Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 30 de junio de 2013 Num: 956

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tres cuentos

Dos miradas a
la obra de Rulfo

Juan Manuel Roca

Clic en los ojos
Febronio Zataráin

Vestigios y el
inicio del silencio

Juan Domingo Argüelles
entrevista con Javier Sicilia

¿Quién le teme a
Wilhelm Reich?

Gérard Guasch

Llamaradas: monólogos
de Franca Rame
y Dario Fo

Esther Andradi

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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Cinexcusas
Luis Tovar


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Luis Tovar
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Tintero es limbo (I DE II)

Parafraseando a Silvio Rodríguez, uno se pregunta: “¿a dónde van las películas que no se exhibieron? ¿Acaso nunca vuelven a ser algo? ¿Acaso se van? ¿Y a dónde van?”  “A una lata o, con suerte, directo a la venta en devedé”,  podría responder cualquiera menos apoetado y más pragmático, y no le faltaría razón.

Como Todomundo sabe de sobra, nuestra ya estable producción cinematográfica, con sus sesenta-setenta filmes anuales en promedio, tiene su lado oscuro en el déficit en su exhibición: de acuerdo con datos oficiales, en el último lustro solamente fueron estrenadas 290 de 351, para una diferencia de 61 filmes, es decir, prácticamente el veinte por ciento. Para calibrar el tamaño de la distorsión, cotéjese dicha cifra con un dato significativo: esos 61 filmes equivalen a muy poco menos del cien por ciento de todo lo producido en 2006 –ese año se filmaron 64–, cuando comenzó a operar el Estímulo Fiscal a Proyectos de Inversión en la Producción Cinematográfica Nacional, es decir el célebre Artículo 226 de la Ley del Impuesto Sobre la Renta.

Es altamente probable que el único ser sobre la Tierra que ha visto esas 351 películas mexicanas sea el maestro Jorge Ayala Blanco, o puede que lo acompañe el querido Ernesto Diezmartínez, que a ver cuándo pasan la receta. Los demás, comenzando por este arrimacomas, hemos visto muchas, pocas o algunas, y no deben faltar casos en que no se ha visto ninguna. Como si de un libro intonso se tratara, la película no exhibida es como las cartas que no llegan a su destinatario: para ser del todo, para en realidad existir, una carta precisa ser leída y una película tiene que ser vista. Lo contrario es purgatorio, espera que no corona en su final sino inercia que se va borrando.

Empero, y ahora parafraseando a Galileo, “sin embargo, existen”; ahí están, filmadas, registradas, guardaditas puede que para siempre. Si gustan, los cuatro lectores de esta columneta habrán de conocer, en esta entrega y la siguiente, un poco de lo que se ha venido acumulando en ese tintero que es limbo.

El amor es sordo

Luego de su interesante, agradable y bastante premiada ópera prima Oveja negra (2009), el año pasado Humberto Hinojosa escribió y dirigió I Hate Love –así, en inglés–, en la que una vez más, como en aquélla, explora en la psique y el espíritu adolescente contemporáneo. A diferencia de su debut, donde situó la historia en un ambiente pueblerino-campirano, este odio al amor toma sitio en un entorno citadino, y si bien una vez más la trama incluye la conflictividad sentimental y emocional tan propia del ser humano en esta etapa de su vida, el foco dramático se concentra en la dificultad –igualmente típica en la adolescencia– para comunicarse eficientemente con sus semejantes, sean de la edad que sean. Para más obviedad, el protagonista del filme es sordo y resulta que el enamoramiento lo vuelve capaz de oír. Probadamente eficaz para el armado de una trama que sabe sortear los riesgos del convencionalismo, es de lamentar que Hinojosa, aquí, haya estropeado la propuesta con un remate narrativo que no podría ser más convencional y que, peor aún, considerando el desarrollo previo de la historia, suena incluso como traición a ésta.

Hacer-la mía

Como quien metió en una licuadora, entre muchas otras, Bajo California, el límite del tiempo (1998), de Carlos Bolado; Wadley (2008), de Matías Meyer; más este pedazo y este otro del cine que alguna vez hizo Alejandro Jodorowsky: así luce Táu (2012), primer largometraje del cortometrajista prolífico, editor y director en cine y televisión, egresado summa cum laude del ccc Daniel Castro Zimbrón.

La experiencia es agridulce y desigual: uno ve Táu sabiendo que no la ha visto pero con la inevitable sensación de que ya vio todo eso y no una, sino varias veces: un personaje solitario, un desierto, un conflicto interno que prorrumpe un poco a manera de catarsis y otro poco a modo de castigo y otro poco otro a manera de redención tras el durísimo pero necesarísimo encuentro-con-uno-mismo; alucinaciones con o sin asistencia peyotesca, nudos insospechados entre realidad e irrealidad, crecimiento espiritual…

No es que Táu carezca de belleza plástica, que adolezca de fallos narrativos o que no lleve a cabo su propuesta conceptual: es que pareciera responder a un diálogo ficticio, donde alguien bien podría reprochar: “Oye, pero esa película ya se ha hecho varias veces”, y otro respondería: “Ya lo sé, pero yo quiero hacer-la mía…”

(Continuará)