Opinión
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Chicas al borde de un ataque nuclear
L

a ocasional cineasta británica Sally Potter –ha hecho siete largometrajes en 30 años– ha realizado en Ginger & Rosa su película más convencional a la fecha. Centrada en sus dos personajes epónimos, un par de adolescentes londinenses, estamos nuevamente ante una historia de educación sentimental.

Lo particular del relato es que el guión de la propia Potter sitúa la acción en el contexto específico de la crisis de los misiles cubanos en 1962. Ambas chicas han nacido justo después de la explosión de la bomba atómica de Hiroshima, lo cual habla de la presencia de esa espada de Damocles en sus vidas. De hecho, Ginger (Elle Fanning) está obsesionada por el inminente holocausto nuclear y participa activamente en marchas de protesta contra la bomba atómica. Su amiga de la infancia, Rosa (Alice Englert) está más inclinada hacia los chicos y explorar su sexualidad.

La vida en familia tampoco es pacífica. La madre (Jodhi May) de Rosa ha sido abandonada por su esposo; mientras el mismo trance está por sucederle a Natalie (Christina Hendricks), madre de Ginger, mujer frustrada por los modos liberales de su marido Roland (Alessandro Nivola), que ha militado en el rechazo a las convenciones sociales como un pretexto para ser irresponsable. Ante esa situación inestable, Ginger acude con sus padrinos, una pareja gay (Oliver Platt y Timothy Spall) de quienes escucha tranquilizantes palabras de sabiduría.

Aunque quizá Potter ha recurrido a elementos autobiográficos –ella, como su personaje principal, nació en la posguerra, es pelirroja y proviene de un hogar ateo y anarquista– el tono no es de una feliz nostalgia, como suele suceder, sino de la angustia que viene del conocimiento. Ginger posee una curiosidad intelectual que la hace leer a T.S. Eliot y a Bertrand Russell, pero eso no la prepara para asimilar la amenaza del exterminio, ni mucho menos aceptar la relación amorosa que Roland ha iniciado con Rosa. De ese modo, la película transita al terreno del melodrama familiar con una secuencia climática en que Ginger sufre su propia explosión de sentimientos y desenmascara la doble cara ideológica de su padre.

La realizadora filma ese proceso de maduración sin fijarse demasiado en los adornos de época (es la música de Thelonious Monk, Dave Brubeck y Little Richard, entre otros, la encargada de proporcionar la atmósfera). Su cámara básicamente enfoca el rostro de su joven actriz (quien tenía 13 años durante el rodaje), un prodigio de expresividad. Mucho más versátil que su hermana mayor Dakota, Elle Fanning resulta conmovedora hasta por la forma en que ríe. Y es ella quien carga con todos los conflictos de la historia y los lleva a buen puerto, lidiando además con un convincente acento británico. (Detalle curioso, cuatro de los actores principales son estadunidenses; sólo Spall es realmente inglés, mientras Eglert es neozelandesa, hija de la directora Jane Campion, aunque se parece más a Julieta Venegas.)

Dice mucho en favor de Ginger & Rosa que si bien la sensación del fin del mundo, tanto real como metafórico, agobia a su protagonista, al final compartimos la triste serenidad de quien ha aprendido las amargas lecciones de su asomo a la vida adulta.

Ginger & Rosa

D y G: Sally Potter/ F. en C: Robbie Ryan/ M: canciones varias/ Ed: Anders Refn/ Con: Elle Fanning, Alessandro Nivola, Christina Hendricks, Alice Englert, Timothy Spall/ P: Adventure Pictures, BBC Films, British Film Institute, Det Danske Filminstitut, Media House Capital, Miso Films. Reino Unido-Dinamarca, 2012.

Twitter: @walyder