Opinión
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66 Festival de Cannes

Influencias de la familia
C

annes, 17 de mayo. Ya va en su tercer día y al inicio del primer fin de semana, y el festival todavía no agarra color, deslavado por la lluvia constante. Hasta ahora, el único título polémico ha sido el mexicano Heli, de Amat Escalante, que en la calificación de los críticos internacionales y franceses no ha salido muy bien librado, aunque hay quienes le dieron tres estrellas. Está claro que los nacionales vemos la película con ojos inoculados, pues ya nos acostumbramos, por desgracia, a ver cadáveres colgando de puentes y cabezas decapitadas, entre otras atrocidades.

La película en competencia de hoy, Le passé (El pasado), es una producción francesa pero dirigida por el iraní Asghar Farhadi, premiado por su anterior Una separación (2011) con el Oso de Oro de Berlín y el Óscar a la mejor película de lengua extranjera. Se antoja dudoso que ese éxito se repita, pues se trata de otro melodrama doméstico, donde las situaciones se ven algo forzadas por preconcepciones del guión, también debido a Farhadi. En este caso, el iraní Ahmad (Ali Mosaffa) viaja a París para firmar el acta de divorcio para que su ex esposa Marie-Ann (Bérenice Bejo), que tiene dos hijas de un anterior matrimonio, pueda casarse con Samir (Tahar Rahim), cuya esposa yace en coma por un intento de suicidio. Ya desde la sinopsis se puede advertir lo cargado del asunto.

A la mezcla se suman tantas complicaciones –Marie-Ann ya está embarazada de Samir, por ejemplo– que hay un momento en que Ahmad, quien funge labores de arbitraje a lo largo de la película, parece desaparecer del torneo de dilemas. No obstante su resolución profesional –Farhadi sabe cómo escenificar una discusión entre varios personajes, incluyendo infantiles–, Le passé no consigue sostener el interés inicial de su relato, ni el sentido de urgencia de Una separación.

La otra película en competencia es la china Tian zhu ding, de Jia Zhang-Kem, ya comentada en este espacio ayer, donde ya no cabía mi advertencia sobre The Bling Ring, quinto largometraje de Sofia Coppola, seleccionado para inaugurar la sección Una cierta mirada. Lo que es el influyentismo. La directora se ha dedicado a desmentir las cualidades encontradas en sus dos primeros logros, Las vírgenes suicidas (1999) y Perdidos en Tokio (2003), con sus subsecuentes películas, cada una más fallida que la anterior. The Bling Ring ya es el colmo, un publicitado y promovido pedazo de nada sobre el caso verdadero de una banda de jóvenes ociosas que, dentro del culto por la celebridad, se dedicaron a robar las mansiones de gente como Paris Hilton y Lindsay Lohan.

Coppola no deriva otra cosa que lugares comunes sobre la influencia de las redes sociales y la vacuidad de una juventud impresionada por la fama y las marcas de diseño, dentro de una estructura reiterativa que describe robo tras robo con el mismo tono de tonta fascinación. En comparación, una película de tema similar como Springbreakers (Harmony Korine, 2012) se antoja de una profundidad bergmaniana. Según demostró en María Antonieta (2006), a la hija de papi le gusta filmar ropa y zapatos de lujo. El mundo de los comerciales la espera.

En la Quincena de Realizadores el documental vino nuevamente al quite con Un voyageur (Un viajero), recuento autobiográfico del cineasta Marcel Ophüls, quien recuerda en tono simpático y nada solemne su vida en orden cronológico, incluso la convivencia con su padre, el gran Max Ophüls, la huida de Alemania y luego de Francia por su condición de judíos durante el nazismo; la emigración a Hollywood, y su propia carrera como documentalista, que incluye esa obra maestra titulada Le chagrin et la pitié (1969).

Como buen cinéfilo, Ophüls recuerda con cariño su íntima amistad con François Truffaut, así como la admiración que le profesaron tanto Woody Allen como Stanley Kubrick. Contra su costumbre de hacer documentales que duran varias horas, sus memorias no le merecieron más pietaje que el necesario para cubrir 106 minutos.

Twitter: @walyder