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Hugo Gutiérrez Vega
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Filosofía del podador de árboles
Un año fuera de casa y los árboles crecieron hasta tapar paisaje y sol. No hubo forma de detenerlos: sus ramas se extendieron en todas direcciones, enredándose en ramas más delgadas que las apresaban como nudos.
Había que abrirle un agujero al cielo, las nubes y el mar al fondo. Cogí una pequeña sierra y una escalera y me impuse un orden estricto, de derecha a izquierda. Me metí entre el mogote de ramas y empecé a cortar una por una, como si cortara rabos de cebolla. Las ramas caían desde lo alto dando girones en el aire. No pasaron ni quince minutos cuando me di cuenta de que la forma en que lo estaba haciendo era agotadora: rama a ramita, ramita a rama. Entonces supe que bajando un poco la sierra y cortando en la raíz del tronco podía obtener, incluso, mejor resultado. Así lo hice. Pronto vi, al fondo, todo el cielo azul. En ocasiones uno tarda en comprender lo que ha escuchado cientos de veces: que los problemas (los desamores, la soledad, el odio mismo) hay que cortarlos desde la mera raíz para que no terminen sepultándonos a nosotros mismos. Ni a los otros. Y si esto lo hacemos con una sierra de doble filo: mejor. |