Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de julio de 2013 Num: 960

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Svevo, el interiorista
Ricardo Guzmán Wolffer

La escritura migrante
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Yuri Herrera

La magia de Michel Laclos
Vilma Fuentes

El león de Calanda
Leandro Arellano

Buñuel en su liturgia:
El último guión

Esther Andradi

Buñuel y el surrealismo
de la realidad

Xabier F. Coronado

Buñuel, Cortázar y la venganza de Galdós
Ricardo Bada

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Naief Yehya
[email protected]

Albert Camus, la defensa de la cordura
en un mundo desquiciado

La función del intelectual debe ser explicar el significado de las palabras de tal manera que modere las mentes y calme los fanatismos
Albert Camus

Un rebelde anticolonialista

Este año Albert Camus habría cumplido cien años. Hoy sus reflexiones en torno a la guerra e independencia de Argelia adquieren una enorme resonancia a la luz de la primavera árabe y sus consecuencias. Camus nació en la pobreza, en Mondovi (hoy Dréan), Argelia, hijo de un vinatero que perdió la vida en la primera guerra mundial, y de una mujer de origen español, sorda y analfabeta que trabajaba limpiando casas. Como muchos pieds noirs (o pies negros: los franceses que habían nacido y vivido por décadas en Argelia y sumaban alrededor de 750 mil en 1954), Camus se consideraba argelino y sentía un inmenso cariño por ese país y su cultura. En numerosas ocasiones escribió acerca de la opresión y las condiciones de miseria en que vivía la mayoría del pueblo. En 1940 fue obligado por las autoridades coloniales a abandonar Argelia debido a su incisiva crítica de la autoridad colonial y por haberse sumado a la demanda popular de que árabes y bereberes tuvieran representación en el gobierno francés. En vez de diálogo, el gobierno respondió con represión, lo cual radicalizó a los disidentes y dio renovadas fuerzas al movimiento independentista. Esto condujo a una sangrienta guerra que duró más de ocho años, en la que la guerrilla enfrentó a un ejército muy superior con pocos medios a su disposición: atentados, emboscadas y ataques que hoy denominaríamos terrorismo. Ante la acusación de que usaban canastas para poner bombas, los rebeldes respondieron con la famosa frase: “Si ustedes nos dan sus aviones bombarderos, nosotros les damos nuestras canastas.”

Un rebelde enemigo de la violencia

Camus entendía la naturaleza de un conflicto asimétrico; sin embargo, no estaba de acuerdo con glorificar el mito de la guerra ni en apoyar la violencia, aun cuando ésta tuviera justificaciones morales (el fin no justifica los medios), ni quería escoger entre el menos peor de los males (ni terrorismo ni genocidio). Sabía que la población árabe era víctima de un sistema racista, pero no podía concebir que su tierra dejara de ser francesa y soñaba con una federación igualitaria francoargelina. Sus opiniones antibélicas lo pusieron en una situación incómoda: despreciado por la derecha que odiaba su ideología socialista y repudiado por la izquierda que apoyaba la guerra. Este fue el motivo de su ruptura final con el otro titán de la cultura francesa, Jean Paul Sartre, con quien tuvo una estrecha amistad, en buena medida por su experiencia compartida en la Resistencia a la ocupación nazi. Sus diferencias en relación con el comunismo comenzaron a separarlos y finalmente el antagonismo fue total cuando Camus publicó El hombre rebelde y Sartre lo calificó de idealista por no entender que la violencia no sólo era una herramienta aceptable, sino indispensable para la liberación de los pueblos.

Crónicas del desamparo

Por supuesto que su postura puede verse ingenua, irreal e “idealista”. Muchos lo consideraron un traidor por su obsesión de que Argelia no podía existir sin Francia (ya que los pieds noir, tras 130 años de colonialismo debían considerarse una población “indígena”), y de que exigir la independencia era sólo una reacción abrupta e inconsecuente respecto a un sistema económico y político fallido. Camus nunca volvió a vivir en Argelia y perdió de vista los cambios en la realidad social y cultural precipitados por el endurecimiento de posiciones de la derecha colonialista y los movimientos independentistas encabezados por el Frente de Liberación Nacional, que en su última visita a Argel, en 1956, lo protegieron (sin que él se diera cuenta) de los reaccionarios que pedían su muerte. Tras su fallido intento de una tregua civil, Camus optó por el silencio, el cual rompió con la publicación de su último libro, Chroniques algériennes, en 1958. Un año antes había recibido el Premio Nobel, de Literatura, a los cuarenta y cuatro años, y dos después murió en un accidente automovilístico. En sus Crónicas reunió veinte años de artículos periodísticos y reflexiones sobre el desamparo de un pueblo, y testimonios de una inmensa tragedia que era a la vez universal, nacional y personal. El derramamiento de sangre eventualmente condujo a la independencia, al nacimiento de un Estado, a las esperanzas y sueños que en gran medida se desmoronaron con los nuevos brotes de violencia, fanatismo y autoritarismo de los 90. Sus impresiones y alegatos morales pueden aplicarse prácticamente a cualquier conflicto armado, ya que, aun cuando los objetivos parecen claros e incuestionables, la violencia lo corrompe todo. Paradójicamente, la respuesta de la crítica a este libro fue prácticamente nula. Camus fue ignorado por defender la cordura.