Opinión
Ver día anteriorJueves 16 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Gutún Zuría: Bilbao
H

ice un largo viaje por Europa: estuve en Bilbao, unos días en París, y en Ginebra, Salón del Libro, cuyo país invitado fuera México.

Del 11 al 22 de abril tuvo lugar en Bilbao y por sexto año consecutivo, el Gutun Zuría o Festival Internacional de las Letras cuyo lema fue Fábulas del lector/escritor. Además de mí, estuvieron Margaret Atwood, Héctor Abad, Alberto Manguel, John Banville y António Lobo Antunes; dirige el recinto Raquel Fernández, de amplia experiencia en el ámbito de la cultura (quien estuvo en el Arco de Madrid); organizó admirablemente el evento Marisa Blanco (antes directora de Babelia) y administró con amable eficacia Estibalitz Aldana (de quien me gusta mucho el nombre). Del 15 al 22 de abril participé con Lobo y Banville con quienes departí reservada y libremente, tanto en la enorme sala de conferencias como en la firma de libros, comidas y recepciones de la Alhóndiga, edificio donde durante casi todo el siglo XX se almacenaron las bebidas y los granos de la región, y, que, restaurado, se ha convertido desde hace un par de años en el más concurrido centro cultural de la ciudad. Al entrar llaman la atención numerosas columnas de carga recubiertas de manera llamativa y original por Phillip Stark; una pantalla gigante anuncia las distintas intervenciones artísticas y una bella piscina transparente, situada en el último piso del recinto, ofrece un espectáculo verdaderamente surrealista: numerosos pies de diversos tamaños pasan haciendo piruetas por el agua clara.

Cada uno de los invitados sostuvo un diálogo con distintos interlocutores; yo tuve la suerte de conversar sobre mis lecturas y la influencia que ejercieron sobre mi obra con la escritora madrileña Menchu Fernández, autora de libros cuyos temas son muy refinados, originales y cuya prosa es magnífica.

Recordando los libros que leí durante mi última infancia (¿se podrá definir así?) y mi primera adolescencia (reitero la pregunta) me vinieron a la mente algunos libros ilustrados de mitos griegos que mi padre nos compraba y me hicieron frecuentar desde muy niña a Teseo, Edipo, Perseo, Electra y Andrómeda, también al Rey Lear y a Hamlet (¿habré entendido algo?), y devorar el Billiken argentino donde me familiaricé con San Martín antes que con Hidalgo, nuestro Padre de la Patria; también leía con entusiasmo, pocas veces igualado, las novelas rosa de M. Delly que me hacían soñar con un príncipe azul con quien me desposaba en una bella iglesia colonial muy florecida y donde, impecablemente vestido con smoking, estaba esperándome, descabezado, junto al altar. Hace poco descubrí que ese autor que me transportaba a alturas sentimentales inenarrables era nada menos que una pareja de hermanos franceses muy reaccionarios que se hicieron ricos y famosos comerciando con las fantasías clasemedieras de niñas tan estúpidas como yo. Sus nombres: Frédéric Henri Joseph (1876-1949) y Jeanne Marie Petit Jean de la Rosière (1875-1957), cuyas novelas lacrimosas alcanzaron gran éxito popular durante la primera mitad del siglo XX y precedieron a Corín Tellado. Bajo ese seudónimo escribieron novelas como Corazones enemigos y Orietta que devoré cientos de veces.

Casi al mismo tiempo leí a Julio Verne: me vienen a la mente sobre todo Dos años de vacaciones y Los hijos del capitán Grant. Al releerlos para Bilbao apenas recordaba algunas anécdotas, por ejemplo, esa escena maravillosa en que los viajeros se refugian en un inmenso ombú que debido a la violencia de una tormenta se desgaja de la tierra y los lleva por la pampa argentina totalmente anegada como si siguiesen navegando por el océano.

También leí de jovencita Palmeras salvajes de Faulkner y La metamorfosis de Kafka, ambas traducidas por Borges cuando aún yo no sabía quién era y cuya tumba visité hace unos días en Ginebra: tumba sobria y tranquila en medio de un ameno prado; detrás otra, sentimental, allí descansa una pintora, cantante y prostituta de la que he olvidado el nombre.

Twitter: @margo_glantz