Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Una especie de
resistencia cultural
Paulina Tercero entrevista
con Enrique Serna
Nuno Judice, Premio
Reina Sofía 2013
Enrique Florescano
entre libros
Lorenzo Meyer
Homenaje a
Enrique Florescano
Javier Garciadiego
Los narradores
ante el público
José María Espinasa
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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Felipe Garrido
Prudencia
Una vez iba un rey a caballo, con los cortesanos y los soldados y los mendigos que siempre lo acompañaban. Y todos sus súbditos dejaban las casas para verlo y, a su paso, se arrodillaban, o se lanzaban de bruces al suelo porque decían que quien lo viera a la cara quedaría ciego. Todos menos un hombre que estaba comiendo un mango. El rey se detuvo y le preguntó por qué no se inclinaba.
El hombre alzó la vista y dijo:
–Majestad, todos se humillan cuando pasas porque aunque todos desean lo que tienes, temen tu poder y creen que a ti nadie te gobierna. Pero yo he visto que tú eres esclavo de tres dueñas: la ira, la ambición y la carne.
La muchedumbre enmudeció, contuvo la respiración, y hubo algunos que dejaron escapar un suspiro de aprobación, o al menos de duda, así que el rey supo de inmediato lo que debía hacer y ordenó que ese hombre fuera colgado, con lo cual la paz volvió al reino. (De Las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat.) |