Opinión
Ver día anteriorSábado 22 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Poulenc, ecléctico
H

ace unos días, se ofreció en la Sala Nezahualcóyotl un concierto camerístico-vocal muy atractivo, con motivo de la conmemoración del cincuentenario luctuoso del notable compositor francés Francis Poulenc (1899-1963). El ensamble que interpretó la música de Poulenc estuvo conformado básicamente por algunos de los primeros atrilistas de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, mientras que las labores de conducción estuvieron a cargo del director artístico del conjunto universitario, el inglés Jan Latham-Koenig. De interés para el melómano capitalino, el hecho de que además de dirigir al ensamble en dos de las obras del programa, Latham-Koenig acompañó al piano a dos instrumentistas y un cantante, realizando en ello una labor discreta y eficaz.

La Sonata para flauta y piano es, como numerosas obras de Poulenc, una partitura caracterizada por la fluidez de las ideas y la lógica de su desarrollo, así como por una elegancia de perfil neoclásico. También, muy a la usanza del compositor, la obra presenta un buen número de guiños lúdicos en complicidad tanto con los ejecutantes como con el oyente. A su vez, la Sonata para clarinete y piano es armónicamente más severa que la obra anterior, y hay en su primer movimiento una cierta melancolía que está ausente en la Sonata para flauta. El segundo movimiento, extenso y expresivo, contradice a quienes califican a Poulenc como un compositor superficial. En el tercero, el discurso es más parecido al de la obra para flauta, y hay aquí reminiscencias varias del ambiente del music hall. Alethia Lozano en la flauta y Manuel Hernández en el clarinete hicieron interpretaciones claras, bien articuladas y técnicamente pulcras de sus respectivas sonatas.

Se interpretó después la Rapsodia negra, para voz y ensamble mixto, con el barítono ruso Ilya Kuzmin, partitura especialmente relevante porque se trata de la obra más temprana del catálogo de Poulenc. El cantante y el grupo instrumental supieron comunicar adecuadamente la cuota de exotismo que define el carácter de la pieza, un exotismo que por momentos es de una singular abstracción, y en otros alcanza un nivel apreciable de irónico patetismo. Especialmente afortunada resultó la ejecución de los dos movimientos vocales de la Rapsodia negra, el primero de los cuales (Honolulu) raya en el surrealismo. Bien expresada por los músicos, también, la estrecha relación conceptual y sonora de estas dos secciones vocales de la obra de Poulenc.

Más tarde, el barítono Ilya Kuzmin interpretó dos de las canciones de Poulenc, representantes de una de las áreas más destacadas de la producción del compositor parisino. La audición de C’est ainsi que tu es y de la canción titulada sencillamente C, permitió reafirmar el hecho de que en estas mélodies Poulenc se revela como un digno heredero del trabajo de Gabriel Fauré y Ernest Chausson. El programa concluyó con la interpretación de la cantata secular Le bal masqué, que bien puede ser caracterizada como diversión pura de principio a fin. A lo largo de su trayecto, la cantata va dejando tras de sí las fugaces sombras de varias reminiscencias sonoras y estilísticas, entre las que cabría destacar las de Igor Stravinski y Dimitri Shostakovich. Además, Le bal masqué ofrece una sabrosa abundancia de rarezas armónicas que enriquecen notablemente el discurso, y un final cabalmente digno del mejor vodevil imaginable.

La asistencia a este muy merecido y satisfactorio homenaje a Poulenc fue mejor de lo que hubiera podido esperarse dadas las circunstancias, y el resultado musical fue de buen nivel, debido a que los músicos prepararon bien sus materiales y pusieron en el asunto un evidente interés, elemento que ha estado ausente en la celebración de otras efemérides musicales de 2013. Ojalá que la adoración colectiva por Verdi y Wagner no impida que se programe más música de Poulenc durante el resto del año; este próspero heredero de la industria farmacéutica francesa creó un catálogo musical de notable amplitud y variedad, cuya exploración repetida no puede ser sino una experiencia placentera.