciones, a través de lugares, épocas y lenguas distintas, en una expedición etimológica a sus orígenes. Viaje iniciático, la revelación del enigma no deja de ser siempre un deslumbramiento. Y una jubilación. ¿Cómo no maravillarse cuando aparece, epifánica, surgida del espíritu mismo de la lengua francesa, la palabra exacta anunciada por la definición de Laclos? “Salida de emergencia”: cesárea. “Entrada prohibida”: violación. “Protagonista o doblemente heroína”: Blanca Nieves. De más difícil traducción: “Centre de Recherche” (Centro de Investigación): Illiers-Combray. Proust titula su obra A la recherche du temps perdu, jugando con el doble sentido de “recherche”: búsqueda e investigación. A Illiers, lugar real, se ha agregado el nombre imaginario con que Proust lo bautizó. Cada quien recuerda sus definiciones de Laclos preferidas. Las decenas de homenajes aparecidos en la prensa francesa, en las semanas seguidas a su desaparición, evocan muchas de ellas. Giros del lenguaje y del espíritu. Sus definiciones son poemínimos, cuentos breves, esbozos de largas novelas. Laclos, escritor de todo género, sabía lanzar al lector, como en las novelas policíacas, por pistas falsas. De política o de erotismo. Sabía aventurarse por los caminos más escabrosos, pero siempre con un sentido del humor refinado y espiritual que arranca la sonrisa y no sólo en el luminoso instante del hallazgo de la solución. Ironía a la Voltaire, absurdo a la Jarry, causticidad sutil proustiana, humor negro de Breton, pero también blanco, amarillo, de todos los colores de las vocales de Rimbaud.

Pero un vicio lleva a otro vicio: Laclos me inculcó el de los diccionarios. Testigo: el estado desastroso de algunos de ellos, sobre todo el del Petit Robert, cuyas hojas volantes desobedecen a un orden numérico. Prefiero ser lectora que guardián de museo. Leer que vigilar. Si cada definición de Laclos me llevó al diccionario, cada palabra me lleva a otra y a otra, por el misterioso infinito que proponen. “Juego de palabras”: diccionario.

Actor, periodista, Laclos (1926-2013) adquirió sólidas nociones de literatura clásica durante sus trabajos en librerías. Amigo de Breton, se adhirió al surrealismo algún tiempo. Relanzó y dirigió Bizarres, editada por Pauvert, revista donde publicó a Queneau o Giraud, entre otros; a dibujantes como Topor, Siné, Folon, y pintores como Magritte. En 1972 comenzó a hacer crucigramas. Sus definiciones originales le abrieron las puertas de Le Figaro durante más de treinta años: no pudo jubilarse en 2010 a causa de sus fanáticos aficionados que dejaron de comprar las revistas y provocaron una caída espectacular de las ventas de estas publicaciones.

Si los clásicos franceses, de La canción de Rolando y Molière a Baudelaire o Proust me iniciaron en el espíritu de su lengua, Laclos me hizo sentir ese espíritu de una lengua que sólo conocen los naturales de ella. Aquéllos para quienes la cosa está en la palabra cuando la palabra es la cosa y no necesitan buscar significados porque es su lengua maternal.