Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de abril de 2013 Num: 946

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Desaparecidos: entre veladoras y charlatanes
Agustín Escobar Ledesma

La última promesa de
Irène Némirovsky

Cristian Jara

Con la bala en la cabeza
José Ángel Leyva

Espejismos
Kyn Taniya

Evodio Escalante y
los estridentistas

Marco Antonio Campos

Irradiador y la luz
del estridentismo

Evodio Escalante

Los tráilers que caen
del cielo: meteoritos

Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
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Literatura y redacción (II DE IV)

Pero la prosa, esa palabra… La prosa, tan despreciada por los latinos, la cultura medieval, el Renacimiento y el Barroco, por considerarla mucho más cercana de los alegatos, de la lengua pragmática de los tribunales y más alejada, por lo mismo, de la elevación de la poesía, mereció un azorado comentario de Monsieur Jourdain, en El burgués gentilhombre, de Molière, al descubrir que “hablaba en prosa”, nota que anuncia el cambio del teatro versificado al prosificado, por considerarse más cercano al lenguaje común (observación que, paradójicamente, ocurrió durante el siglo ilustrado). La prosa, que mereció explicaciones levemente justificatorias del mismo Cervantes, en su prólogo a las Novelas ejemplares, y que alcanzó pleno reconocimiento como forma de expresión artística entre los siglos XVIII y XIX, a pesar de las obras maestras que provenían desde algunos siglos antes, es un fenómeno relativamente reciente en el quehacer literario. La novela, el cuento y el ensayo, como géneros burgueses, le dieron una insoslayable carta de naturalización en las letras. Para muchos, la prosa es preferible como lectura porque se parece a la  lengua hablada, sí, pero la prosa…

La literatura es una construcción anómala que se alimenta de la lengua viva, de la que emplean todos los hablantes; vista así, resulta ingenuo pensar que la exclusividad de las figuras retóricas, de construcción y de dicción es del texto literario, al contrario: si en un sentido inmediato Octavio  Paz tenía razón al afirmar que “poetas somos todos”, era en la manera como metonimias, hipérbatos, calambures, estructuras rítmicas y rimas forman parte de la lengua en su uso común, que es de donde los gramáticos griegos percibieron las características de las mismas para ponerles nombre. Que la literatura juegue con esas figuras con relativa conciencia, que extreme sus consecuencias y lleve al lenguaje a situaciones límite, es parte del discurso literario y siempre lo ha sido: no es otra la razón por la que griegos y latinos desdeñaban a la prosa, creyéndola incapaz de producir belleza, pues para ellos era la poesía la forma artística por excelencia en el área del lenguaje, y su condición artística era directamente proporcional a su capacidad de alejarse de la lengua común: vale decir que, consciente de la diferencia entre el habla y lo poético, la Antigüedad celebraba el artificio en el arte, su capacidad de abstraerse del hecho concreto de la lengua.

Que la prosa haya tenido que luchar durante varios siglos para imponerse en el gusto del público como una forma de escritura tan artística como la poesía, no significa que, necesariamente, se encuentre más cerca del habla cotidiana o de los textos comunes de los usuarios. No detallaré aquí la progresiva invención de convenciones que los calígrafos medievales fueron heredando para legibilizar los textos: la puntuación, los guiones para la separación de palabras, las abreviaturas, el uso de altas y bajas, la separación de párrafos… Más bien, señalaré que la prosa artística se alejó, naturalmente, de las formas prácticas con que era empleada en los documentos legales: el empleo de voces narrativas y puntos de vista, así como la alteración de la cronología, el hecho de interpolar otros textos, la han convertido en otra forma tan artificiosa como la poesía, al margen de que se trate de novelas, cuentos, ensayos, relatos o estampas, pues la condición estética buscada por los escritores la convierte, también, en un acontecimiento anómalo. Así, la frase de Monsieur Jourdain debe entenderse como una defensa irónica del derecho a usar la prosa para escribir un texto dramático, en contra de los usos versificados de la Escuela de Port-Royal, pues Molière aboga por una mímesis dramática: a él le parece que la prosa, como recurso, está más cerca de la lengua hablada que el verso.

Valdría la pena revisar el siguiente ejemplo para percibir el alcance de un texto prosístico cuando se le quiere proponer como un modelo redaccional, tomado de “Hombre de la esquina rosada”, de Borges: “A mí, tan luego, hablarme del finado Francisco Real. Yo lo conocí, y eso que éstos no eran sus barrios porque él sabía tallar más bien por el Norte, por esos laos de la laguna de Guadalupe y la Batería. Arriba de tres veces no lo traté, y ésas en una misma noche, pero es noche que no se me olvidará, como que en ella vino la Lujanera porque sí, a dormir en mi rancho y Rosendo Juárez dejó, para no volver, el Arroyo.”

(Continuará)