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 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
Paco Ignacio Taibo II, 
  el desmitificador 
  Marco Antonio Campos 
Cartas de amor en venta 
  Vilma Fuentes   
  
Tres poetas 
Las cuatro vidas de 
        Enzo Battisti 
  Fabrizio Lorusso entrevista 
  con Cesare Battisti 
Alas y raíces en Palermo: 
  una cultura comunitaria 
  Carmen Parra entrevista con Leoluca Orlando, alcalde de Palermo 
  
ELOÍSA Y SU Príncipe: 
  un premio para los 
  libros de cartón 
  Esther Andradi 
Leer 
Columnas: 
        Bitácora bifronte 
        Ricardo Venegas 
        Monólogos compartidos 
        Francisco Torres Córdova 
        Mentiras Transparentes 
		Felipe Garrido 
        Al Vuelo 
		Rogelio Guedea 
        La Otra Escena 
		Miguel Ángel Quemain 
        Bemol Sostenido 
		Alonso Arreola 
        Las Rayas de la Cebra 
		Verónica Murguía 
        Cabezalcubo 
		Jorge Moch 
        Perfiles 
		Febronio Zataraín 
        Cinexcusas 
		Luis Tovar 
    
   Directorio 
     Núm. anteriores 
        [email protected]    
   
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	 Rogelio Guedea 
	   [email protected] 
    
 
   
 Uno 
 
 
 Ayer en la noche que jugaba Uno con mi  mujer y mi hijo pude entender el significado real de esa frase tan trillada  como cierta que dice: la  unión hace la fuerza. La he repetido cientos de  veces, pero jamás había caído en la cuenta de lo que quería decir realmente,  aun cuando sea tan evidente que ni siquiera merezca explicación. Lo supe  cabalmente ayer noche que mi hijo juntó las cartas desperdigadas, las adosó una  con la otra, y las dejó en un solo bonche en medio de la mesa. Recuerdo que yo,  como si fueran lo único que existiera en el mundo en ese instante, las cogí,  golpeé su canto contra la madera, quise doblarlas por el medio y, luego de  varios intentos, me di cuenta de que era imposible. Entonces separé una sola  carta y realicé la misma operación, y la carta se resquebrajaba, pero  apenas la adhería a sus hermanas y no había manera de arredrarla. Podía incluso  caer en peso sobre ellas, y nada. Juntas las cartas permanecían incólumes ante  cualquier adversidad, tal como esos que salen a las calles a protestar o que  caminan en bloque, con sus bayonetas en ristre, contra el enemigo.   |