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Indigente en Union Square, Nueva York. A diario, más de 50 mil personas duermen en las calles o en albergues. Desde que Michael Bloomberg es alcalde de esta ciudad, ese sector de la población ha crecido 73 por cientoFoto Reuters
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odos las noches en Nueva York, la ciudad más rica del país más rico del mundo y la capital del capital, uno tiene que caminar cuidadosamente para no molestar a los que están durmiendo en la calle.

Todos los días más de 50 mil personas pernoctan en las calles o en albergues –21 mil de ellas son menores de edad– en esta ciudad, que ha experimentado un auge en construcción de edificios de lujo. Este es un incremento desmedido desde que Michael Bloomberg, el hombre más rico de Nueva York, asumió como alcalde: la población de los albergues se ha incrementado 61 por ciento y ha habido un aumento de 73 por ciento en total de la población sin techo, según la Coalición por los Sin Hogar.

Todos los días uno escucha que la bolsa de valores subió o bajó, como si ello fuera uno de los datos más importantes del mundo. Mientras los miles de sin techo buscan una esquina o un catre en algún albergue, los ricos van midiendo cuántos millones subieron o bajaron sus fortunas mientras caminan cuidadosamente sobre los bultos humanos en las banquetas, a veces ofreciendo un dólar o dos. No importa que sus fortunas provengan de mil manipulaciones, especulaciones, estafas y engaños, parte del fraude del siglo que se cometió en este país en los últimos años.

Día tras día, para algunos cuantos, todo funciona a la perfección. Sólo se tienen que contar, para entender todo bien, cosas como que los seis herederos de la fortuna de Walmart tienen más riqueza que 42 por ciento de estadunidenses que están en la parte baja de la pirámide socioeconómica, según el Instituto de Política Económica.

Todos los días, en promedio, hay 32 muertos (ocho de ellos menores de edad) y 140 heridos por la violencia con armas de fuego en el país. Los fabricantes de armamento están felices. También los empresarios dedicados a la industria de la seguridad pública, quienes lucran con enjaular delincuentes, siempre y cuando no sean banqueros. Tanto así que uno de los sectores más dinámicos de la economía ha sido la industria carcelaria, cada vez más privatizada –las dos compañías más grandes dedicadas a este negocio obtuvieron 3 mil millones dólares en ingresos en 2010–, incluyendo el creciente business de detener a migrantes.

Hay un lugar que defiende ferozmente el derecho a las armas y también el derecho del Estado a matar. Texas está por ejecutar al número 500 de sus reos, desde que la pena de muerte fue reinstalada en este país en 1976. Kimberly McCarthy, de 52 años, mujer afroestadunidense, enfrentará la inyección letal el próximo miércoles por el asesinato de su vecino, si los tribunales no emiten una orden de último momento para detener la ejecución.

Todos los días se gastan sumas masivas no sólo en lo que se llama seguridad pública, sino en la seguridad nacional, término que no tiene nada de nacional, sino abarca el mundo entero. Todo, dicen, para defender la libertad, la paz y los derechos humanos.

Parte de este aparato masivo de seguridad nacional fue expuesto con la revelación –una vez más– de que todos los días las autoridades del país que se proclama campeón de las libertades civiles, incluyendo el derecho a la privacidad y la libre expresión, están vigilando a millones aquí y alrededor del mundo.

La violación sistemática de la privacidad por el gobierno ha generado una reacción dividida y confusa entre la población. Una encuesta del Centro de Investigación Pew registró que 49 contra 44 por ciento cree que la filtración de los documentos secretos por Edward Snowden, ex contratista de la Agencia de Seguridad Nacional, sirvió al bien público, pero a la vez una mayoría, 54 por ciento, considera que debería ser procesado penalmente por la filtración. Más preocupante es que una mayoría (53 por ciento) piensa que los programas masivos de vigilancia sobre las comunicaciones personales de millones ha ayudado a prevenir atentados terroristas. Una mayoría (54 por ciento) estima que el gobierno ha recaudado datos sobre sus comunicaciones por teléfono o vía cibernética.

Una caricatura de PC Vey, publicada en The New Yorker, resume todo: se ve una pareja sentada en un sofá frente a una televisión y uno de ellos comenta: No me molesta ceder la apariencia de privacidad para vivir con la ilusión de la seguridad.

¿Y qué pasa con quien reveló que el gobierno espía a todo el mundo? Lo acusan de espiar. Edward Snowden ahora enfrenta cargos conforme a la Ley de Espionaje de 1917 (norma creada para perseguir a disidentes en la Primera Guerra Mundial) y se vuelve el séptimo caso encuadrado en esa ley durante la presidencia de Barack Obama; sólo se había usado tres veces por los presidentes anteriores.

Los gobiernos no deberían tener esta capacidad. Pero emplearán toda la tecnología disponible para combatir a su enemigo principal: sus poblaciones, afirmó Noam Chomsky a The Guardian recientemente. Los gobiernos no son representativos. Tienen poder propio y sirven a los segmentos de la población que son dominantes y ricos.

Todos los días se advierte que el cambio climático tiene consecuencias cada vez más devastadoras. Sin embargo, esto podría tener un lado positivo. Un gran amigo defensor de los derechos humanos, quien persigue terroristas y ladrones latinoamericanos que encuentran refugio en Estados Unidos, envió un correo con el título Buenas noticias. Contenía un reportaje que afirmaba que antes del fin del siglo Miami desaparecerá bajo las aguas del mar como resultado de la crisis climática.

Tal vez los homeless son los más inteligentes: no están en manos de los banqueros, no suelen tener armas de fuego. Suelen no tener teléfonos ni computadoras, y no tienen casas que pudieran inundarse por la crisis ecológica. Sin querer, se salvan de tanta estafa, balas, espionaje e irresponsabilidad ambiental.

Todos los días la noticia cotidiana aquí es sobre un país que parece enfrentar amenazas a su bienestar. Pero el enemigo, tal vez, no es el que está allá fuera.