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 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
Paco Ignacio Taibo II, 
  el desmitificador 
  Marco Antonio Campos 
Cartas de amor en venta 
  Vilma Fuentes   
  
Tres poetas 
Las cuatro vidas de 
        Enzo Battisti 
  Fabrizio Lorusso entrevista 
  con Cesare Battisti 
Alas y raíces en Palermo: 
  una cultura comunitaria 
  Carmen Parra entrevista con Leoluca Orlando, alcalde de Palermo 
  
ELOÍSA Y SU Príncipe: 
  un premio para los 
  libros de cartón 
  Esther Andradi 
Leer 
Columnas: 
        Bitácora bifronte 
        Ricardo Venegas 
        Monólogos compartidos 
        Francisco Torres Córdova 
        Mentiras Transparentes 
		Felipe Garrido 
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		Rogelio Guedea 
        La Otra Escena 
		Miguel Ángel Quemain 
        Bemol Sostenido 
		Alonso Arreola 
        Las Rayas de la Cebra 
		Verónica Murguía 
        Cabezalcubo 
		Jorge Moch 
        Perfiles 
		Febronio Zataraín 
        Cinexcusas 
		Luis Tovar 
    
   Directorio 
     Núm. anteriores 
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	 Alonso Arreola 
	 [email protected] 
     
     
     
     
     DM/DM 
    
     
     Adivine nuestro lector el nombre del grupo. Inténtelo. Datos no le faltarán. Comenzaremos  diciendo que siempre reconocimos, algunas  veces con vítores y aplausos, las grandes canciones de este trío  electropop surgido en Basildon, Inglaterra,  hace treinta y tres años. “Enjoy the Silence”, por ejemplo, es una de  las diez composiciones que nos llevaríamos a la isla desierta. Asimismo, es  fácil reconocer que piezas como “Never Let Me Down Again”,  “Personal Jesus”,  “Policy of Truth”,  “Behind The Wheel”,  “Precious”   y  “Wrong”, entre otras, son  verdaderas joyas del repertorio popular. En ellas se reúnen las mejores cualidades del conjunto: garbo, lobreguez e  introspección; melodías elegantes, ritmos vigorosos y armonías profundas  que pocas veces llegan al optimismo común.  
     Por otro lado, aunque somos parte de  una generación que vislumbró en ellos un lenguaje que se dejaba entender en fiestas y antros lo mismo que en la soledad  de la habitación, continuamente concluimos que sus discos contenían  paja. Claro, somos injustos. No hay triunfos sin derrotas. Además, al paso de  tantos años juntos ha quedado probada su filosofía: no sacrificaron su visión  ni compromiso artístico en pos de la audiencia, pese a su perfil fashionista.  Sin embargo, sus tres últimos trabajos, Exciter, Playing the Angel y Sounds  of Universe, fueron algo débiles. De allí que nos  entusiasme que David Gahan, Martin Gore y Andrew Fletcher hayan vuelto a lo más  alto. Su pase de regreso es este Delta Machine (Columbia, 2013). Una espléndida colección de trece piezas que, inusualmente en su carrera, exploran ritmos ternarios y  guitarras que clavan agujas voodoo en  ambientes tipo blues, pero con los sampleos, programaciones y teclados más sofisticados que hayan desarrollado. Sólo basta echarlo a andar  para que “Welcome to My World” establezca una base trip hop que nada debe envidiarle a Portishead. Diáfana invitación a este río,  evoluciona en sonidos acústicos con una sorpresiva  sección de chelos estirando neciamente sus acordes dominantes: “We’ll watch the sunrise set, and the  moon begin to blush our naked innocence.”  
     
     La segunda, “Angel”, persiste en el down tempo.  Tiene un puente tipo Beatles que flota sin  batería para luego proponer un pulso batiente, transfigurado en techno. Indudablemente, lo inesperado es el hilo que borda  todo. “Heaven” es otra prueba. Es la más orgánica del disco, la que mejor  involucra esa otra personalidad de la banda; la rockera. “Secret to the End” propone un terreno conocido.  Moogs (teclados análogos), fraseos distorsionados, percusiones discontinuas,  elementos imposibles de contabilizar que revelan otra tesis de la máquina: lo  que hoy hace el trío es, básicamente, música clásica. La diferencia entre esto  y lo que se escucha en foros académicos es la tímbrica, la voz de los  instrumentos. No es una orquesta de alientos y cuerdas sino de innumerables  objetos pasados por el obseso tratamiento con el que Fletcher y Gore se  comprometen siempre. 
     “My Little Universe” llega al abismo  insondable. Su letra sigue la senda de la primera  persona que determina al David Gahan de 2013. Es otra de las que apuntan  a la genuina preocupación por los procesos, no por los resultados. “Slow”, la  siguiente, está en compás de 6/8. Es una de las  semillas mejor plantadas en las aceitosas aguas que separan cada  canción. Erótica, desesperante, es sobrevolada por una abeja que taladra el  aire. “Broken” es una concesión para los más  viejos fanáticos del grupo. Parece compuesta y grabada en los ochenta.  Es precisa, pero menos relevante que “The Child Inside”, cantada por Martin  Gore (autor, como siempre, de la mayoría del álbum). Otra balada ternaria,  cercana al mundo culterano, pero inundada por aspectos de fina electrónica,  como si el alemán Alva Noto hubiera sido invitado a poner los aderezos. El viaje  sigue con “Soft Touch/Raw Nerve”, una de ésas que, justo cuando diríamos que  debieron quedar fuera, impactan al estómago  con efectividad. Definitivamente, empero, carece de la relevancia de “Should Be  Higher”, que mezcla escalas pentatónicas en plan oriental, con la mejor melodía  para coro del disco entero. Una barbaridad de tema.  
     Y aquí debemos detenernos.  Sabemos que esta descripción es aburrida para  la lectora y el lector. Perdón. Lástima que no están escuchando el disco a nuestro  lado. Aún faltan tres temas por comentar, “Alone”, “Soothe My Soul” y  “Goodbye”, pero nos parece mejor terminar hablando de los silencios de Delta  Machine. Pocas veces se aprecia la delicadeza  y esmero con que los músicos separan cada corte. A veces de inmediato, a  veces con un largo aliento, este es un  trabajo redondo en forma y fondo. Si duda  de nuestro entusiasmo, visite en internet el show que Depeche Mode dio el 11 de  marzo pasado en el teatro Ed Sullivan de Nueva York. Porque sí, se trata de  ellos. (Y por favor, cuando vea ese video  acérquese también un platito para la baba. No vaya a ser la de malas.)  
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